Son las 6 de la tarde de un miércoles de otoño extremadamente caluroso y húmedo y la recientemente renovada plaza Monseñor Miguel de Andrea (una manzana limitada por la avenida Córdoba y las calles Anchorena, Paraguay y Jean Jaures) está repleta de gente.
En la zona de juegos, rodeada de rejas, muchas madres y algún que otro padre charlan mientras los chicos se divierten. En el espacio de las máquinas para entrenar, se turnan jóvenes que buscan mejorar su forma física. En los bancos y en el pasto, algunas parejas se besan y vecinos toman mate o leen. Alrededor de la plaza, algunos dan vueltas por la senda aeróbica. Y en el canil, unos veinte perros ladran y se persiguen mientras sus dueños charlan.
El bebedero de la plaza Monseñor de Andrea
Según los vecinos, las cosas funcionan mejor así, cada uno por su lado. Antes de la renovación de la plaza, había muchas discusiones entre los dueños de los perros y los vecinos que llevaban a jugar a sus nenes, porque los animales a veces chocaban a los más chicos y además hacían sus necesidades en la zona de juegos y molestaban a quienes intentaban disfrutar de un picnic.
En la Ciudad hay 51 caniles. Desde el año pasado, el gobierno porteño construyó 16 nuevos en plazas como Lavalle y Armenia y en los parques Las Heras y Patricios, entre otros, y renovó seis de los que estaban antes, que eran tan solo un espacio de tierra rodeado de rejas.
Pablo es médico y trabaja en clínicas de la zona. Vino con sus hijas Alexia (6) y Francesca (4), que juegan con otros chicos. "La plaza está mucho mejor. Antes se metían los perros y orinaban y hacían caca en el sector de juegos, ahora cada cual tiene su espacio y está bien", afirma.
Greta, una hermosa guaimarán, en Plaza Armenia
Los mismo piensa Jovana , una ama de casa nacida en Moyobamba, Perú, que hace seis años vive en Argentina. Ella fue a la plaza con su hijo de dos años, Liam, y su sobrino Lionel (4), que juegan en las hamacas. "Cuando no estaba el canil, los perritos andaban por todos lados, no tenían su propio espacio, con los nenes era un desastre porque a veces venías y se ensuciaban con popó. Ahora mejoró bastante", dice.
La opinión es compartida por Esther que está sentada en el sector de juegos mientras sus tres hijos, Daniel, Nisim y David corretean por ahí. "La idea fue espectacular, porque muchos chicos dejaban de venir a la plaza por los perros. A mí me daba lástima porque las personas teníamos que estar enrejadas y los perros sueltos. Lo malo es que hay gente que no respeta", asegura.
Los juegos sirven para que los perros se mantengan en forma
El nuevo canil está enrejado, tiene un sistema de doble puerta para que los perros no se escapen, bebederos que pueden ser accionados por los animales, bolsas para levantar excrementos, asientos con forma de hueso y hasta algunos juegos para que los canes se diviertan. Ni bien se entra, lo que llama la atención es que no hay mal olor. El suelo está cubierto con unas piedritas que permiten la absorción y el filtrado de líquidos. Además, el canil está rodeado de vegetación.
Los hermanos Daniela (estudiante de Medicina en la UBA) y Andrés (estudiante de ingeniería en la misma universidad) ven de lejos como su perro, un bretón llamado Caramelo, juega con otros dentro del canil. "Venimos desde antes de que reformaran la plaza -cuenta la chica-. Antes los perros andaban por todos lados. Ahora tienen mucho espacio y pueden tomar agua. Los juegos y los asientos están buenos y además nos llevamos bien con los otros dueños", relata.
El canil de plaza Monseñor de Andrea está rodeado de verde
Unos metros más allá, Victoria (traductora y docente de inglés), Graciela (productora de seguros) y Pablo (arquitecto) conversan sobre los problemas de la plaza. Los tres coinciden en que hay un sector que se llena de barro por los aspersores automáticos y critican un poco a los paseadores, que se adueñan del canil por la mañana. De todas formas, los tres rescatan que ahora están más tranquilos y bajaron los problemas de convivencia.
Victoria, Graciela y Pablo charlan mientras sus perros juegan
Críticas a los paseadores
El tema de los paseadores surge con frecuencia entre los dueños particulares. En plaza Armenia, Palermo, Guillermo asegura, mientras vigila a su perra Catalina, que va por la tarde porque por la mañana los paseadores son "amos y señores" del canil. "Vienen y sus perros atacan en manada a los otros", dice.
Catalina toma agua en el canil de Plaza Armenia
Señalados como los malos de la película, los paseadores también tienen algo para decir: "Yo no soy adepto a los caniles, porque los perros se sienten medio incómodos, a veces no juegan, se quedan quietos, se sienten encerrados. El bebedero está bueno, pero los juegos quitan espacio", asegura Matías mientras vigila a los diez perros que llevó al canil de la plaza De Andrea, también conocida como "la plaza de los perros". El paseador coincide con los vecinos en criticar a los aspersores que producen barro. A su lado, Ludmila dice que el canil de esta plaza es el que más le gusta, porque es "el que tiene más verde y es grande".
La paseadora Evan, del mismo grupo, se queja de que los caniles tienen errores de diagramación, porque los perros chiquitos se pueden escapar por debajo de las rejas y dice que el canil de Parque Las Heras es muy chico para el tamaño del espacio verde.
Catalina, cariñosa con todos
Sentada en un banco con forma de hueso en el canil de la Plaza San Martín, la colombiana Paola vigila a Pedro, el bulldog francés que se encarga de pasear. Ella tiene un solo perro a cargo, pero su marido es paseador y conoce del tema. "Han mejorado mucho los caniles", reconoce, y cuenta que muchos paseadores se fueron de Parque Las Heras porque pusieron un canil chico, que no da abasto.
Pedro juega en el canil de la Plaza San Martín
Victoria y Gianmarco, son novios y estudian Economía en la Universidad Di Tella. Entraron por primera vez al canil de la plaza San Martín con Blackie, su caniche toy. "Mi hermana vino con su perro, me dijo que estaba bien y por eso vine", cuenta la chica, mientras trata de que su perrito se trepe a uno de los juegos.
"Uno de cada dos hogares de nuestra Ciudad tiene una mascota. Por eso, estamos convencidos de la importancia de generar más espacios con mejores servicios para que nuestros vecinos puedan disfrutar junto a ellas en los parques porteños", asegura Eduardo Macchiavelli, ministro de Ambiente y Espacio Público de la Ciudad.
La importancia que le da el gobierno porteño al tema tiene sentido si se miran los números. Según la Encuesta Anual de Hogares hecha en 2014, en Buenos Aires hay alrededor de 430.000 perros. Los vecinos de la comuna 9 (Liniers, Mataderos y Parque Avellaneda) son los que tienen más canes. De allí que surjan iniciativas como la que permitió llevar mascotas en el subte y la fallida para que pudieran entrar a los restaurantes.
V. P. S.
FOTOS
MAURO ALFIERI
SANTIAGO FILIPUZZI
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Nota: sólo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.