lunes, 4 de febrero de 2019
LECTURA RECOMENDADA,
Fantasma de la vanguardia, de Damián Tabarovsky
La batalla fundamental se da siempre, en literatura, en el campo del lenguaje. Claro que es preciso situar a la literatura en el corazón mismo de lo social, y por lo tanto reconocerla como hecho político: alejarla del carácter de mero entretenimiento con el que muchos escritores disfrazan su tibieza o su cinismo, y que esa bestia omnisciente que es el mercado no solo aprovecha sino que también genera a conciencia y alimenta sin piedad.
Damián Tabarovsky (Buenos Aires, 1967) parte en Fantasma de la vanguardia de ese núcleo, el del lenguaje como centro de tensiones y disputas -el lenguaje con sus imposiciones, derrotas, transiciones, evidencias-, para construir un sujeto teórico que se ramifica y se repliega sobre sí mismo, dialogando en una serie de artículos con su propio centro: ampliándolo, revisándolo, agregándole matices y capas de sentido. Fantasma de la vanguardia podría leerse, en principio, como un complemento de aquel Literatura de izquierda publicado en 2004 que armara cierto revuelo y que abogaba, en lo esencial, por una escritura que implicase cierta dosis de riesgo. Solo una lectura tendenciosa o demasiado literal podía entender que Tabarovsky -en esa suerte de "manifiesto", como lo bautizó Martín Kohan- pretendiera borrar de la faz de la tierra literaria tramas, argumentos y personajes; lo que en verdad reclamaba era la preponderancia de las palabras, y por tanto de las formas; sabemos, con Sontag, que el estilo no embellece a la cosa, sino que es la cosa misma.
El párrafo final de su último libro propone, a propósito de ello, una nueva declaración de principios: "Instalar a la lengua como un derecho y no como una mercancía, es una de las batallas políticas centrales de nuestro tiempo". Tabarovsky entiende, tomando como punto de partida a Barthes -pero también a Nietzsche-, que el lenguaje es una forma de dominación, y que es preciso no solo desconfiar de él, sino también combatirlo, subvertir la sintaxis dominante, desestructurarla (y por lo tanto, habría que agregar, "desautomatizar la percepción", como proponían los formalistas), ponerla patas para arriba. Crear siempre desde cero -aunque eso resulte imposible- para formar una suerte de "comunidad imaginaria", "inoperante", integrada por voces únicas.
El término "literatura de izquierda" retorna una y otra vez a lo largo de los diversos ensayos, potenciado ahora por ese espectro que es un lente juicioso desde el que observar, en particular, a buena parte de la literatura argentina actual y su relación traumática -por lo pasiva, por lo reaccionaria- con el lenguaje. Si ya no es posible hablar de vanguardia, señala Tabarovsky, al menos invoquemos su fantasma. "Un fantasma es algo que ya murió, pero que de alguna manera está. Algo con lo que podemos dialogar". Desde esa suerte de plataforma, entonces, imaginar y rescatar una literatura cuyo lugar en el mundo sea "el buceo del lenguaje, el balbuceo"; una lucha en la que cada escritor inaugura una comunidad, aunque "no funda nada. [.] Se inaugura como interrupción. Pero al mismo tiempo la interrupción compromete a no anular su gesto, a recomenzar otra vez".
Aunque retacee los ejemplos positivos -pese a la veintena de editoriales "independientes" cuyo trabajo rescata- y evite desmenuzar los pocos que sí menciona, lo importante de la aparición de un libro como el de Tabarovsky es que retoma, desde diversas perspectivas -algunas realmente originales-, una discusión que va mucho más allá de lo literario. O mejor: que recupera para la literatura su signo sedicioso, provocador, revolucionario.
J. M. B
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