lunes, 14 de agosto de 2023

EL CISNE NEGRO QUE RUGE Y LA ARGENTINA DE PIE


El cisne negro que ruge
Pablo Sirvén
Una postal del dolor en la escuela de Morena
Perplejidad. Es lo que parecía dominar anoche a la TV, por más zapping que se hiciera. Sorprendentemente no había grietas entre los canales más inclinados hacia el kirchnerismo, como en aquellos más simpatizantes de la oposición. Eduardo Fidanza, en el programa de Jorge Lanata, hablaba de “shock”. En C5N, Dady Brieva decía con amarga ironía que desde el domingo que viene su programa, Peronismo para todos, debería pasar a llamarse “Libertad para todos”. En la TV Pública alguien afirmaba que había ganado la elección el Fondo Monetario Internacional. Julio Bárbaro, enIntratables, más dramáticamente planteaba el escenario de “guerra civil”.
Para todo hay una explicación, hasta que aparece un cisne negro. El filósofo y ensayista libanés, naturalizado estadounidense, Nassim Taleb acuñó ese término para denominar de esa manera al suceso imprevisto y disruptivo que viene a desbaratar un paisaje supuestamente previsible. Es el instante exacto en que las deducciones racionales resultan insuficientes, la realidad se convierte en un frágil castillo de naipes que se viene abajo en el momento menos pensado y el impacto de ese algo inesperado y atípico nos obliga a recomenzar el juego, barajar las cartas y dar de nuevo.
Hemos inventado las matemáticas para manejar un ámbito exacto y certero, complejoperoalmismotiempotranquilizador, enelquelosresultadossonsiemprelosque deben ser, sin sorpresas de ningún tipo.
Pero el mundo real no funciona así y Taleb cree que sobreestimamos demasiado las explicaciones lógicas para pronosticar acontecimientos que todavía no han sucedido mientras tendemos a subestimar el peso de lo aleatorio, pensando que eso es algo por demás infrecuente. No solemos tener en cuenta que la vida de las naciones y nuestras propias vidas personales son más obra de una conjunción de eventos sorpresivos que se van concatenando unos con otros, que intentamos domar para darles un sentido razonable. Pero el azar, el destino, Dios, o todo junto nos quema los papeles y no queda otra que rebobinar.
Al fin y al cabo, a los cisnes negros, superando la primera conmoción por la sorpresa, finalmente también les buscamos su razonabilidad. Así también Taleb estudió el fenómeno, al que define con tres características: ser atípico, tener un impacto extremo y, por último, nuestros intentos vanos por racionalizarlo, volverlo explicable y, paradójicamente, previsible; algo que ya existía y no supimos ver a tiempo y le restamos importancia, sin considerarlo a su debido tiempo y en toda su potente dimensión.
¿Hubo un cisne negro en esta elección o una bandada de esas temidas aves? ¿Lo fue el asesinato de Morena Domínguez, en Lanús? ¿Sumó como tal el deceso del activista Facundo Molares Schoenfeld, en el Obelisco?
¿Terminaron por agotar la paciencia los cisnes negros que ayer revolotearon las máquinas malditas del voto electrónico en la ciudad de Buenos Aires?
Y lo más importante: ¿Javier Milei es un cisne negro o uno muy particular que ha pasado por todas las tonalidades? (no todas; hay que ver las que desplegará de ahora en más hasta las elecciones de octubre).
Milei nació como esperpento mediático, adorado por los productores de las señales de noticias. Su cabellera enredada e indescriptible; su verba indignada y la mirada relampagueante “rendían” y aseguraban rating a granel. Demostró que era algo más que un ave de paso: a sus ondulantes fluctuaciones entre el expositor académico y versado en economía y el conventillero soez que insultaba a sus adversarios políticos del Gobierno y de la oposición, sumó una sorprendente historia personal: una hermana (a la que denomina “el jefe”), su temible jauría de perros y los recuerdos sombríos de maltrato familiar.
Luego pasó a una segunda fase ya como candidato con un primer tiempo angelado en el que todo parecía jugar a su favor y su camino hacia el poder parecía imparable. Fue el momento en que hasta Cristina Kirchner hablaba de los “tres tercios” en que se podía dividir el electorado a la hora de votar (en partes más o menos iguales para Unión por la Patria, Juntos por el Cambio y La Libertad Avanza). También Mauricio Macri vaticinó una segunda vuelta entre JxC y la fuerza libertaria, con el kirchnerismo fuera de juego.
Pero en la tercera fase, el cielo despejado de Milei se llenó de negros nubarrones y pareció desatarse sobre su enmarañada melena un fuerte chubasco: pésimos resultados en elecciones provinciales, ausencia en algunos distritos claves, turbios manejos internos, con portazos incluidos, rejuntes de personajes impresentables y hasta venta de candidaturas. La vidriera mediática lo sacó de circulación un buen rato. Parecía haberse desinflado. Últimamente había empezado a volver, más atemperado y peinado, pero con menos fuerza.
Algunos resultados provinciales señalaban una preferencia mayor por los candidatos y discursos moderados. Pero en las redes sociales y en el electorado más joven, el león rugiente (su logo) que irrumpía en actos multitudinarios como un rockstar, al son de bandas que atronaban desde los altoparlantes, mantenía su vigencia plena e intacta. Nadie quería verlo. Anoche cayeron las vendas. Ahora ese cisne negro, que muta a distintas tonalidades, ya no grazna: ruge


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La Argentina de pie
Luciano Román

La Argentina se encontró ayer con una de las mejores cosas de sí misma: el compromiso ciudadano con la democracia, que dio muestras de vigor más allá de decepciones y desventuras que puedan justificar cierta apatía. Los niveles de participación estuvieron, finalmente, en niveles más o menos históricos. Y el clima, en general, reflejó una actitud de responsabilidad cívica.
En un contexto de crisis y desasosiego como el que vive el país, la movilización ciudadana para asistir a las urnas adquiere una significación y una relevancia especial. Es todo un alegato en favor de la convivencia. Es un mensaje de madurez.
Había dudas razonables sobre la respuesta de la ciudadanía frente a la convocatoria electoral. Una atmósfera de angustia y desazón atraviesa el tejido social, no solo por el deterioro de las condiciones económicas, sino también por un desamparo mucho más profundo. En las horas previas a la elección, la tragedia de la Argentina quedó expuesta de una manera dramática: el crimen de Morena Domínguez nos puso frente a un espejo desolador. No fue un hecho aislado, sino el resultado de un país que ha sufrido retrocesos muy pronunciados en las últimas décadas, al extremo de ver desnaturalizado su propio sistema de convivencia, su sentido de las normas y su noción de futuro. Que en ese contexto haya una sólida mayoría dispuesta a repetir de un modo casi ceremonioso el ritual institucional, y que lo haga en paz, incluso con paciencia, sin expresiones de intolerancia ni de crispación, es un capital que, más allá de todo, justifica la esperanza. Es de esperar que vencedores y vencidos también estén a la altura de esa conducta ejemplar.
Tal vez hoy empiece a perfilarse una Argentina distinta, aunque cada uno amanecerá con las mismas angustias, incertidumbres y problemas que tenía el viernes pasado. Habrá algunos más esperanzados, otros más escépticos y preocupados. Nos encontraremos con ese mismo país astillado en el que a una chica de apenas 11 años le arrebataron sus sueños hace apenas cinco días. Pero también tendremos algo que nos unirá por encima de las diferencias y los antagonismos: habremos sumado un eslabón en la cadena de una continuidad democrática que está a punto de cumplir 40 años.
No se trata de ser conformistas ni condescendientes con nosotros mismos. Pero reconocer ciertos valores comunes e imaginar un puente que nos una quizá sea indispensable para tejer alguna esperanza colectiva. En una Argentina desgarrada, y debilitada por una fragmentación social y cultural que se ha exacerbado en estas décadas, el espíritu democrático es una amalgama que, al fin y al cabo, identifica y aglutina a la sociedad aun en tiempos de oscuridad y de zozobra.
Vivimos una época dominada por la polarización. Muchos “no creen lo que ven, sino que ven lo que creen”, como escribe Emmanuel Carrére en su libro Limonov. Hemos caído, además, en lo que Juan Villoro supo definir como “una cínica política de la negación”: han pretendido convencernos de que lo malo no son los problemas, sino que se hable de ellos. El poder se ha empeñado en construir un relato propio, cada vez más alejado de las expectativas y los dolores ciudadanos. Algo de esto chocó ayer contra las urnas.
Harán falta mucha humildad y serenidad para leer los resultados en sus múltiples dimensiones y en toda su complejidad. Se necesitará un verdadero esfuerzo para no caer en la trampa de las simplificaciones ni en el cinismo de la negación. Tal vez nos asomemos a nuevos enigmas e incertidumbres y quizá empiecen, incluso, a perfilarse los contornos de algo desconocido. Hay algo, en ese paisaje todavía difuso, a lo que debemos abrazarnos: el compromiso con la democracia que se respiraba ayer en las ciudades y en los pueblos, en los conurbanos y en el campo, en la Capital y en el interior. También ese orgullo ciudadano que muchos padres inculcan a sus hijos adolescentes que votaban por primera vez.
El otro gran capital es el que veremos hoy a la mañana: los hombres y mujeres que, después de un domingo electoral, madrugan para ir a trabajar, los chicos que van a la escuela y los jóvenes que construyen con esfuerzo su futuro. Hay una Argentina que, en medio de la angustia y de la incertidumbre, todavía cree en sí misma y se mantiene de pie. Por encima de cualquier interrogante, ese es un mástil al que podemos aferrarnos.

http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA

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