sábado, 5 de septiembre de 2020
LA OPINIÓN DE PABLO SIRVÉN,
Golpe a golpe, verso a verso
Pablo Sirvén
Al final, el más cuerdo de la semana resultó Eduardo Duhalde al reconocer que su alocado anuncio vintage de la inminencia de un posible golpe de Estado, tal como los que asolaron la Argentina del siglo XX, pudo deberse a “un desenganche momentáneo de la realidad”.
En estos días se vieron y se dijeron cosas que también hacen dudar de la lucidez no solo de Duhalde, sino de los principales gobernantes, algo mucho más preocupante.
Para empezar, el presidente Alberto Fernández, que no tenía techo en las encuestas cuando se convirtió en el primer cruzado contra el coronavirus, ahora que esos mismos sondeos lo dan barranca abajo, sorprendió abrazándose conceptualmente, en dos ocasiones diferentes, a la pandemia. Aseguró que “a la Argentina le fue mejor con el coronavirus que con el gobierno de Macri” y que “por ahí los argentinos necesitábamos un virus que nos una”.
También generan perplejidad las crecientes maneras de severa maestra jardinera con sus pequeños alumnos que la vicepresidenta Cristina Kirchner intenta aplicar a los miembros del Senado en cada sesión. ¿Los expertos tendrán algo que decir sobre ciertos inquietantes desdoblamientos de personalidad?
“No estoy exento de temas psicóticos”, se sinceró con gran hidalguía el mentor de los Kirchner al aclarar los dichos que revolucionaron a la clase política y a los medios de comunicación. Pero ¿qué tipo de “desenganche de la realidad” sufrirá oscar Parrilli, que reconoció que su polémico inciso “e” de la reforma judicial aprobada por la Cámara alta era tan solo “un anzuelo” que pretendía demostrar que los dirigentes de la oposición son “voceros” de los medios y que hacía la concesión de quitarlo por “el susto que les daba”. ¿No debería, quien fue entusiasta miembro informante de la privatización de YPF en el Congreso, en plena era menemista, comprarse algún juego de mesa para canalizar por allí sus impulsos lúdicos?
Más bochornoso aún resultó la prometida creación de 1700 nuevos cargos (361 de ellos agregados en tan solo quince minutos como groseras concesiones a las provincias con el fin de sumar voluntades a la ajustada votación que se espera en Diputados). En este punto, cualquier psiquiatra señalaría una grave disociación si se tiene presente que casi al mismo tiempo se estaba firmando un nuevo acuerdo con el FMI que exige bajar el gasto público o subir los impuestos para achicar el déficit fiscal. Adivinen cuál de las dos opciones está tomando el Gobierno.
“Nunca como ahora –completó Duhalde en su autocrítica rectificación televisiva–ves gente que dice cosas que en su sano juicio no las diría”.
Pero la sabiduría popular asegura que los chicos y los locos siempre tienen razón. Más allá del valiente reconocimiento de Duhalde de que algo no estaba funcionando bien en su cabeza, su recurrencia al golpe tal vez no haya sido pura imaginación, sino un revoltijo de recuerdos tangibles que, por alguna razón, pugnaron por salir de nuevo a la superficie de su conciencia.
Veamos: golpe y peronismo tienen una asociación indisoluble en su origen. Ese movimiento político nació en el seno de la dictadura militar de 1943 y ungió a su líder castrense más carismático –Juan Domingo Perón– para, urnas mediante, convertirlo en el experimento más exitoso y persistente de la democracia argentina de los últimos 75 años.
Lo castrense siempre fue primordial en Perón: inauguró sus tres presidencias vistiendo el uniforme de general y eligió asumir las dos primeras el 4 de junio de 1946 y, reelección de por medio, de 1951, para conmemorar el aniversario del día del golpe del 43. Tuvo algunos ministros militares y en 1955 le entregó a su hombre de confianza, el general Franklin Lucero, una nota en la que afirmaba que “el Ejército puede hacerse cargo de la situación”, que fue tomada como difusa renuncia. Hay más: en 1956 hubo una sublevación de uniformados peronistas, que fueron fusilados, y, diez años más tarde, Perón recibió con cierta expectativa el asalto al poder de Juan Carlos onganía. Finalmente, en 1974, cuando se produjo el sangriento ataque del ERP al regimiento de Azul, Perón, ya presidente por tercera vez, habló por cadena nacional vistiendo una vez más como general para llamar a “aniquilar cuanto antes este terrorismo criminal”, que, tras su muerte, tomó la forma de cuatro decretos “de aniquilamiento” en los que las Fuerzas Armadas justificaron su desborde represivo, incluso antes de 1976.
¿Confundió Duhalde en su “desenganche” golpes militares con golpes de palacio? Los así llamados son los que se producen en el seno de un mismo gobierno, donde unos se desplazan a otros. Así sucedió justamente en la dictadura del 43, al quedar por el camino los presidentes Arturo Rawson y Pedro Ramírez para que asumiera Edelmiro Farrell, más dócil a Perón. También pasó en democracia, en los 70, cuando Héctor Cámpora duró apenas 49 días en el poder, desplazado para dejarle su lugar al caudillo justicialista. Desde 1983 no hay golpes militares en la Argentina, pero sí hubo lo que Alfonsín llamó y sufrió “golpe de mercado”, en 1989. La historia pone en un lugar de debate el papel crucial que ese expresidente y precisamente Duhalde pudieron jugar a favor de la caída de Fernando de la Rúa, en 2001.
A Duhalde, hombre del conurbano, ¿acaso se le mezclaron los cables al interpretar los “sordos ruidos” que de allí provienen desde que el intendente de José C. Paz, Mario Ishii, anunció con bombos y platillos que para fines de agosto íbamos a estar como en 2001? ¿Hay algo que el “loco” Duhalde presiente, o sabe, que pueda llegar a ocurrir muy pronto?
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