jueves, 5 de noviembre de 2020

EL HECHIZO DE VOLVER AL PASADO Y A LA INOCENCIA COMPRADA


Regreso al buey y al arado de mancera
La Argentina corre el riesgo de regresar al siglo XIX, bajo el rótulo del Proyecto Artigas o mapuche, transformando una nación pujante en territorio desolado.
Cada vez que se usurpa un campo y la autoridad lo consiente, se cierra una fábrica. cada vez que se toma un terreno y la Justicia no actúa, se destruye la moneda. cada vez que se intrusa un inmueble y el Gobierno no reacciona, se aleja una empresa.
Hasta fines del siglo XVII, el derecho de propiedad se limitaba a las casas y los campos, las heredades y los bosques. Era un derecho que miraba hacia el pasado, conforme al sistema feudal. cuando se introdujo el sistema parlamentario, iniciado en Inglaterra con la Revolución Gloriosa de 1688, la arbitrariedad real fue sustituida por la estabilidad de las leyes. Hizo su aparición el Estado de Derecho (rule of law) y, de esa manera, el derecho de propiedad cambió su naturaleza y, proyectado al futuro, se transformó en el principal impulsor de la iniciativa humana.
Los progresos científicos, como la fuerza del vapor, el electromagnetismo o la combustión interna, no habrían salido de los laboratorios si no fuera por la potencia creadora de los derechos de propiedad. Recién entonces hubo inversiones para convertirlas en las máquinas de la Revolución industrial: la locomotora, los vapores, las tejedurías, la minería del carbón, más todos los artefactos derivados de la inducción eléctrica que usamos en la actualidad.
Desde entonces, el derecho de propiedad no solo protege a los dueños de las casas y los campos, las heredades y los bosques. El derecho de propiedad es muchísimo más amplio e importante: incluye todas las expectativas de cumplimiento recíproco que los firmantes de contratos toman en cuenta para invertir, construir, fabricar, producir y arriesgar. Todas las revoluciones industriales comenzaron con esa transformación institucional, no con los progresos de la ciencia.
A tal punto que la riqueza de las naciones ya no reposa en los mismos criterios de la Edad Media, sino en el valor implícito, presente y futuro, de esa cantidad inmensa de contratos que urden el tejido económico de los pueblos que progresan. El derecho de propiedad de antaño es una parte infinitesimal de la riqueza colectiva. Lo relevante son los derechos contractuales, también derechos de propiedad, que se registran como activos en los patrimonios de las personas, de las compañías, de los fondos de inversión, de los bancos, de los Estados.
Los países más miserables del planeta carecen de las instituciones que permiten generar riqueza sobre la base de promesas futuras. Los contratos no son creíbles, los tribunales no funcionan y los gobernantes dictan normas discrecionales, alterando los convenios privados, apropiándose de los bienes particulares e invocando estados de emergencia.
En esas pobres naciones, sin derechos de propiedad, las familias viven del autoconsumo y, en ausencia de energía y maquinarias, caminan descalzas detrás de su buey y su arado de mancera, haciendo surcos en la tierra.
Quizás allí el suelo sea tan fértil como en la zona núcleo de la República argentina, pero, en ausencia de protección de los derechos contractuales, no cuentan con sembradoras, ni cosechadoras, ni agroquímicos, ni tecnologías satelitales, ni con industrias que demanden sus productos. Sin instituciones, una hectárea en la zona núcleo podría valer como una hectárea en el África subsahariana. Eso no es un disparate: durante la primera mitad del siglo XIX, en la pampa húmeda no había agricultura y los campos estaban cubiertos de cardos de dos metros de altura, que casi impedían el paso de jinetes y carretas.
Esos ejemplos, referidos al sector agropecuario, son también
 extensibles a todo el resto de las actividades productivas.
 Imagínese la trama de contratos que dan vida y progreso a un país que respeta los derechos de propiedad como un tejido de hilos invisibles que llena todo el espacio circundante, tal como lo ocupan las ondas electromagnéticas, a las que no vemos, salvo en una pequeña parte del espectro. Un país próspero tiene una densidad de contratos tan espesa que, si esos hilos fueran visibles, taparían la luz del sol como una malla vibrante de acuerdos productivos de distinta magnitud, naturaleza y duración.
Cuando los derechos de propiedad son protegidos, de esa urdimbre se producen “pariciones” regulares y variadas de nuevos emprendimientos. Frente a una planta industrial, con la vista solo percibimos sus naves, sus maquinarias, sus calderas, sus generadores, sus depósitos. Sin embargo, los ojos no ven los más importante. 
El halo de derechos de propiedad que la hicieron nacer y que la mantienen en funcionamiento: sus acuerdos sociales, de crédito, fideicomisos, garantías, prendas, seguros, contratos de fabricación, de colaboración, de licencias, de suministros, de distribución, de transporte y una cantidad indecible de convenios innominados con subcontratistas, proveedores y clientes, conforme a las necesidades del negocio.
Lo mismo ocurre con todas las otras empresas que dan prosperidad a una comunidad y empleos de calidad a sus habitantes. Gracias a ese halo de derechos de propiedad existen los supermercados, los desarrollos inmobiliarios, las líneas aéreas, las usinas eléctricas, los pozos gasíferos, las autopistas, los puertos, las acerías, los molinos y las modernas aplicaciones de internet.
Lo esencial es invisible a los ojos, le dijo el zorro al Principito. En materia de derechos de propiedad, la situación es semejante. Quienes usurpan, toman o intrusan no ven más allá de sus narices. creen que solo afectan la propiedad de alguno, sobre un campo, un terreno o un inmueble y que perjudican únicamente a sus dueños.
Los derechos de propiedad sobre bienes físicos o derivados de contratos son la misma cosa. Si se afectan unos, se dañan todos. La ignorancia más supina impide advertir la relación fascinante y elusiva que existe entre la urdimbre de acuerdos hacia el futuro y los emprendimientos productivos del presente. Quien crea que esas fábricas continuarán existiendo si los derechos de propiedad son afectados se equivoca.
No hay peor demostración de esa ceguera, que aquella declaración de axel Kicillof, en el congreso de la nación, cuando expuso sobre la confiscación de YPF. allí sostuvo que “seguridad jurídica” y “clima de negocios” eran “palabras horribles”. En esa misma línea, el gobierno se apoderó de los fondos de las AFJP y violó contratos, alterando marcos regulatorios de todos los servicios privatizados. En tiempos más recientes, se gobierna por DNU y se pretende cooptar el Poder Judicial, convirtiéndolo en apéndice del Poder Ejecutivo, como una regresión al siglo Xvii, para reemplazar el Estado de Derecho por la hegemonía populista.
Ahora se ha desatado una avalancha de tomas de campos y usurpaciones de tierras, con el apoyo de funcionarios de organismos gubernamentales. El impacto negativo de esas decisiones supera con creces los valores afectados en cada caso. como se señaló antes, al violarse derechos de propiedad, también se daña la confianza en todos los contratos. Y si se desbarata ese tejido complejo, vital y laborioso, toda la estructura productiva se desmoronará.
Fábricas, supermercados, desarrollos inmobiliarios, líneas aéreas, proyectos gasíferos, autopistas, puertos, acerías, molinos y aplicaciones web se paralizarán. Las usinas eléctricas dejarán de proveer energía, los gasoductos perderán compresión, las estaciones de servicio cruzarán sus mangueras, los supermercados no repondrán mercaderías. como corolario, el Estado dejará de tener ingresos y en los hospitales, escuelas y comisarías el personal reclamará por falta de pago. La basura se acumulará, la criminalidad se expandirá y la mano propia impondrá su justicia.
En el campo, quienes han tomado explotaciones ajenas se enfrentarán con la dura realidad. Sin seguridad jurídica, sin derechos de propiedad, sin contratos con proyección de futuro, no habrá maquinarias que funcionen, ni agroquímicos para fertilizar, ni siembra directa, ni camiones para transportar, ni silos para ensilar.
Poco a poco, la argentina regresará al siglo XIX, bajo el rótulo de Proyecto artigas o mapuche, transformando una nación pujante en un territorio desolado, de campesinos marchando descalzos detrás de su buey y su arado de mancera.


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