Las (necesarias e intangibles) cosas del querer
El autor es psicólogo y psicoterapeuta @Miguelespeche
Aquellos que han visto pasar mucha agua bajo el puente saben que la clave para que las cosas anden bien en la pareja está en que los miembros de aquella se quieran, aunque sea un poco. Por las dudas aclaramos: que las cosas “anden bien” no significa que sea para siempre, sino que la experiencia tienda a hacer bien, y no mal.
Quererse (o irse queriendo) es la condición necesaria (aunque no siempre suficiente) para que una pareja sea una experiencia que tenga entidad y significado fecundo más allá de su duración. Si la gente no se quiere, no habrá terapia ni tip que pueda suplir esa falta y, a la cortísima o a la larga, el hastío se hará sentir por no encontrar nada que lo contrarreste. Los algoritmos podrán definir afinidades infinitas, pero si no hay algo genuinamente afectivo en la relación, la cosa no funciona.
Las personas que están en pareja se quieren mucho, poquito o nada, como siempre ha sido. A veces se quieren para ser pareja, y otras, si bien son pareja, se quieren solo como amigos o socios, lo que es todo un problema por las confusiones que eso genera.
Obviamente vendrán de a muchos a decir que eso de “quererse” no solamente es una simplificación, sino que es una categorización indescifrable en términos científicos. Y tendrán un poco de razón, pero no más que eso. También vendrán a decir que con quererse no basta para garantizar la perduración o calidad de una relación, y nadie podrá discutir su parecer. Sin embargo, como todos en el fondo sabemos, la gente se quiere o no, y eso se nota y tiene efectos visibles en los vínculos. También están aquellos que creen querer, pero en realidad quieren rescatar, rescatarse, dominar, conquistar, vencer, alardear… y por eso quedan expuestos a cuestiones complejas y dolorosas que parten de esa confusión, y no del querer en sí mismo.
Obviamente vendrán de a muchos a decir que eso de “quererse” no solamente es una simplificación, sino que es una categorización indescifrable en términos científicos. Y tendrán un poco de razón, pero no más que eso. También vendrán a decir que con quererse no basta para garantizar la perduración o calidad de una relación, y nadie podrá discutir su parecer. Sin embargo, como todos en el fondo sabemos, la gente se quiere o no, y eso se nota y tiene efectos visibles en los vínculos. También están aquellos que creen querer, pero en realidad quieren rescatar, rescatarse, dominar, conquistar, vencer, alardear… y por eso quedan expuestos a cuestiones complejas y dolorosas que parten de esa confusión, y no del querer en sí mismo.
Aclaramos por las dudas: que el romanticismo edulcorado haya hecho abuso de los términos “quererse” o “amarse” no significa que no sean válidos a la hora de hablar de la pareja y sus misterios. A la vez, no caeremos en la trampa de pretender atrapar en una definición lo que significa “quererse”, ya que es una palabra que nació para volar sobre la realidad sin que pueda ser enjaulada, y define al “intangible” cuasipoético que vive en el vínculo, que no se ve, pero se percibe y tiene contundentes efectos. De hecho, en las terapias de pareja, en las que se explican los problemas y la estructura de los desencuentros hasta el infinito, el efecto de verdad que genera la pregunta: “¿ustedes se quieren?” es rotundo y abre a una dimensión nueva, a partir de la cual todo se ve con más claridad.
Podemos afirmar que el quererse de las parejas se vislumbra cuando el compañero de ruta (circunstancial o no) es “alguien” y no “algo”. En esos casos se juega una dimensión de lo íntimo y singular en la relación, y se hace menos probable que cobre preeminencia la tentación de ver al otro como “eso” que se consigue para la autoafirmación del propio ego desvaído o para encubrir soledades.
Para toda la vida o por el tiempo que sea, no importa: cuando dos personas con sus historias, sueños y anhelos se cruzan en el camino y saben quererse, al menos un poquito, hay un chispazo de maravilla, por más que se pretenda desangelar metódicamente esa cuestión canchereando con blindajes afectivos o cultivando el cinismo chamuyero.
Para toda la vida o por el tiempo que sea, no importa: cuando dos personas con sus historias, sueños y anhelos se cruzan en el camino y saben quererse, al menos un poquito, hay un chispazo de maravilla, por más que se pretenda desangelar metódicamente esa cuestión canchereando con blindajes afectivos o cultivando el cinismo chamuyero.
Mucho, poquito o nada… eso de quererse está allí como misteriosa posibilidad. Se puede jugar a que esa dimensión no existe, pero a la larga, pasados los años, la sed del buenamor, en la forma que sea, aparecerá, y serán más felices aquellos que sepan qué es querer y ser querido (aunque duela en ocasiones o no haya sido algo “para toda la vida”), que aquellos que no lo sepan y hayan preferido, por sobre todas las cosas, el cuentapropismo afectivo. ●
Si no hay algo genuinamente afectivo, una relación no funciona
Si no hay algo genuinamente afectivo, una relación no funciona
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