sábado, 5 de septiembre de 2020

EDITORIALES,


Se espera de un primer mandatario que dé el ejemplo haciendo honor a sus dichos y siendo coherente con sus actos
El valor de la palabra. Se espera de un primer mandatario que dé el ejemplo haciendo honor a sus dichos y siendo coherente con sus actos.
¿Qué se espera de un presidente de la república? Que despierte confianza y previsibilidad”. Santiago Kovadloff es quien se hacía y se respondía aquella pregunta durante un programa televisivo de principios del corriente año, cuando apenas había pasado poco más de una semana desde la asunción de las nuevas autoridades de gobierno. Era lo que podría decirse una alerta temprana.
El valor de la palabra | Reflexiones Diarias
El viraje de la palabra del hoy presidente había comenzado no mucho tiempo antes: en mayo de 2019. Precisamente, el 18 de ese mes, cuando Cristina Kirchner, la autoproclamada candidata a vicepresidenta del Frente de Todos, decidió, unilateralmente y sin ruborizarse, quién la “acompañaría” en el primer lugar de la fórmula: toda una rareza que no iba a resultarle gratuita al actual jefe del Estado.
Aquella inusual nominación de un primer candidato por parte de quien lo secundaría requirió de Alberto Fernández un ejercicio de adaptación acelerada a un discurso diametralmente opuesto al que venía manteniendo respecto de su entonces inesperada mentora. Desde que pegó un portazo al gobierno de Cristina Kirchner, en 2008, no solo empezó a calificarla como instigadora del encubrimiento de los culpables de haber volado la sede de la AMIA, sino que instaba públicamente a “matar al kirchnerismo”, superándolo, y recorría las calles a la par de los manifestantes que protestaban por la falsa e inconstitucional “democratización de la Justicia” que trató de imponer Cristina Kirchner con el domesticado aval de sus representantes en el Congreso.
El 18 de abril de 2013, como se ve en un video que circuló intensamente en las redes, durante una manifestación callejera contra las políticas del gobierno cristinista, Alberto Fernández decía con contundencia: “Vi mucho enojo. Es razonable la indignación de la gente. Lo que ha hecho la Presidenta con el sistema judicial es de una gravedad inconmensurable (...) Le está diciendo a esta multitud que no la escucha; que ella va a seguir gobernando para la otra mitad. Sigue dividiendo. A mí este relato me enoja mucho. Hiere mi inteligencia. Gracias a Dios que la gente reacciona. Quisiera que la gente no se olvide de todos los senadores que votaron lo que votaron, solo para no confiarles más la cosa pública”.
El valor de las palabras | Blog Guia de la salud
Ya como candidato a presidente y ante la convocatoria del juez Claudio Bonadio, sostuvo respecto del memorándum de entendimiento con Irán que lo suyo había sido una mera opinión y que el acuerdo debía inscribirse como “una cuestión política no judiciable”, cuando había sido él y no otro el que a cada acción de Cristina Kirchner sobre ese asunto le asociaba delitos tipificados en el Código Penal.
La misma voltereta pegó el entonces candidato durante un charla con el American Jewish Committee: “El acuerdo (con Irán), en el fondo, fue un intento de destrabar y encontrar una solución”, dijo. Sin más, lo que era un delito aberrante pasaba a ser una buena intención con mal final, una expresión de deseos que no alcanzó a llegar a puerto. O a la que, en rigor, hubo que torcerle el rumbo porque el puerto de destino era vergonzoso.
Aquel hombre es el mismo que poco después del “banderazo” del 17 de este mes, en rechazo de la reforma de la Justicia que ahora él proyecta y de una nueva prolongación de la cuarentena que ahora él niega que exista, sostuvo: “No nos van a doblegar los que gritan; los que gritan suelen no tener razón”. Y es el mismo que, al asumir la presidencia de la Nación, había efectuado una singular convocatoria a la ciudadanía: “Si sienten que me desvío, salgan a la calle a recordarme lo que estoy haciendo”.
¿Cuál de los Fernández es el verdadero? ¿Acaso pueden serlo todos? ¿Lo es aquel que le dijo al periodista de Cadena 3 que lo entrevistaba durante la campaña electoral: “No lo voy a hacer (avanzar sobre la Justicia). Grabeló (sic). Lo va a guardar de recuerdo porque no me va a poder retrucar nada”?
¿Es el verdadero Fernández el que como profesor de Derecho, durante una clase magistral, sostenía que con aquel segundo y tercer kirchnerismo en el poder se volvía “al tiempo en el que a los jueces los elige la política”? ¿O aquel que inquiría si los jueces peronistas tendrían “que tener disciplina partidaria con los que los hicieron jueces”? ¿Será tal vez el que se preguntaba y respondía: “¿Qué le pasó a Cristina?, ¿saben qué le pasó? La que se beneficia con el crimen es Cristina?”.
El valor de la palabra - La Ciudad Avellaneda
Decía Alberto Fernández: “Cuando fue lo del campo, Cristina sintió que había una fuerte confabulación general en su contra. De haberme
“¿Qué le pasó a Cristina?, ¿saben qué le pasó? La que se beneficia con el crimen es Cristina”, decía Alberto Fernández después de renunciar al gobierno kirchnerista y antes de aliarse nuevamente con la actual vicepresidenta quedado (en aquel gobierno) debería haber sido parte del séquito de obedientes. Para mí la política no es un ejemplo de obediencia. La que se olvidó de eso fue Cristina”. Sin embargo, desde el 18 de mayo de 2019, Alberto Fernández repite: “No me van a hacer pelear con ella. Cristina y yo somos lo mismo”. Un ejemplo de obediencia.
La enorme riqueza del archivo puede resultarle incómoda al Presidente; lo que no puede evitar es su existencia. Al revisarlo, se encuentran otras muchas inolvidables frases de su autoría. Por ejemplo, que “gran parte de los descalabros que vivimos en la economía son responsabilidad de Kicillof”, que “el peronismo solo fue patético con Cristina” y que como presidenta dejaba “dos máculas indudables: haber hecho dictar dos leyes para protegerse personalmente de los delitos cometidos con el encubrimiento a Boudou estatizando Ciccone y con haber hecho aprobar el tratado con Irán”.
¿Quién nos habló? ¿Quién nos habla?, se preguntaba Kovadloff haciendo hincapié en el “efecto devastador que la contradicción tiene en quien la escucha”, cuando lamentablemente se percibe que se usa la palabra solo “como pretexto para la afirmación de la propia supremacía”. A la vista de todos, esta pretende esconder en realidad una peligrosa subordinación que lo obliga permanentemente a desdecirse.

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