El legado de Rosalind Franklin
Mañana cumpliría 100 años una de las científicas más gravitantes del siglo XX, Rosalind Franklin. Fue una pionera en varios campos, pero su nombre se haría más conocido por la trama de traición, lucha de egos e inequidad de género que protagonizó a su pesar que por su trabajo de investigación.
Franklin se convirtió en uno de los íconos que ilustraron la postergación de la mujer en la ciencia cuando, utilizando la cristalografía por difracción de rayos X, logró tomar junto con su estudiante de doctorado, Raymond Gosling, las imágenes más nítidas de la estructura del ADN, un tema que por esos años había desatado una competencia nada caballeresca entre equipos científicos de Cambridge y Londres. Algunas eran tan asombrosamente claras que “el esqueleto mismo de la estructura casi saltaba a la vista”; especialmente una, la famosa “foto 51”. Un colega del King’s College, Maurice Wilkins, la sustrajo de su escritorio sin consultar y se la mostró a Watson y Crick, con lo que les dio la clave para completar el rompecabezas que estaban armando
. En 1962, Watson, Crick y Wilkins recibían el Nobel. Franklin, fallecida cuatro años antes, ni siquiera fue incluida en los agradecimientos.
Tal como a Einstein se lo recuerda por sus célebres “despistes”, tras conocerse los detalles de estas intrigas, la memoria colectiva redujo la contribución de Franklin a este puñado de trazos gruesos. Pero esta semana, con motivo del centenario de su nacimiento, la revista Nature le dedica un editorial en el que destaca que sus contribuciones excedieron en mucho su papel catalizador en el descubrimiento de la estructura del ADN.
“Fue una incansable investigador a de los secretos de la naturaleza –afirma la revista– y trabajó en biología, química, física, enfocándose en investigaciones que eran importantes para la sociedad. Realizó avances en la ciencia del carbón y se convirtió en experta en el estudio de virus que causan enfermedades en plantas y seres humanos. En esencia, es gracias a Franklin, sus colaboradores y sucesores, que los científicos de hoy pueden utilizar herramientas como la secuenciación de ADN y la cristalografía de rayos X para estudiar
“Se convirtió en experta en el estudio de virus que causan enfermedades en plantas y humanos”virus tales como el SARS-COV-2”.
De hecho, subraya, la carrera científica de Rosalind Franklin empezó en la física. Durante su doctorado, en los años cuarenta, ayudó a determinar la densidad, estructura y composición del carbón, que en esos tiempos se usaba para calefaccionar hogares y como combustible en las industrias. Ella quería dilucidar su porosidad, especialmente para entender cómo producir una combustión más eficiente. E, indirectamente, ayudó a diseñar las máscaras que en la segunda Guerra Mundial contenían filtros de ese material para protegerse del gas tóxico.
Del carbón, Franklin pasó al estudio de los virus, que la fascinarían. Durante la primera mitad de la década de 1950, pasó cinco años aplicando sus habilidades en la cristalografía de rayos X para determinar la estructura de material genético en el virus del mosaico del tabaco que destruye las cosechas. Después pasó a la papa, el tomate, el nabo y la arveja. En 1957, después de haber recibido el diagnóstico de un cáncer de ovario, comenzó a estudiar el virus de la polio. Murió un año más tarde, a los 37, probablemente por su prolongada exposición a los rayos X. sus colaboradores, Aaron Klug y John Finch, publicaron la estructura del virus de la polio al año siguiente y le dedicaron el trabajo a su memoria. En 1982, Klug también recibiría el Nobel, esta vez por sus estudios sobre la estructura de los virus.
“A cien años de su nacimiento, es momento de revalorizar su legado”, destaca Nature. En medio de esta insidiosa pandemia, cabe notar que, curiosamente, la inscripción en su tumba no menciona la estructura del ADN, sino su investigación y descubrimientos sobre los virus, “un beneficio perenne para la humanidad”.
Tal como a Einstein se lo recuerda por sus célebres “despistes”, tras conocerse los detalles de estas intrigas, la memoria colectiva redujo la contribución de Franklin a este puñado de trazos gruesos. Pero esta semana, con motivo del centenario de su nacimiento, la revista Nature le dedica un editorial en el que destaca que sus contribuciones excedieron en mucho su papel catalizador en el descubrimiento de la estructura del ADN.
“Fue una incansable investigador a de los secretos de la naturaleza –afirma la revista– y trabajó en biología, química, física, enfocándose en investigaciones que eran importantes para la sociedad. Realizó avances en la ciencia del carbón y se convirtió en experta en el estudio de virus que causan enfermedades en plantas y seres humanos. En esencia, es gracias a Franklin, sus colaboradores y sucesores, que los científicos de hoy pueden utilizar herramientas como la secuenciación de ADN y la cristalografía de rayos X para estudiar
“Se convirtió en experta en el estudio de virus que causan enfermedades en plantas y humanos”virus tales como el SARS-COV-2”.
De hecho, subraya, la carrera científica de Rosalind Franklin empezó en la física. Durante su doctorado, en los años cuarenta, ayudó a determinar la densidad, estructura y composición del carbón, que en esos tiempos se usaba para calefaccionar hogares y como combustible en las industrias. Ella quería dilucidar su porosidad, especialmente para entender cómo producir una combustión más eficiente. E, indirectamente, ayudó a diseñar las máscaras que en la segunda Guerra Mundial contenían filtros de ese material para protegerse del gas tóxico.
Del carbón, Franklin pasó al estudio de los virus, que la fascinarían. Durante la primera mitad de la década de 1950, pasó cinco años aplicando sus habilidades en la cristalografía de rayos X para determinar la estructura de material genético en el virus del mosaico del tabaco que destruye las cosechas. Después pasó a la papa, el tomate, el nabo y la arveja. En 1957, después de haber recibido el diagnóstico de un cáncer de ovario, comenzó a estudiar el virus de la polio. Murió un año más tarde, a los 37, probablemente por su prolongada exposición a los rayos X. sus colaboradores, Aaron Klug y John Finch, publicaron la estructura del virus de la polio al año siguiente y le dedicaron el trabajo a su memoria. En 1982, Klug también recibiría el Nobel, esta vez por sus estudios sobre la estructura de los virus.
“A cien años de su nacimiento, es momento de revalorizar su legado”, destaca Nature. En medio de esta insidiosa pandemia, cabe notar que, curiosamente, la inscripción en su tumba no menciona la estructura del ADN, sino su investigación y descubrimientos sobre los virus, “un beneficio perenne para la humanidad”.
N. B.
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