Colección de tesoros: el exquisito refugio de los libros raros, desde el papiro más antiguo hasta uno hecho de metal
La bestia de Gévaudan, según Gervais-François Magné de Marolles (1727-1795), en una de las publicaciones a descubrir en París o en la versión digital de la biblioteca
Más de 41 millones de documentos, entre libros y objetos, se conservan en la sede Mitterrand de la Biblioteca Nacional de Francia
Alejandro Grimoldi
Imaginemos un viaje en auto desde el Obelisco al centro de Pinamar, o de Córdoba capital a la capital de Santa Fe. Un trayecto de más o menos 350 kilómetros. Ahora imaginemos que durante las cuatro horas que dura el recorrido vemos, al costado de la ruta, una fila de libros, diarios, revistas, estampas, mapas, manuscritos, partituras, postales, fotografías, afiches, cartas; una interminable línea de papel escrito e impreso que nos acompaña a lo largo de cada metro del camino. Y supongamos, también, que la línea es cronológica y nos lleva de una publicación de este mismo año y mes hasta “el libro más antiguo del mundo”, un papiro egipcio del siglo XIX antes de Cristo. Así se mide, sin exageración, el patrimonio de una de las bibliotecas más importantes que existen: la Biblioteca Nacional de Francia.
Son unos 41 millones de documentos, que además de 16 millones de libros y los objetos de la enumeración, incluyen medallas, monedas, grabaciones sonoras e incluso unos 17 mil videojuegos, entre cartuchos, máquinas y consolas. La mayoría de este tesoro está (¿cómo no?) en París. Hay una parte en Aviñón, pero son las cuatro sedes parisinas las que históricamente constituyen la BnF, como la llaman los franceses. Dos de esas sedes, alojadas en la Ópera y en el llamado Arsenal, sólo conceden acceso a investigadores acreditados. En las otras dos encontramos salas de lectura para socios regulares y también, en una de ellas, una sala abierta a todo el público: la famosa Sala Oval, que con su techo de vidrio orlado de hojas doradas, con su anillo de ventanas circulares y sus cuatro pisos de estanterías, erguidas alta y augustamente en torno al espacio central, es uno de los símbolos más distinguidos de la sede Richelieu.
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Establecida en 1721 y ubicada a unas seis cuadras del Louvre, esta es la sede más antigua y bonita de la BnF. Con el correr del tiempo fue quedando chica para una colección que se volvía enorme. Aparecieron entonces las otras sedes, chicas también, hasta que en 1995 se inauguró la gigantesca sede François Mitterand: cuatros torres de vidrio en forma de libro abierto, dispuestas cada una en los cuatro ángulos de una enorme explanada que se hunde en el centro para albergar un gran jardín –o pequeño bosque–de 12 mil metros cuadrados. Si Richelieu es encanto señorial, Mitterand es monumentalidad moderna.
La colección se reparte entre distintos departamentos según el tipo de documento. Hay así un departamento de Manuscritos, de Estampas y Fotografías, de Mapas y Planos y uno cuyo nombre llama especialmente la atención: la Reserva de Libros Raros, alojada en la sede Mitterrand y dirigida desde 2014 por Jean Marc Chatelain, un especialista en la historia del libro, en libros antiguos y, en particular, en la historia literaria e intelectual de los siglos XVI y XVII.
¿Qué son los libros raros? Para responder, Chatelain comienza con la historia de la biblioteca, que es también una parte de la historia de Francia. “La Biblioteca Nacional tiene sus orígenes en una colección de manuscritos y libros impresos que se constituye a fines del siglo XV, cuando esa colección que pertenecía al rey de Francia deja de ser la propiedad personal de un soberano en particular para transferirse a cada sucesivo detentor del trono”, evitando así que “se dispersara con la muerte de cada soberano. La biblioteca del rey se vuelve la biblioteca del reino” y, luego de que la monarquía cayera en 1792, la biblioteca de la república francesa.
"Hay libros de los que existen bastantes ejemplares, empezando por la Biblia de Gutenberg que, igualmente es un tesoro y no es nada fácil de conseguir"
La historia de la Reserva comienza por esa época. “Es una suerte de subcolección que nace en 1794, durante la Revolución, cuando un bibliotecario decidió separar los libros que le parecían más preciosos y que, por lo tanto, merecían una conservación más atenta”.
Los criterios tenían que ver con la relevancia histórica, la calidad de la encuadernación, de las ilustraciones (si las hay), la fama de la imprenta, las posibles anotaciones de dueños anteriores y demás aspectos que podían hacer de un libro un objeto preciado.
Ese es el primer punto a tener en cuenta: “Es ante todo una reserva de libros impresos”, explica Chatelain, lo cual deja afuera cualquier otro tipo de documento. Y no son libros necesariamente extraños –aunque de esos también hay: L’anguria lirica, por ejemplo, un libro del futurismo italiano hecho enteramente de metal– ni únicos. “De hecho, los libros únicos están lejos de ser la mayoría de los que conservamos –explica Chatelain–. Hay libros de los que existen bastantes ejemplares, empezando por la Biblia de Gutenberg [el primer libro impreso en tipos móviles] que, igualmente es un tesoro y no es nada fácil de conseguir”.
Afortunadamente, la BnF conserva dos ejemplares en perfecto estado de este libro que ocupa “un lugar fundacional en nuestra civilización. Es el fundamento de toda la historia occidental del libro impreso”.
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Es difícil describir aquí la belleza, la distinción, la deslumbrante delicadeza de algunos de los ejemplares que hay en la Reserva. Muchos son piezas de lujo destinadas a reyes o emperadores, como una descripción textual y gráfica de la Luna dedicada a Luis XIV, con impecables ilustraciones a color hechas a mano, o como un código civil de 1804 hecho para Napoleón, encuadernado y labrado en vitela.
Hay encuadernaciones que, de tan impresionantes, están firmadas, como la que teje arabescos de oro sobre un mosaico de marroquinas entintadas en un ejemplar de Imitación de Cristo de 1650. Y hay otras que tienen un valor literario de primer orden, como una maqueta de Las flores del mal anotada por el propio Baudelaire, luego de que la editorial se la enviara para una corrección antes de su publicación final.
¿Algún favorito? “Siempre es injusto señalar uno solo –advierte Chatelain–, pero hay uno que me encanta porque es muy divertido. Se llama Composiciones retóricas del señor Don Arlequín, un libro único, de 1601, escrito en italiano macarónico [un idioma medio inventado], que es a la lengua italiana lo que el traje de arlequín es a la vestimenta normal”. Muchas de las páginas están en blanco, “lo cual hace del libro mismo una especie de farsa, pero también contiene algunas de las primeras representaciones de los personajes de la commedia dell’arte”. Aunque seguramente fue hecho en Lyon, el libro afirma haber sido impreso “más allá del fin del mundo”.
Su proveniencia real es un misterio, pero la hipótesis de Chatelain es que fue impreso para una representación teatral hecha por una compañía que el rey Enrique IV, nada menos, había invitado a Lyon como parte de los espectáculos durante su matrimonio con María de Medici.
Hay que tener en cuenta, sin embargo, que “la Reserva no es un museo, sino que acompaña el desarrollo del libro hasta la actualidad”, y así cada año recibe, por ejemplo, nuevos libros de arte contemporáneo con las mejores encuadernaciones que se encuentren hoy en día.
En ese mismo sentido, siguen siendo “muy fieles a los criterios de selección definidos a fines del siglo XVIII”, pero esos criterios también “han evolucionado y amplificado en función de los cambios de la sociedad”. Así es que se incorporó “la noción de vanguardia, entendida como vanguardias literarias y artísticas de principios del siglo XX, pero también vanguardia social, como la contracultura de los años 60″.
¿Y qué hay de las falsificaciones, una amenaza que aqueja a toda colección de objetos preciados? La biblioteca no sólo las reconoce, sino que las aprecia. “La biblioteca tiene libros falsificados”, cuenta su director, pero no es que adquiera falsos por error. El objetivo es otro, y Chatelain lo ilustra con un ejemplo divertido. “En el siglo XIX, el gran falsificador francés Denis Vrain-Lucas había encontrado un cliente llamado Michel Chasles, un matemático brillante, pero muy ingenuo, que quería probar que la ley de gravedad había sido descubierta por Pascal antes que Newton”. O sea, quería “probar que el genio francés era mayor que el genio inglés”. Vrain-Lucas le dijo haber encontrado unas cartas de Pascal que confirmaban el hecho, y no se detuvo ahí. “Chasles empezó a comprar cosas cada vez más raras, hasta llegar a una supuesta correspondencia entre María Magdalena y Lázaro de Betania”. Vrain-Lucas se había pasado de rosca. “Fue descubierto y se decidió que sus falsificaciones fueran destruidas, salvo un pequeño número de manuscritos y libros falsos (como, por ejemplo, con un exlibris de Galileo), que fueron transferidos a la reserva”, con el objetivo, dice Chatelain, “de demostrar la verdad de la falsedad, por así decirlo. Para demostrar que hay verdaderas falsificaciones”.
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Algunas de las encuadernaciones más lujosas del mundo, ilustraciones eximias en libros ilustres, ediciones hechas en metal o con hilos dorados sobre piel de ternera, publicaciones anotadas por maestros de la literatura, los primeros ejemplares de clásicos argentinos o de los primeros libros de la historia. Gran parte de este material ha sido digitalizado y está a la mano en Gallica.bnf.fr, la sede digital de la BnF.
Además de ser otra forma de conservación, la biblioteca online es “un servicio de información que permite llegar a lectores que están lejos” porque, en definitiva, “la colección aumenta no por el solo placer, sino para poder ponerla a disposición de los investigadores”. Chatelain es enfático sobre este punto: “La reserva de libros raros es una colección, pero también una sala de lectura” porque vive en constante contacto con los estudiosos.
Y si bien el libro digital es, en ese sentido, un recurso muy útil, Chatelain asegura que “no sustituye el contacto con el original. Nada puede sustituir el contacto físico con el libro –dice–, porque hay ciertos aspectos del libro, más sutiles, menos aparentes, que fácilmente se nos escapan delante de una pantalla”.
"A pesar de todo, sigue existiendo un aferramiento al papel, como si el libro persistiera como un vínculo entre el mundo anterior y el mundo actual que la tecnología digital no puede suplir"
Pero hay otra razón quizás más profunda “que nunca deberíamos olvidar, pero que tendemos a olvidar en las sociedades contemporáneas. Es la dimensión del placer: el placer de ir a la biblioteca, el placer del libro, que, como la ternura en la vida, no es ni debería ser un lujo”.
Según él, vivimos “una situación paradojal. De un lado, la lectura, que antes era algo muy espontáneo en los espacios públicos, se ha vuelto más ritualizada. Se tiende a leer siempre en los mismos espacios, y es lamentable que haya dejado de ser un gesto tan natural como lo era antes”. Así y todo, “mientras que el libro digital se desarrolla, el número de libros impresos es cada vez más grande” y eso demuestra que “a pesar de todo, sigue existiendo un aferramiento al papel, como si el libro persistiera como un vínculo entre el mundo anterior y el mundo actual que la tecnología digital no puede suplir”. Por eso “lo digital está muy lejos de aniquilar el papel”.
Por lo pronto, nunca podrá reemplazar la Reserva de Libros Raros, que sigue creciendo a razón de unos 300 ejemplares nuevos por año y cuyas maravillas dependen, quizás más que en ningún otro lado, del libro en tanto objeto y del placer que nos siguen procurando.
El valioso material argentino que integra la reserva
La Reserva de Libros Raros no sólo resguarda material en francés. De hecho, cuenta con primeras ediciones de Inquisiciones y El Aleph, de Jorge Luis Borges, e incorporó algunos números de la revista Proa, además de la primera edición de Antología poética argentina seleccionada por Borges, Bioy Casares y Silvina Ocampo. También hay libros que documentan un costado político, en particular de la historia de la resistencia francesa durante el régimen de Vichy. “Son textos históricos del Comité de Liberación Nacional impresos en la Argentina por miembros que estaban exiliados ahí, o textos literarios del diplomático y poeta ganador del Nobel Saint-John Perse”, detalla Jean Marc Chatelain. La más reciente adquisición argentina llegó en 2021 y es “una edición muy rara de Fata Morgana, de André Breton, ilustrada por el artista cubano Wifredo Lam y publicada en Buenos Aires en 1942″
http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA
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