No hay lugar para nuevos impuestos
La Argentina requiere un sistema tributario coherente que incentive la producción y el empleo, y no más gravámenes que solo alientan la evasión
Un fuerte rechazo merecen las recientes expresiones del flamante jefe de asesores de la Presidencia de la Nación, Antonio Aracre, quien sugirió que, hasta tanto la Argentina crezca y la base imponible pase a ser lo suficientemente alta para que la recaudación sustente el gasto, debería crearse algún nuevo impuesto.
El anuncio causó estupor en la sociedad y en distintos sectores del empresariado, de donde proviene Aracre –fue CEO de la empresa Syngenta–, considerando la elevada presión fiscal actual, que no habilita la creación de más impuestos.
La búsqueda del equilibrio fiscal exige una sensible eficientización y disminución del gasto público en términos reales, empezando por poner punto final a la corrupción pública.
Este objetivo nunca se logrará sin un programa que promueva la producción y el empleo para permitir el crecimiento de nuestra economía. Ese programa debe partir de la base de que es el sector productivo privado el generador de empleo genuino, debiendo el Estado facilitar las condiciones para eso.
La creación de nuevos impuestos, como sugiere el jefe de asesores de Alberto Fernández, solo producirá más desajustes en la economía y menores incentivos al trabajo, a acumular capital y generar ingresos, con un impacto negativo en el crecimiento, la inversión y el empleo.
Demuestra la experiencia internacional, sistemáticamente, los efectos negativos entre impuestos y crecimiento económico. La propia Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) ha señalado que el impacto en el crecimiento depende del tipo de gravamen, siendo los impuestos corporativos los que generan mayor impacto negativo, al afectar al proceso de formación de la riqueza. La evidencia empírica es concluyente, pues los tributos afectan de diversas formas a la economía, reduciendo la inversión, más allá de sus efectos en cuanto al empleo.
Hoy la sociedad dice basta al gasto improductivo del Estado, que termina asfixiando a quienes quieren invertir y generar fuentes genuinas de trabajo. El país y nuestra economía necesitan con urgencia reducir la presión fiscal sobre el sector privado, evitando así que los impuestos nos ahoguen.
El economista Arthur Laffer ha popularizado una curva que demuestra que pasado cierto límite de la imposición tributaria, decrece la recaudación total. En otras palabras, no siempre que se incrementan los gravámenes se recauda más, sino que, por el contrario, se incentiva la evasión y se termina recaudando menos.
La evasión se ubica hoy entre los niveles más elevados de la historia de nuestro país, y la circulación del dinero en efectivo es una prueba contundente de ello. El resultado de este fenómeno es que quien cumple con el pago de todos los impuestos termina siendo cada vez más afectado por la presión tributaria, lo cual repercute en un aumento de costos que se traslada a los precios.
El objetivo de incrementar la recaudación tributaria debería partir de incentivos para el aumento de la actividad privada y la disminución de la evasión, mediante la reducción o eliminación de impuestos distorsivos, para lo cual se torna imperioso bajar el costo del Estado.
En 2022, la Argentina ha tenido una presión tributaria nacional estimada en el 23,8% del PBI, según el Instituto Argentino de Análisis Fiscal (Iaraf), que no condice con los servicios que presta el Estado. Si sumamos la recaudación provincial y municipal, la presión llegó al 30,2%. Otros países tienen una pesada carga tributaria, pero sus habitantes la afrontan conformes o resignados porque reciben mucho a cambio: buenos servicios de salud, educación y seguridad.
Por otra parte, esa presión tributaria tiene un gran componente de gravámenes distorsivos, como son las retenciones de exportaciones, el impuesto a los ingresos brutos, el impuesto al cheque y las tasas municipales, que no guardan ninguna relación con los servicios prestados.
Ya Juan Bautista Alberdi se refería más de un siglo y medio atrás a los impuestos y a las contribuciones exorbitantes con las que se ataca a la libertad de industria y de trabajo y al derecho de propiedad. Los abusos en materia impositiva son contrarios a las generosas miras de nuestra Constitución expresadas en su Preámbulo.
Como sostuvimos desde esta columna el 6 de este mes al referirnos al despropósito de nuestro régimen tributario, cabe insistir en que los impuestos resultan asfixiantes en la Argentina y solo persiguen un fin recaudatorio. El jefe de asesores presidenciales debería entender que no necesitamos más de los mismo, sino que habría que ponerse a trabajar en un sistema tributario coherente.
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