Ficciones sombrías. El mundo carcelario, en el ojo de la literatura
Las novelas, así como las películas y las series, suelen acudir al microcosmos de las prisiones para construir obras en las que campea el naturalismo, pero también la fantasía; de Papillon a Ultra/Tumba, la reciente ficción del argentino Leonardo Oyola
Basta con observar el abrumador derrame de condimentos de índole criminológica que figura en las tapas de los diarios y atraviesa morbosamente casi cualquier tema de los muchos que dicta la realidad para empezar a comprender la fascinación -entre otros términos posibles- que ejerce el mundo carcelario en el actual imaginario social.
"Es una imagen vulgar que la prisión remita a lo desconocido y por tanto participe de la proximidad de la muerte, que constituye la cumbre de lo desconocido y de la privación de la libertad -escribe el Premio Nobel Joseph Brodsky en el prólogo de La prisión donde vivo, la antología de escritores encarcelados que el PEN publicó hace ya un cuarto de siglo-. Al menos al principio, la reclusión en solitario puede compararse a un ataúd". Brodsky sabía de qué hablaba: en la URSS, siendo un poeta joven y todavía desconocido, había estado preso acusado de "parasitismo".
Esa suerte de "muerte en vida", como se ha bautizado sombríamente con frecuencia la existencia en prisión, ocupa un espacio medular en la ficción moderna: en la literatura, pero también en el cine y, en los últimos tiempos, en la televisión, formatos que han vuelto la temática casi omnipresente.
Es posible que en la década de 1970 se haya dado una particular explosión de relatos carcelarios, impulsada en gran medida por Papillon (1969), la novela autobiográfica en que el exreo Henri Charrière (1906-1973) cuenta su largo confinamiento y diversos escapes del sistema carcelario en la Guyana francesa, incluida la difícil Isla del Diablo. Papillon, uno de los grandes best sellers del siglo pasado, tuvo una película que le dio mayor popularidad todavía en 1973 (y una reciente remake en 2017). Adaptación de otro relato autobiográfico, Fuga de Alcatraz (1979), con el binomio conformado por el director Don Siegel y Clint Eastwood, es otro de los ejemplos recordados del género. Entre sus antecedentes notables por fuera de la órbita de Hollywood debe mencionarse Un condenado a muerte se escapa (1956), del francés Robert Bresson, referencia insoslayable para muchas obras cinematográficas posteriores, pero también influencia no tan asordinada de novelas como Falconer (1977), de John Cheever. Falconer cuenta la historia de un profesor universitario que en apariencia asesinó a su hermano y es una de las obras fundamentales de la narrativa norteamericana contemporánea. En la literatura argentina, Enrique Medina con Las tumbas (1972) -situada en un reformatorio que recuerda la violencia carcelaria- o Marcelo Cohen en su magistral "La ilusión monarca", nouvelle incluida en El fin de lo mismo -una cárcel frente al mar, sin escapatoria, como el castigo supremo- supieron dar cuenta del tema con armas bien disímiles.
Pero la televisión (o elstreaming), con el reciente fenómeno de la serie El marginal -su cuarta temporada sufre las vicisitudes que la pandemia le impuso a la mayoría de las disciplinas artísticas- y precedentes como Orange Is the New Black o las más lejanas Prison Break y -en el plano local- Tumberos, es sin duda el terreno en el que este escenario ha tomado mayor relevancia en los últimos años, no desde un registro intimista sino en diálogo con la política y la violencia social.
Hijo de esa misma televisión pero también cercano a otras manifestaciones de lo popular, el escritor argentino Leonardo Oyola, luego de la sobreexposición que le significó Kryptonita -novela que alimentó una película, una serie e incluso una historieta-, aterriza también con su flamante Ultra/Tumba en el ámbito de la cárcel -una unidad penitenciaria femenina-, pero lo hace en sus propios términos: enterrándose hasta el cuello, para sumergirse en su universo de referencia que suele ser la cultura pop. La canción de Queen "It's a Hard Life", de 1984, diseminada en pequeñas dosis, abre cada uno de los capítulos y funciona como anclaje de ese universo y, a la vez, como termómetro del tono de todo el relato: una canción tristísima, sumamente sentimental, característica que se entrevera a cada momento con el otro eje protagónico, que desde luego es la violencia. Es posible que Oyola nunca haya extremado en sus novelas a tal punto esa bipolaridad.
El núcleo de Ultra/Tumba pareciera ser un motín sangriento y delirante, pero el motín es más bien la plataforma por la que transitan diversos conflictos y sobre todo dos historias de amor: en primer lugar, la de una interna con un hombre que espera por ella y que le es fiel hasta lo incomprensible; en segundo, la de otra interna con una guardiacárcel, una relación todavía más improbable y signada por la tragedia. Como buen discípulo de Alberto Laiseca, Oyola no se conforma con lo que le ofrece la realidad y, como es usual en sus novelas, le abre a su historia carcelaria la puerta a lo extraordinario sin ningún prejuicio. Es así como a los dos polos naturales del paisaje de la prisión -internas versus guardias- se suma un tercero, un ejército de zombis evangelistas. Otro lazo con la cultura popular, a través de uno de sus mitos por excelencia, explotado tanto por el cine como por la televisión.
La novela está plagada de referencias, que van desde David Soul y La mujer biónica hasta el cantante mexicano Marco Antonio Solís, de Sylvester Stallone a Celeste Carballo, de Escape a la victoria a The Rolling Stones, de Lost a Heidi y las adictivas telenovelas brasileñas. Curiosamente, los modelos predominantes del autor, como el cine de Quentin Tarantino o los westerns, están ausentes o apenas aparecen mencionados.
Quizás el mérito mayor de Oyola en Ultra/Tumba sea el de lograr que la polifonía de registros y de peripecias se atengan un mismo tono, un relato único en el que a cada paso oscilamos entre lo tierno y lo brutal, entre la compasión y la violencia, así como también entre el realismo más visceral y la fantasía desatada.
Algunos otros autores que han cultivado las historias carcelarias, como Stephen King - en Rita Hayworth y la redención de Shawshank o en La milla verde-, también parecen abrir la puerta para que el callejón narrativo sin salida en el que puede convertirse el encierro necesite de lo extraño.
Aislada en sus propias reglas o limitaciones, en convivencia con otros géneros, la "literatura carcelaria" parece estar hecha a la medida de todas las épocas, pero en particular de estos tiempos en los que poco y nada pareciera serle ajeno, como demuestran casi a diario las noticias.
FALCONER
John Cheever
Debolsillo
Trad.: A. Coscarelli
224 páginas $ 599
ULTRA/TUMBA
Leonardo Oyola
Random House
240 páginas $ 849
J. M. B.
Algunos otros autores que han cultivado las historias carcelarias, como Stephen King - en Rita Hayworth y la redención de Shawshank o en La milla verde-, también parecen abrir la puerta para que el callejón narrativo sin salida en el que puede convertirse el encierro necesite de lo extraño.
Aislada en sus propias reglas o limitaciones, en convivencia con otros géneros, la "literatura carcelaria" parece estar hecha a la medida de todas las épocas, pero en particular de estos tiempos en los que poco y nada pareciera serle ajeno, como demuestran casi a diario las noticias.
FALCONER
John Cheever
Debolsillo
Trad.: A. Coscarelli
224 páginas $ 599
ULTRA/TUMBA
Leonardo Oyola
Random House
240 páginas $ 849
J. M. B.
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