El default político del Gobierno quedó consumado
La convocatoria a un Consejo Económico y Social no se concreta y referentes empresariales y sindicales se reúnen por propia iniciativa ante la grave crisis que afecta al país
Sergio Berensztein
Si algún ingenuo ciudadano hubiese tenido interés en indagar respecto de las propuestas electorales de los distintos candidatos a las elecciones de octubre pasado habría llegado a una simple conclusión: la fórmula de los Fernández presentaba un plan diseñado para satisfacer a la gran mayoría de los economistas, al FMI y, en especial, a los infaustos y descreídos tenedores de títulos públicos. “Las restricciones existentes llevan a plantear la necesidad de implementar un programa macroeconómico y productivo consistente que permita generar un excedente genuino de divisas para garantizar el crecimiento económico y afrontar los vencimientos de deuda externa de los próximos años. Esto implica alinear en tal dirección a las diferentes facetas de la política económica (fiscal, monetaria, cambiaria, productiva y financiera)”. En efecto, el Frente de Todos ganó con esta plataforma. ¿La habrá leído el Presidente, que hace unos días declaró, nada menos que al Financial Times, que no cree en los planes económicos, debido a que siempre fracasaron en la Argentina? Prefiere, aseguró, plantear objetivos concretos aunque a la sazón no dice cómo piensa alcanzarlos. De eso precisamente se trata un plan. “Un objetivo sin un plan es solo un deseo”, decía Saint-Exupéry.
Podría argumentarse que casi nadie lee las plataformas electorales. Ni siquiera (o comenzando por) los mismos candidatos. Algunos tampoco conocen en profundidad la Constitución, por lo que sería utópico pretender que analicen en detalle las propuestas con las que tratan de convencer a sus votantes: con memorizar y repetirlos ejes central es tal vez alcanza. Un pasante de la agencia de comunicación contratada para la ocasión puede buscar en la web algún párrafo inspirador y adaptarlo a los lineamientos definidos por el gurú de turno del marketing electoral. O tal vez esa tarea recaiga en algún cándido integrante de los “equipos técnicos” que, por pura vocación o porque aspira a lograr un conchabo público, invierte horas de su tiempo revisando y mejorando estos textos. La Argentina es el mejor ejemplo de un sistema político disfuncional y en constante decadencia. Ojalá sus peores características fueran las típicas contradicciones entre las promesas electorales y la dura realidad de la praxis gubernamental.
Aun así, el Presidente retomó la idea plasmada en la plataforma nada menos que en su discurso de asunción. “El plan macroeconómico que perseguimos es una pieza central, pero no aislada de un proyecto nacional de desarrollo que comprende múltiples áreas interrelacionadas”, señaló entonces. Incluso volvió a insistir con la remanida, pero jamás concretada idea de convocar a un Consejo Económico y Social. ¿Qué otra meta tendría semejante institución que consensuar entre múltiples actores planes de mediano y largo plazo sobre “políticas de Estado”? Es lo que se hizo en todos los países donde funcionó. El default político del Gobierno quedó consumado esta semana: representantes sindicales y empresarios preocupados por la terrible crisis que afecta a la nación se reunieron entre ellos, sin presencia gubernamental.
Luego de la acrobacia conceptual evidenciada con el memorándum de entendimiento con Irán, para mencionar el caso más extremo pero de ningún modo el único, nadie podría sorprenderse de que el primer mandatario modificase su criterio de forma tan parsimoniosa como inexplicable. Pero si Fernández descreyera de los planes económicos, estaría incurriendo en contradicciones flagrantes con lo que define –al menos últimamente– como su identidad ideológica. Si tomamos como cierto que en su actual encarnación se ve a sí mismo como una suerte de “socialdemócrata europeo”, debería entonces revisar su rechazo a los planes económicos, sobre todo en un contexto de tamaña inestabilidad macro. Sería interesante que revisara la experiencia del líder galo Raymond Poincaré en 1928-1934, durante la Gran Depresión, considerando el colapso que vive la economía argentina. También, la del último gran presidente que tuvo Francia, Mitterrand: influido por los sectores ideológicamente más retrógrados de su partido, caracterizados por un intervencionismo y un dirigismo totalmente demodé, la primera etapa de su gobierno fue un descalabro, incluidas algunas nacionalizaciones fallidas. Luego de una legendaria corrida cambiaria y una masiva fuga de divisas, giró con pragmatismo y decisión hacia el centro, relanzó su gobierno, se encaminó a una cómoda reelección, se pavoneó como anfitrión en las majestuosas celebraciones por el segundo centenario de la Revolución y sentó las bases del fabuloso proyecto de unificación europea –tal vez su legado más notable– junto a Helmut Kohl. Por no tener al principio un plan en serio, Mitterrand vio colapsar su gobierno. Gracias a su capacidad pasa revisar su error inicial, terminó haciendo olvidar la ausencia de De Gaulle la última vez que el mundo entero admiró a Francia.
Esta afinidad de Fernández con la improvisación (de eso se trata la falta de planes) contribuye a comprender el insólito proceso de negociación con los bonistas: la no estrategia argentina implicó un papelón histórico por el masivo rechazo a la primera propuesta y, luego, una sucesiva secuencia de concesiones que contrasta con una narrativa en apariencia recia y taxativa (se trataba, siempre, de la “última oferta” y no se podía ceder ni un milímetro más). En todos los casos, Guzmán volvió sobre sus pasos obligado por la negativa de sus profesionales y fríos contrapartes. Puede tener razón Fernández al afirmar que muchos planes económicos naufragaron en la Argentina. ¿Fueron fracasos “técnicos” o fundamentalmente políticos? De cualquier modo, él como su ministro de Economía pueden dar fe de que no tener uno tampoco garantiza el éxito.
Algunos sostienen que Fernández sí tiene un plan, pero que prefiere no revelarlo para evitar resistencias dentro o fuera de su coalición. Esta hipótesis no mejora el panorama. Más bien lo empeora: significaría que el Presidente siente que no cuenta con capacidad política suficiente. Si esto es así, ¿se resignará a no tenerla? ¿Construirá su propia base de poder dada esta confesión de debilidad a solo 8 meses de haber comenzado su mandato? Si lo tiene, ¿en qué consiste dicho plan? “El eventual acuerdo con el FMI deberá incluir al menos parte de lo que el Presidente quiere pero no puede hacer”, contestan en su entorno. ¿Será ese plan del Fondo acaso avalado por quienes se erotizan con desplegar una nueva ola de confiscaciones? El disciplinado silencio frente al severo ajuste de las jubilaciones y a las concesiones a los bonistas indica que detrás de la radicalización discursiva se esconden enormes dosis del más rancio pragmatismo peronista. Son los defensores del “Estado presente”, que se quedan mudos frente al creciente drama de la inseguridad.
¿Aprovechará el Presidente esta elasticidad que denotan estos componentes supuestamente más radicalizados de su coalición para reordenar su desgastado gobierno y delinear un programa más focalizado en las demandas de la ciudadanía? El desastre económico y el notable incremento en los casos de inseguridad (y en los niveles de violencia) constituyen ya no amenazas sino terribles realidades que, de ser ignoradas, implicarían un suicidio, político y electoral. Ninguna estrategia para alivianar el fárrago judicial que embarga a Cristina puede ser mínimamente sustentable en medio de semejante tembladeral.
Fernández y Guzmán pueden dar fe de que no tener un plan no garantiza el éxito
Hay un disciplinado silencio frente al severo ajuste de las jubilaciones
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