sábado, 12 de septiembre de 2020

AUTOR Y LECTURA RECOMENDADA,


Un ensayo con cuentos al por mayor
CHAI EDITORA
TRADUCCIÓN DAMIÁN TULIO
280 PÁGINAS
850 $
Nada de islas desiertas ni de interminables bibliotecas de Babel. como revelan las actividades de Peter Orner (chicago, 1968) en ¿Hay alguien ahí? para leer basta con un plebeyo garaje lleno de libros. De hecho, se puede leer todo el tiempo, ya sea en un banco de parque o en el bar de un hospital. También durante un semáforo en rojo, instancia en la que orner terminaarrojandomemorablemente por la ventanilla una novela de Julian Barnes que lo sacó de quicio.
Leer con toda la vida a cuestas: sobre el libro "¿Hay alguien ahí?" | La Voz
“Pocas cosas me conmueven –anota sobre Eudora Welty–, pero sí tengo tendencia a conmoverme con las cosas que he leído”. ¿Hay alguien ahí? es un híbrido entusiasta, que se sobrepone a su tendencia de interpelar al lector (orner es también profesor de escritura creativa) o a sus presupuestos vitalistas (“la ficción no es ingeniería, sino química”, se lee).
Suma de ensayos, pero también narración, el libro enlaza capítulos en los que se observa de cerca algún relato clave en la formación del autor, con desvíos por la vida de sus creadores. En filigrana, con la convicción de que todo cuento es inexplicable, Orner va sumando elementos personales que también hacen de ¿Hay alguien ahí? una novela familiar en cuentagotas.
¿Hay alguien ahí? es una defensa ejemplificada del cuento como género. “Son claramente –anota el autor– seres anormales, cada uno un pequeño universo enrollado en sí mismo”. la máxima, sin embargo, también le sirve como atajo a la escena de una novela (Al faro) o un poema.
No es llamativo que esta reivindicación de la forma breve inicie con chejov, que, por muy ruso que fuera, está en el origen del tono epifánico que marca la tradición de relato estadounidense que va de Hemingway a Raymond carver, y perdura hasta hoy.
Peter Orner (Télam)
¿Hay alguien ahí? es una contagiosa sumersión cuentística en clave “americana”, más allá de que Orner intenta buenas apuestas ecuménicas, marcadas por el inevitable cristal a través del que mira. además de los clásicos (John cheever, Saul Bellow, Bernard Malamud) o de los más o menos ignotos (Gina Berriault, Wright Morris), figuran otros rusos decisivos (Gogol, Babel), el suizo Robert Walser, el omnipresente Kafka (Orner vivió en Praga y aporta una mirada novedosa sobre el checo) y, ¡sorpresa!, Juan Rulfo (con “luvina”) o Álvaro Mutis (con una de sus novelas breves sobre Maqroll). El capítulo final, sobre la muerte del padre, pone un logrado, definitivo nudo autobiográfico.

P. B. R.

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