El kirchnerismo cierra el círculo
Sergio Suppo
Nueva Constitución sin Poder Judicial. Jueces que deberán "dar explicaciones" por sus resoluciones y fallos. La necesidad de "revisar sentencias" de los casos de corrupción. La especulación de un indulto como premio político para el ganador de las elecciones. La libertad para los políticos presos, llamados "presos políticos" por quienes las reclaman.
Todavía sin el discurso impermeable de un candidato en campaña, Alberto Fernández transitó su primera semana de elegido por Cristina Kirchner hablando de la necesidad más perentoria de su jefa y de su grupo político. Pasan los días y su discurso empieza a cerrarse. Ya es mejor no hablar de ciertas cosas.
La autoindulgencia no es un dato nuevo en el peronismo, que siempre encontró razones políticas por sobre leyes y códigos. Ya ocurrió con la liberación masiva de guerrilleros detenidos, en 1973, y con el indulto de Carlos Menem, que en los años 90 benefició a los altos mandos de la dictadura y a los jefes de las "formaciones especiales". Entre ambas fechas, en 1983, el peronismo que postuló a la presidencia a Ítalo Luder avaló con su silencio la amnistía que quiso imponer Reynaldo Bignone, el último gobernante de facto. Ese perdón, esperaba aquel justicialismo, también borraría la persecución de los crímenes cometidos por los funcionarios de Isabel Perón antes del golpe que la derrocó en marzo de 1976.
Por el contrario, el kirchnerismo, última versión del viejo movimiento, encontró en las violaciones a los derechos humanos de los años 70 un punto de partida para la construcción de su relato y para la reivindicación de las andanzas de la juventud maravillosa. Fue, también, una oportunidad para inventarse un rentable pasado heroico.
Por ese camino, Néstor Kirchner puso en ejecución ese discurso con la rehabilitación de los enjuiciamientos a todos los responsables de la represión que habían sido cancelados por las leyes de obediencia debida y punto final. Sin antecedentes en la defensa de los derechos humanos, Kirchner pudo decir que habían impulsado la justicia contra la impunidad. A salvo quedaron los jefes guerrilleros que, además de ser exaltados como héroes desde el poder, se beneficiaron con la prescripción de sus delitos por no ser considerados de lesa humanidad como los cometidos desde el Estado.
Entre tanta épica y cadenas nacionales, se edificó un sistema piramidal de recaudación de coimas que, como todo esquema de corrupción, precisó de una coraza de protección y amparo. Eso duró mientras el kirchnerismo estuvo en el poder.
Un círculo perverso busca ahora completarse con un triunfo del kirchnerismo: los autoproclamados campeones contra la impunidad irán a buscarla con desesperación en su propio beneficio. Serán generosos. No van a dejar desamparados a los empresarios que tan felizmente colaboraron con el sistema de sobreprecios y retornos. El perdón tiene que ser amplio y generoso para ser más aceptado.
Es exactamente lo contrario a una casualidad que detrás del vidrio que separaba al público del banquillo de los acusados, el martes pasado, Cristina haya podido sentar a Abuelas y Madres de Plaza de Mayo. El uso de aquellas reivindicaciones y de sus protagonistas no se agotó en los años de enjuiciamientos y condenas a los represores. Cristina las usa para garantizar los valores inversos que dijeron defender y representar. Tal vez haya demasiadas candidaturas de humo como para poder ver con claridad lo evidente.
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