Políticos en pantalla. Los presidentes, reales o inventados, que acaparan las ficciones
Leonardo Sbaraglia hará de Carlos Menem en una serie sobre el riojano
Con el impulso de las plataformas crecen las series y películas con historias de mandatarios y el detrás de escena de hitos del país
Martín Wain
Todo espectador argentino vio más veces el Salón Oval que el sillón de Rivadavia. De Forrest Gump a la flamante Oppenheimer, de Veep a The West Wing, la Casa Blanca ha sido casi una extensión del living de los televidentes y un escenario recurrente en los cines del mundo. A Richard Nixon lo interpretaron Anthony Hopkins, Frank Langella, John Cusack. A Bill Clinton: Dennis Quaid (también hizo de Ronald Reagan y George W. Bush), Clive Owen, Sam Rockwell. Hasta Rob Lowe hizo de John F. Kennedy. La lista es interminable.
Hollywood expone desde siempre la cúspide del poder político en dramas, comedias y thrillers. El primer gran éxito fue a fines de los años 30, con El señor Smith va a Washington, dirigida por Frank Capra. Desde entonces la industria ha ofrecido presidentes inventados, pero también reales, con sus puntos oscuros y hasta riéndose de ellos.
En la era del streaming, las tramas políticas se ubican entre las preferidas del público, desde hace diez años, cuando House of Cards se convertía en punta de lanza de Netflix como primera producción propia basada en algoritmos. El Big Data ayudaba a definir un plan perfecto: la audiencia quería ver los entretelones del poder; la plataforma creó una ficción a su medida. Dirigida por David Fincher, está basada en una serie homónima de la BBC, porque del otro lado del Atlántico también sucede: los mandatarios y reyes europeos encabezan todo tipo de producciones, con The Crown y Borgen entre los éxitos más recientes.
Fernando de la Rúa (Jean Pierre Noher) y Raúl Alfonsín (Manuel Callau), en Diciembre 2001
En la Argentina, desde el origen del cine –nada menos que con La Revolución de Mayo (1909) como primer film argumental– la política ha sido parte de un sinnúmero de tramas, pero sólo en un puñado de casos el foco estuvo puesto en las figuras centrales del país y en sus decisiones. Hasta ahora. Luego del éxito de Argentina, 1985 (que tuvo a Raúl Alfonsín, aunque fuera de campo) se estrenó en junio último Diciembre 2001, la serie de Star+ que recrea la intimidad de los últimos días del gobierno de Fernando de la Rúa, la crisis social y el vacío de poder.
Para los próximos meses está prevista la llegada a Prime Video de Menem, también en formato de serie, basada en hechos reales y protagonizada por Leonardo Sbaraglia. Y esa misma plataforma tendrá en su pantalla, desde este viernes, Doble discurso, una película de Hernán Guerschuny que, además, acaba de estrenarse en cines y muestra la campaña presidencial de un candidato –en este caso– ficticio.
Para el cineasta Mariano Llinás, coguionista de Argentina, 1985 junto a Santiago Mitre, “la Argentina es uno de los países que tiene más tradición en películas sobre sus cuestiones históricas. Tal vez lo que sucede ahora es que por primera vez empiezan a verse películas sobre la democracia. Durante mucho tiempo, con justa razón, se hicieron películas sobre la dictadura. Y ahora empezó a haber interés por una revisión de los primeros años democráticos, repensando la transición democrática como algo que forma ya parte de la historia, y no del presente”.
Rafael Ferro, como el candidato de Doble Discurso
“Mi hipótesis es que los directores de nuestra generación –dice Guerschuny, nacido en 1973– durante muchos años preferimos hablar de política muy lateralmente porque creíamos, y lo seguimos creyendo, que la democracia es un tesoro muy grande. Ahora, habiendo pasado ya un tiempo de su recuperación, podemos empezar a hablar del otro lado de la democracia, cuestionando sus puntos negativos sin sentir por eso que la ponemos en riesgo. Se puede hablar con menos cuidado, sin ser considerados poco demócratas o antipolíticos”.
Doble discurso es una comedia romántica ubicada en un contexto de rivalidades políticas, con un consultor (Diego Peretti) que es contratado para levantar la imagen de Ricardo Prat (Rafael Ferro) e intentar convencer a una periodista (Julieta Cardinali) de que no todo es tan sucio y despiadado como parece. “Mostrar temas como la corrupción –continúa Guerschuny– o la política al servicio de la videopolítica, donde se calculan los discursos para estar en el mapa electoral en vez de pensar en resolver los problemas, me parece que es una forma de defender la democracia, poniendo el foco en quien no la cuida. Es una manera de estar alertas, aunque sea desde la comedia, para que la política no se abuse, para que no pueda hacer lo que quiera”.
El director Benjamín Ávila tiene una larga trayectoria en films de temática política, entre ellos Infancia clandestina (2011), pero con Diciembre 2001 tuvo la posibilidad de trabajar con personajes reales de la cumbre del poder. Basada en el libro El palacio y la calle, de Miguel Bonasso, la serie se ubica unos meses antes del estallido social, tras la renuncia de Chacho Álvarez (Fernán Mirás) y el paso en falso de Ricardo López Murphy por el Ministerio de Economía.
Las finanzas del gobierno de Fernando de la Rúa (Jean Pierre Noher) quedan nuevamente en manos de Domingo Cavallo (Luis Machín, y por fuera del palacio, aunque no tanto, aparecen figuras como Alfonsín (Manuel Callau), Eduardo Duhalde (César Troncoso), Adolfo Rodríguez Saa (Jorge Suárez), Chiche Duhalde (Alejandra Flechner), Carlos Ruckauf (Vando Villamil) y Ramón Puerta (Manuel Vicente), en un compendio de acuerdos y traiciones que mantienen la tensión de thriller.
Julieta Cardinali y Diego Peretti en el film Doble discurso
“Creo que Diciembre 2001 –dice Ávila– demuestra que en la Argentina y en Latinoamérica se pueden hacer series políticas y es un universo que interesa. Antes no se hacían por temas de derechos o por cuestiones de producción, de querer abarcar temáticas que quizá legalmente no se entendía bien cómo eran los contextos. Pero eso ha evolucionado. Hoy estamos preparados para encarar nuestra propia historia, y las plataformas están habilitando esos contenidos con una producción que está a la altura”.
Dos personajes inventados van guiando el relato: un militante (Diego Cremonesi), asesor de la Jefatura de Gabinete, y un operador político de Duhalde (Nicolás Furtado). “Son estupideces que se cuentan, no voy a hacer un juicio por un libreto –dijo el verdadero Eduardo Duhalde, hace unos días, a CNN radio–. Tienen todo el derecho de hacer series o miniseries. Algún amigo mío se enojó, pero yo le dije: ‘¿cómo te vas a enojar? Estamos en un sistema de libertad’”.
“Se tomaron decisiones de casting que de antemano sabía que a algunos no les iban a parecer interesantes, y a otros sí, y que la visión de hechos concretos iba a generar una división de aguas –cuenta Ávila–. Al mismo tiempo, entre los pensamientos más interesantes que me surgieron después de conversar con la gente es que la serie muestra que, en esa época, los rivales políticos eran rivales y no enemigos. Eso hoy ha cambiado por completo, creo que desde 2013, cuando Jorge Lanata inventó ‘la grieta’ y todo el mundo empezó a hablar de eso, y a partir de ahí se suscitó el odio y las divisiones familiares, con los medios fogoneando que eso suceda. La serie muestra cómo De la Rúa y Duhalde, De la Rúa y Alfonsín, Duhalde y Alfonsín… podían ser opositores sin querer aniquilar al otro. Hoy con una liviandad absoluta se dice ‘queremos eliminar al oponente’”.
Llinás destaca la figura de Juan Domingo Perón como un mandatario que sí ha sido retratado en el cine, “pero curiosamente no como un personaje político: se lo suele mostrar como un personaje un tanto mítico y, sobre todo, como un enamorado de Eva Perón. Es llamativo que, en la cinematografía política argentina, Perón suela ser un personaje sidekick de Evita, casi un personaje secundario. Es interesante, supongo que se debe a Andrew Lloyd Webber [compositor del musical Evita].
El balcón de la Casa Rosada llegó, justamente, hasta la versión del musical creada por Alan Parker. Pero el interior real del palacio se ha visto poco. Por eso, el inicio de Doble discurso parece regodearse en esta locación casi inédita, en un largo plano secuencia.
“La película –detalla Guerschuny– empezaba con la escena siguiente, cuando El Griego (Peretti) entra a una reunión de padres. Pero días antes de empezar a filmar nos encontramos con una historia que salió como noticia: un periodista uruguayo había entrevistado a Carlos Menem y después de la entrevista, recibió la llamada de uno de sus operadores. Éste le contó que Menem se había descompensado y le preguntó si estaba dispuesto a cambiar, en el caso de que el presidente no zafara de una operación, las respuestas del reportaje sobre quién iba a ser su sucesor político. Le ofrecía una cifra millonaria. Nos pareció un gran comienzo para esta película que habla de un candidato medio inventado, que llega gracias a un operador y que lo único que necesitaba era el beneplácito del líder”.
En la comedia se ven algunas imágenes reales, como los debates televisados de Dante Caputo con Vicente Saadi por el Tratado de Paz por el Canal de Beagle (1984), y el de Mauricio Macri con Daniel Scioli (2015). Aparecen cuando el candidato es coacheado al extremo por el asesor de imagen.
La Cordillera, el film de 2017 que abrió un camino
A la hora de contar mandatarios inventados, Llinás menciona su experiencia con La Cordillera (2017), película que también escribió con Santiago Mitre, cuyo escenario es una cumbre latinoamericana y donde el presidente argentino (Ricardo Darín) vive un drama político y familiar.
“Era una rareza eso de imaginar un presidente. Nos preguntaban: ‘¿Quién es? ¿Macri? ¿Es en contra de Macri la película?’. Cuando ves un presidente de ficción en los Estados Unidos no pensás quién es, ni siquiera si es republicano o demócrata. Es la figura del presidente. Acá se lo analiza mucho desde la contingencia, tal vez porque hemos tenido menos presidentes, entonces cada uno se define de manera más nítida. Los americanos tienen presidentes electos hace 250 años, sin alterar el orden constitucional. Entonces hay una idea de que un presidente puede ser una figura de recambio, ‘un hombre común, un hombre sin atributos’, como decía Alfonsín. Acá no. Pensamos en los presidentes como figuras fuertes, con sus características y sus relatos propios. Esa posible sucesión de criaturas grises es inimaginable todavía en el país”.
http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA
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