Obras hechas con papel de diario
Diario, del francés Édouard Levé, que acaba de aparecer en español, se suma a otros ejemplos narrativos, de Félix Fénéon a William Burroughs y J.R. Wilcock, que experimentan formas nuevas a partir de los materiales de la prensa
Salvando las distancias, un diario de papel -como todo libro- es una compañía. No solo cuando, impoluto, se lo recibe y estrena en la propia casa, sino también cuando se lo lee manchado, arrugado, desmembrado y hasta garabateado en un café. Un objeto noble que, además de informar, cumple múltiples funciones domésticas: embalar vajilla en vísperas de una mudanza, avivar el fuego tímido de una chimenea, envolver los vidrios de un vaso roto, secar el interior de unos zapatos que se olvidaron de saltar los charcos en un día de lluvia.
Las almas sensibles y laboriosas se dedican a hacer con sus páginas collages o papel maché y la historia de la literatura está plagada de novelistas que hicieron correr ríos de tinta a partir de una pequeña crónica publicada en la sección "policiales". Rojo y negro de Stendhal podría ser un buen ejemplo, al igual que el siniestro y más contemporáneo El adversario, de Emmanuel Carrère. Existe, sin embargo, un subgrupo de escritores que en nombre de la experimentación -o a su amparo- prefiere extrapolar, recortar o descaradamente plagiar noticias para resucitarlas dentro de sus libros.
Las almas sensibles y laboriosas se dedican a hacer con sus páginas collages o papel maché y la historia de la literatura está plagada de novelistas que hicieron correr ríos de tinta a partir de una pequeña crónica publicada en la sección "policiales". Rojo y negro de Stendhal podría ser un buen ejemplo, al igual que el siniestro y más contemporáneo El adversario, de Emmanuel Carrère. Existe, sin embargo, un subgrupo de escritores que en nombre de la experimentación -o a su amparo- prefiere extrapolar, recortar o descaradamente plagiar noticias para resucitarlas dentro de sus libros.
William Burroughs, el hermano mayor de la generación beat, es un caso emblemático y el inventor del cut-up, una técnica que desafía los límites de la gramática y genera una escritura fragmentaria en guerra con la lógica de la narración lineal. Convencido de que los mejores textos surgen al colocar un recorte al lado de otro, el señor manos de tijera, autor de la lisérgica trilogía compuesta por La máquina blanda, El ticket que explotó y Expreso Nova, opinaba que las yuxtaposiciones casuales poseen un carácter oracular: "Quizá los acontecimientos estén preescritos y preregistrados y al cortar los renglones brota el futuro."
Otro escritor que hizo literatura con un pie en la prensa fue Félix Fénéon (1861-1944), un personaje fascinante del París de la Belle Époque que terminó sus días como galerista y dueño de una colección de arte notable. Empleado público de día y militante anarquista de noche, tenía un ojo infalible para descubrir nuevos talentos (Rimbaud, Gide, Joyce, Signac, Seurat) y los promovía con fervor. Colaboró en revistas literarias y trabajó con y sin firma, con o sin seudónimo, en varios periódicos. Le Matin fue el último de ellos. Allí tenía a cargo una columna de faits divers en la que publicaba veinte textos por día. La sección se llamaba "Novelas en tres líneas", título con el que se publicó el libro póstumo que reúne cerca de mil doscientos de aquellos sucesos. Desafortunadamente, la polisemia de "nouvelle", que en francés significa tanto "novela corta" como "noticia", se pierde en la traducción.
Los relatos mínimos de Novelas en tres líneas podrían caber cómodamente en el formato restrictivo de un tuit, ya que ninguno supera los 135 caracteres. Más allá del evidente poder de síntesis, lo que cautiva en Fénéon es la elegancia díscola de su estilo y su sentido del humor incorruptible: "Ávidos de indulgencia, unos ladrones han desvalijado una tienda de objetos de piedad y peregrinación en Clichy-sous-Bois."
Hay en su escritura una suerte de pulseada contra la sintaxis que cuando no termina en empate es pródiga en hipérbatos. Correr el verbo crucial hacia atrás es una táctica astuta para crear suspenso: "Después de levantarse sin heridas aparentes, Gédéon Aveline, vecino de Arcueil, sobre quien acababa de pasar el carro de la lechera Pédallier, ha muerto". Para él la brevedad no era excusa para desatender la riqueza del léxico y menos su justeza. En el escritorio de Fénéon no faltaban diccionarios de botánica ni glosarios de arquitectura.
J. Rodolfo Wilcock (1919-1978), el escritor argentino que le dio la espalda a la poesía de su lengua para reinventarse en Italia como un prosista impar, también escribió un libro contrabandeando historias de la prensa. Únicos en su especie, los relatos de Hechos inquietantes cortejan saberes científicos, religiosos, antropológicos y esotéricos en los que lo improbable se da la mano con lo posible y viceversa. En ellos se discurre con total naturalidad acerca de la lengua de los peces, el tamaño de la luna, el dolor de muelas en la Antártida o la predisposición de determinadas personas para el infortunio, y aunque parezcan inventados lo curioso es que no están lejos de ser ready-mades.
Diario, el segundo libro del autor y fotógrafo Édouard Levé (París, 1965-2007), que acaba de publicarse en la Argentina, efectúa una operación inversa a la de Wilcock. Su intención no es desenterrar tesoros sino dejar a la vista el ruido blanco, el esqueleto de la noticia, el karma del loop. Como si se tratara de un periódico, Diario está dividido en secciones, solo que en ellas las fechas y los nombres propios fueron borrados. Estas omisiones voluntarias, cuya inspiración podría provenir de algún espíritu lúdico de la escuela Oulipo o del propio Georges Perec, tan admirado por Levé, deja al descubierto la impostación de la prensa y enfrenta al lector con un conjunto paródico de fragmentos enrarecidos.
Al igual que un pasquín orwelliano que se lee para olvidar en el acto, el hiperrealismo de Diario proyecta una sombra de distopía. Acaso el bombardeo de nimiedades y brutalidades no sea más que un ardid perverso para anular el pensamiento, una tentativa estéril de programación neurolingüística.
Así como Fénéon encontró en la condensación la audacia de una forma nueva, Burroughs intentó encender una chispa frotando dos recortes y Wilcock supo extraer oro de una mina de carbón, Édouard Levé construyó un andamiaje sin dueños y lo abandonó a la intemperie para que se oxide ante nuestros ojos. Conviene recordar que este francés proteico cuyo suicidio linda con la performance fue ante todo un artista conceptual y Diario podría haber sido uno más de los 533 proyectos imaginados y descriptos en ese catálogo compulsivo y alucinado que es Obras, otro de sus libros.
NOVELAS EN TRES LÍNEAS
Félix Fénéon
Impedimenta
Trad.: L. M. Todó
224 págs./$2152
DIARIO
Édouard Levé
Eterna Cadencia
Trad.: Matías Battistón
127 páginas $ 790
D. V.
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