Febriles negociaciones en una etapa clave del proceso electoral
Sergio Berensztein
Con la mira puesta en las primarias, el debate gira en torno a las fórmulas, en un clima de incertidumbre
Estamos en plena etapa de definiciones de cara al proceso electoral: pronto vence el plazo para la presentación de los frentes (12/6) y de las candidaturas (22/6). Las febriles negociaciones se desarrollan como partidas de ajedrez simultáneas y las opciones para muchos de los actores se acotan a partir de decisiones que se toman sin su presencia o incluso en contra de su voluntad y de sus intereses. A menudo, se incumplen promesas que parecían hechos consumados y se produce una hiperinflación de sospechas, intrigas y teorías conspirativas de lo más disparatadas, que algunos de los protagonistas consideran ciertas o al menos verosímiles, por lo que operan en consecuencia. ¿Se equivocan? Ex ante, es muy difícil saberlo. Recién dependiendo de quién gane será posible determinar quién tenía razón. Las victorias minimizan las dudas previas y hacen olvidar miserias y circunstancias que exponen debilidades en un universo nebuloso, repleto de interrogantes. Las derrotas, por el contrario, agigantan los cuestionamientos, aun sobre pilares conceptuales que parecían inquebrantables.
Muchos de los debates giran en torno a las fórmulas. ¿Hacen realmente la diferencia? ¿Es más valioso contar con una buena candidatura a presidente, o a vice, que controlar la volatilidad cambiaria y la inflación? Uno de los elementos que caracterizan la actual coyuntura es la incertidumbre respecto de la dinámica económica, en particular entre las primarias de agosto y las elecciones de octubre. Los optimistas del Gobierno consideran que lo peor ya pasó y que la situación mejorará paulatinamente, en especial si el oficialismo parte con algo más de un tercio de los votos y llega a octubre, gracias a la demostrada destreza de su equipo especializado en campañas, con chances de arañar los 40 puntos.
Parece una utopía, pero las visibles dificultades de Alternativa Federal y Consenso 19 para acordar un mecanismo común que potencie sus posibilidades son la mejor noticia para quienes se suman a la pretensión de Jaime Durán Barba: que el miedo a Cristina pese más que la decepción con el macrismo. Por el contrario, están quienes suponen que el daño causado por la crisis económica a la coalición gobernante es irreversible. Entre ellos, se destacan conspicuos kirchneristas y, notablemente, muchos radicales del interior que, para sostener sus candidaturas, eliminaron la estética Cambiemos y cualquier vestigio relacionado con el apellido Macri. Para este subgrupo la suerte está echada y lo que ocurre en la Casa Rosada es un autoengaño producido por una mirada sesgada y determinista.
Finalmente, están los que suponen que otro episodio de volatilidad cambiaria podría jugar un papel fundamental, disminuyendo las chances de Macri y convirtiendo en competitivas, por defecto, las restantes fuerzas moderadas que buscan diferenciarse del kirchnerismo. Esta es la apuesta tanto de Lavagna como de Alternativa Federal, que navegan sus propios laberintos aspirando a capitalizar ese potencial descalabro. Si se unieran, incrementarían su visibilidad y su atractivo, pero la puja por las candidaturas y una creciente desconfianza se combinaron para obstaculizar cualquier solución negociada.
Otros interrogantes se centran en el potencial equilibrio de poder entre los integrantes de una determinada coalición electoral. Están quienes buscan mayor protagonismo en una eventual segunda administración de Cambiemos (ese fue el reclamo central del radicalismo esta semana en la convención partidaria) y, fundamentalmente, quienes dudan de la independencia o autonomía que tendría Alberto Fernández en caso de ganar esta elección. Las suspicacias emergen como consecuencia de la forma en que se consagró su candidatura: no fue a través de un congreso partidario ni de un proceso deliberativo, sino resultado de una decisión personalísima de Cristina. ¿Cuál será la cuota real de influencia que tendrá la expresidenta en caso de que la fórmula resulte victoriosa?
Las especulaciones están a la orden del día y las comparaciones más reiteradas comparten un mismo pecado: no capturan las características centrales de este peculiar escenario. Se habla de un revival de aquel "Cámpora al gobierno, Perón al poder".
Otros interrogantes se centran en el potencial equilibrio de poder entre los integrantes de una determinada coalición electoral. Están quienes buscan mayor protagonismo en una eventual segunda administración de Cambiemos (ese fue el reclamo central del radicalismo esta semana en la convención partidaria) y, fundamentalmente, quienes dudan de la independencia o autonomía que tendría Alberto Fernández en caso de ganar esta elección. Las suspicacias emergen como consecuencia de la forma en que se consagró su candidatura: no fue a través de un congreso partidario ni de un proceso deliberativo, sino resultado de una decisión personalísima de Cristina. ¿Cuál será la cuota real de influencia que tendrá la expresidenta en caso de que la fórmula resulte victoriosa?
Las especulaciones están a la orden del día y las comparaciones más reiteradas comparten un mismo pecado: no capturan las características centrales de este peculiar escenario. Se habla de un revival de aquel "Cámpora al gobierno, Perón al poder".
Sin embargo, existe una diferencia clave. En aquel caso, a partir de una regulación electoral ad hoc, Perón estuvo inhibido de participar en las elecciones de marzo de 1973. En el actual, Cristina no sufre limitación alguna y da voluntariamente un paso al costado. En el exterior pusieron la fórmula Fernández-Fernández frente al espejo con la de George W. Bush y Dick Cheney: este último era el real broker del poder, con fuertes contactos con la industria de defensa y una visión polémica sobre la política exterior, mientras que Bush nunca estuvo realmente a cargo de la administración. Esta comparación omite la importancia de la expresidente como líder en la Argentina, a niveles que Cheney jamás alcanzó en EE.UU. El contraste entre Alberto Fernández y Dmitri Medvédev, puesto a dedo por Vladimir Putin en 2008, también carece de sustancia: Putin no podía continuar en el poder por una restricción constitucional, con lo cual decidió ceder un mandato el poder y retomarlo apenas quedara saldada esa limitación. La diferencia, de nuevo, es que Cristina elige un protagonismo secundario.
¿Por qué? Trump no es Obama y el pánico que su competitiva candidatura generaría en los mercados es motivo suficiente para correrse del centro de la escena. Más aún, una mayoría de la sociedad argentina la viene rechazando desde los cacerolazos de 2012, incluyendo duras derrotas en cuatro de las últimas cinco elecciones: 2009, 2013, 2015 y 2017. Esa lectura crítica la llevó a convocar a la figura más pragmática, versátil y hasta crítica con su estilo que tenía a disposición. Alberto Fernández podría construir desde el poder una coalición amplia y plural como lo hizo junto a Néstor Kirchner entre 2003 y el conflicto con el campo.
¿Por qué? Trump no es Obama y el pánico que su competitiva candidatura generaría en los mercados es motivo suficiente para correrse del centro de la escena. Más aún, una mayoría de la sociedad argentina la viene rechazando desde los cacerolazos de 2012, incluyendo duras derrotas en cuatro de las últimas cinco elecciones: 2009, 2013, 2015 y 2017. Esa lectura crítica la llevó a convocar a la figura más pragmática, versátil y hasta crítica con su estilo que tenía a disposición. Alberto Fernández podría construir desde el poder una coalición amplia y plural como lo hizo junto a Néstor Kirchner entre 2003 y el conflicto con el campo.
Quienes dudan de la capacidad de gobernar de Alberto Fernández menosprecian el enorme poder que tiene en la Argentina la institución presidencial: el titular del Ejecutivo dispone de un enorme caudal de recursos para armar coaliciones y desarrollar una agenda potencialmente transformadora. Así lo demostró el propio Néstor: asumió con una fuerte debilidad de origen (había alcanzado el segundo lugar en la primera vuelta y, luego de que desistiera Menem, no hubo ballottage), pero en poco tiempo acumuló una increíble cantidad de poder, gracias a la incorporación de diversos sectores de dentro y de fuera del peronismo: fue la época de la concertación plural, de la transversalidad, del radicalismo K. Esto se logró de arriba hacia bajo, desde la presidencia, recauchutando un sistema político que había quedado desquiciado con la crisis de 2001-2002.
¿Será capaz Alberto Fernández de repetir la gesta de su exjefe y evitar cualquier condicionamiento por parte de la eventual vice y sus seguidores más incondicionales? Tendrá que caminar a través de un estrecho y tramposo desfiladero, para lo cual deberá desplegar toda su capacidad de negociación, persuasión, disuasión y disciplinamiento. Las fórmulas, en conclusión, no son más que una herramienta para constituir coaliciones electorales más o menos equilibradas con las que se pretende conquistar el poder. Lo que consolida y reproduce el poder de un presidente -y, en caso de llegar a serlo, Alberto Fernández no escapará a esta norma- es su capacidad de ejercerlo y de responder a las demandas de la ciudadanía.
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