jueves, 30 de julio de 2020
EL ANÁLISIS DE JOAQUÍN MORALES SOLÁ,
Cristina, sola con Bonafini y De Vido
Joaquín Morales Solá
Es una coalición poliédrica y contradictoria. Las diferencias entre Alberto Fernández y Cristina Kirchner salieron a la luz en los últimos días, como nunca antes, por decisión de la expresidenta más que del actual jefe del Ejecutivo. Si se achica el haz de luz sobre lo que realmente importa, sobresalen los desacuerdos por la forma de hacer política, por la manera de encarar las relaciones con los sectores económicos y por la política exterior. No es poco. Es mucho. La primera pregunta que debemos hacernos es si esas diferencias se plantean cara a cara entre ellos. Versiones seguras de ambos lados señalan que Cristina prefiere sobrevolar los hechos cuando habla por teléfono con el Presidente.
Después, hace saber más claramente su posición mediante un tuit, su herramienta política favorita, o apoyando implícitamente a los voceros del ala más radicalizada del cristinismo.
Ninguno disimula las diferencias en sus respectivas intimidades. El conflicto surge cuando el Presidente se ve obligado a cambiar, aclarar o morigerar sus posiciones para mantener la imagen de cohesión interna. La unidad entre ellos es indispensable para enfrentar los próximos tiempos de crisis sanitaria y económica. Esa es la conclusión del Presidente. Una síntesis podría resumirse así: con Cristina es difícil, sin Cristina es imposible. Ella acumula una cuota de poder institucional inédita en un vicepresidente desde 1983 (y desde antes también) y un liderazgo indiscutido sobre el sector más numeroso del peronismo gobernante. La contradicción es que todo eso no le es suficiente para conservar el poder o para enfrentar una elección, como la que se avecina el año próximo. Lo vuelve a necesitar a Alberto.
A Cristina no le gustó la escenografía del acto del 9 de Julio, sobre todo por la presencia de varios empresarios. Lo hizo saber cuando mandó a la política a leer un artículo del periodista Alfredo Zaiat, publicado en Página 12. Pícara, antes había hablado con Alberto. “¿Leíste a Zaiat?”, le deslizó. El Presidente le contestó que sí y que había encontrado “sesgado” el punto de vista de Zaiat, de quien es amigo. Después de notificarlo elípticamente, Cristina dio rienda suelta a su fascinación por el pensamiento de Zaiat. El periodista y economista planteaba como inconducente una alianza con la dirigencia empresaria argentina, tal como es y como había estado al lado del Presidente el 9 de Julio.
Primer chisporroteo por algo que es especialmente sensible: la forma de hacer política. “El Presidente sigue creyendo que hacer política es conversar y tratar de convencer”, aseguran a su lado. Lo que no dicen, pero lo sugieren, es la diferencia con Cristina. Ella hace política con el látigo o el garrote. No entiende otra forma. Fue siempre así. Alberto prometió que no cambiará sus maneras. “Para él, la construcción de poder se hace conversando con la política y con los poderes fácticos. Lo fueron a buscar porque es así y ganamos porque él es así. ¿Por qué debería cambiar? ¿Qué sentido tendría si todos nos reducimos?”, resumen a su lado.
Si bien se mira la foto del 9 de Julio, el dirigente que más rechazo debió provocar en Cristina es el presidente de la Sociedad Rural, Daniel Pelegrina. ¿Y Miguel Acevedo, presidente de la Unión Industrial? Acevedo viene de Aceitera General Deheza, cuyo líder, Roberto Urquía, es un viejo amigo de Cristina. ¿Y Adelmo Gabbi, presidente de la Bolsa de Comercio? Cristina visitó a Gabbi en sus tiempos de presidenta mucho más que Alberto. El primer problema para Cristina es Pelegrina, porque este le recuerda la guerra con el campo que ella perdió. El segundo problema de la vicepresidenta es que Alberto coincide con el pensamiento de Pelegrina. El titular de la Sociedad Rural suele decir que la Argentina debe producir alimentos para sus animales antes que exportar esos alimentos para animales del exterior. Y que luego debe procesar las carnes en industrias locales para exportarlas al mundo. Alberto viene postulando lo mismo.
Hace poco, en un seminario sobre economía, Pelegrina manifestó públicamente las diferencias en la cima política. Primero advirtió sobre los avances del populismo en el contexto de la pandemia mundial. Y luego se metió de frente en el conflicto local. Advirtió sobre los avances del kirchnerismo y sobre la necesidad de Alberto de retroceder. “Son señales erróneas y confusas para la inversión”, concluyó. El kirchnerismo se enojó con Techint y Clarín por el acto del 9 de Julio. “Hablan por hablar. Ni Techint ni Clarín estuvieron en ese acto”, subraya el albertismo. No estuvieron, en efecto.
Colaboradores de Alberto sintetizan de esta manera la posición de él: “Estuvo el 9 de Julio con los que pueden invertir. Quiere una sociedad distinta, pero no puede cambiar a los empresarios. Alberto no imagina el fin del capitalismo en el mundo después de la pandemia”. Otra vez no dicen lo que están diciendo entre líneas: el cristinismo (y Cristina) se imagina un mundo pospandemia radicalmente distinto, con el capitalismo hecho jirones. No aclaran de dónde saldrá el dinero para la reconstrucción. ¿Serán fisiócratas, seguidores de la escuela económica que confía solo en el equilibrio de la naturaleza?
El tercer conflicto es la política exterior. Hay algo significativo en esa discordia. El Presidente sabe que en la solución de la deuda argentina, ya sea con los bonistas o con el Fondo Monetario, la influencia de Estados Unidos es decisiva. El amigo de Alberto en América Latina, el mexicano López Obrador, le acaba de enseñar que un progresista puede (o debe) llevarse bien con Donald Trump, siempre que el interés nacional se lo exija. Por eso, el gobierno argentino manifestó en las Naciones Unidas su preocupación por los derechos humanos y por la situación política, económica y social en Venezuela. El canciller Felipe Solá debió aclarar ante corresponsables extranjeros que el Gobierno manifestó su “preocupación” por los derechos humanos bajo la dictadura de Maduro y que “no denunció” esa situación. Dictadura es una palabra prohibida en el Gobierno. Sergio Massa es el único miembro de la coalición gobernante que dice dictadura cuando habla de Venezuela. El significado preciso de las palabras es importante en la diplomacia, es cierto, pero es más importante para el inestable equilibrio de la alianza peronista en el poder. La “preocupación” se respalda en el demoledor informe de Michelle Bachelet, comisionada de la ONU para los derechos humanos, sobre la situación en Venezuela. ¿Quién puede contradecir a Bachelet, la grande dame de la izquierda latinoamericana? Pero deben seguirla con paso suave, cansino. El patrullaje ideológico está cerca y es rápido.
Una diferencia sustancial pasó inadvertida entre tanto ruido. Alberto fue extremadamente crítico de lo que hizo el juez Federico Villena en el caso del supuesto espionaje en tiempos de Macri. “Él cree que ningún juez serio debe meter presas un viernes a 22 personas, por más detestables que sean, para liberarlas el lunes”, señalan a su lado. Cristina se paseó del brazo de Villena.
El retroceso de Alberto Fernández sobre el acuerdo con Irán por el atentado contra la AMIA no modifica el fondo de la cuestión. Ese acuerdo trató de encubrir a los culpables del atentado. Es lo que Alberto decía antes y lo que cambió ahora. Otro cambio más. El Presidente tiene capacidad retórica para cambiar su pasado, pero no para modificar los hechos. Otra cosa es si fue una decisión política justiciable –o no–, cuestión que solo puede resolver la Corte Suprema.
Un vaho de victoria rodea al Presidente después de medir la relación de fuerzas. Cuando escribe en el diario imaginario de su presidencia debe recordar que los intendentes del conurbano estuvieron de su lado. Los carteles con “Fuerza Alberto” los financiaron ellos y empapelaron sus distritos con ese aliento. Varios gobernadores peronistas aseguraron que llamaron al Presidente para manifestarle su adhesión. ¿Y quiénes adhirieron a Cristina? “No nos hacemos esa pregunta”, responde el cristinismo. Ella, en verdad, quedó sola con Hebe de Bonafini y Julio De Vido. Alberto dejó constancia de eso también en su diario inconcebible. Los otros no hacen la pregunta para evitar la respuesta.
El conflicto surge cuando Alberto Fernández se ve obligado a cambiar o morigerar sus posiciones para mantener la imagen de cohesión interna
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