jueves, 5 de noviembre de 2020

AJEDREZ CON PONZOÑA



Gambito de dama: la jugada envenenada de Cristina Kirchner a Alberto Fernández

Sergio Suppo
Cristina Fernández y Alberto Fernández, en un movedizo tablero de ajedrez  Alfredo Sabat
La primera lección de ajedrez que recibe Beth Harmon (Anya Taylor-Joy) es cuidar la dama. "Sin ella, estás perdida", le dice su primer maestro, el portero del orfanato en el que vive la futura genia del ajedrez que protagoniza Gambito de dama, el último éxito de Netflix. La serie es pura ficción, aunque recoja datos reales de un mundo perdido en las tinieblas del siglo pasado.
En la Argentina, la dama se cuida sola y acaba de establecer una defensa cerrada sobre sí misma al precio de resignar algunas piezas en la partida. Cristina Kirchner dejó en claro en su última epístola a los mortales que Alberto Fernández no es un alfil. Es apenas un peón, la pieza que suelen ofrecer a sus rivales a cambio de alguna ventaja posicional los jugadores que siguen jugando gambitos de dama.
Dicho fuera del tablero de ajedrez, bajo la forma de un ensayo político literario, Cristina acaba de lanzar un desesperado intento de alejarse del gobierno que inventó y del que forma parte.
Cristina Kirchner dejó en claro en su última epístola a los mortales que Alberto Fernández no es un alfil. Es apenas un peón
Proyectadas en extremo las consecuencias de su separación del Presidente, Fernández podría terminar convertido en el Cámpora de la creadora de La Cámpora.
 Quién si no Cristina acaba de instalarse como alternativa de recambio con un mensaje que la expone, pero también la consolida como el centro del universo político. Es parte esencial del problema, pero se asume como la próxima solución.
La vicepresidenta es una mujer generosa consigo misma. Y parece dispuesta a defenderse de su propia creación. No será fácil, pero demuestra que lo intentará al reducir a detalles o actos de desprendimiento una secuencia rotunda de hechos y datos tan recientes que forman parte del presente.
Un año y medio atrás, eligió a Fernández como candidato, pero se reservó el segundo lugar de la fórmula, es decir, el primer escalón de la línea sucesoria. Ese lugar tiene ahora un enorme valor a medida que la crisis atraviesa fronteras económicas y políticas.
Ya durante la presidencia del atribulado Fernández ocupó con su gente cargos claves y, lo más importante, marcó a fuego con sus criterios las líneas más filosas de la gestión. En ese camino de mandar sin gobernar puso al Gobierno al servicio de su proyecto de neutralizar las desgracias que atraviesa en los tribunales. Además de condicionar a la Corte con una amenaza de ampliación y recambio, controla en persona el Senado y por delegación a su hijo, la Cámara de Diputados.
El control del Congreso es una consecuencia lógica de su triunfo y de la desaparición del peronismo como contrapeso interno de la coalición que Cristina lidera. Es comprensible. Lo que tiene efectos devastadores mucho más allá de los tribunales es su guerra a jueces y camaristas. Ese impulso es uno de los datos más lacerantes que barren la confianza en la presidencia de Fernández.
La guerra de Cristina a jueces y camaristas tiene efectos lacerantes en la confianza en la presidencia de Fernández
Cristina no solo trata de hacer creer que ella no influye como influye, sino que Fernández es el único responsable por la calidad de su gobierno y la de los "funcionarios que no funcionan".
La recomendación de un gran acuerdo nacional para estabilizar la moneda y asumir que el dólar es la única constante de valor cambiario es otro dardo envenenado. Incluye, sin embargo, la irónica novedad de pedir lo imposible: un pacto político para frenar la destrucción del peso sería como dictar un decreto para que dejara de llover. Previamente deben asumirse los motivos que alimentan la desconfianza en toda la economía del país. Si finalmente Fernández no le hiciera caso, tendría un argumento formidable para acusarlo de no tomar su consejo.
Asumir compromisos políticos sin cambiar comportamientos destructivos (que no se limitan a la vicepresidenta) es un paso que el país político parece no estar dispuesto a dar ni aun frente a un cataclismo inevitable como el que todos coinciden en augurar.
¿Imagina la vicepresidenta que la distancia que intenta tomar de Fernández le evitará compartir con él el presente y el futuro? Las intenciones se deben ver detrás del texto que presagia una despedida del presidente que ella nos legó.


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