sábado, 3 de octubre de 2020

LA CRUEL REALIDAD


Ameri, o un canto a la oportunidad recibida





Loris Zanatta



La realidad es cruel; a veces, la historia pasa factura más rápido de lo esperado. El Presidente acababa de declarar que “el mérito no nos hace evolucionar”, que “los argentinos necesitan oportunidades”. Con tal de apoyarlo, hasta el Papa se había movilizado mencionando la Sagrada Escritura, nada menos. Y he aquí al diputado Ameri blasfemando en la Iglesia, eructando en la boda, riéndose en el funeral; aquí su glorioso curriculum vitae expuesto en público: un canto a la oportunidad recibida, sin duda; una contribución vital a la evolución del país. ¿Azar? ¿Excepción? ¡Qué va! Recuerdo a putañeros hechos embajadores, a chiquillas banqueras, a pajes ministros, a dentistas presidentes; hasta a un sindicalista portuario adjunto obrero a… La Paz, con rango diplomático, claro. La historia del peronismo está llena de “Ameris”, desde sus orígenes hasta la actualidad. Que un dirigente peronista invoque la igualdad de oportunidades contra el mérito es incluso más cómico que cínico. ¿Tendrá espejos en la casa?
Hablemos de eso. Expliquémoslo a los muchos cerebros argentinos obligados a irse, a los jóvenes que tienen títulos inútiles, mucho talento pero ninguna salida, excelentes competencias que nadie quiere, a todos los que se esfuerzan y se sacrifican por nada, solo para ver a un Ameri cualquiera zumbar por la vía preferencial. Como escribe Batistuta, gran goleador y hombre sensato: ¿son todos idiotas? ¿Dónde estaba su oportunidad? ¿Cuándo fue? ¿Quién la robó? La verdad, cruda y franca, es que la alternativa, ay, no está entre el mérito y la igualdad de oportunidades, como sugiere el Presidente con ese tono de párroco pedante. No, la alternativa al mérito es la recomendación, el familismo, el amiguismo, el clientelismo, el sometimiento a los poderosos de turno, la lógica férrea de la tribu, el obsceno intercambio de favores con los dueños de una tajada del Estado.
En las sociedades antiguas, en los gremios medievales, en la época del Antiguo Régimen, el mérito era un concepto abstruso, muy diferente de como lo entendemos hoy. Eran sociedades estamentales, donde, salvo raras excepciones, que como todas las excepciones confirmaban la regla, el nacimiento decretaba el destino: quien nacía aristócrata vivía y moría como aristócrata; lo mismo los pobres, no hace falta decirlo; y sus descendencias, obvio: no era cuestión de “merecerlo”. Quién sabe cuántos talentos desperdiciados, cuántos genios frustrados, cuántas inteligencias perdidas; y cuántos necios en los altares, cuántos inútiles gozando, cuántos imbéciles al mando.
No es que hoy sea lo opuesto de entonces, ¡ojalá! Pero hemos avanzado, donde más y donde menos. ¿Cómo? Gracias al “descubrimiento del individuo”, a la emancipación de la jaula del clan, de la prisión de la sociedad de cuerpos. Y gracias a tantos pensadores ilustrados, al liberalismo clásico, al espíritu libertario de tantos cristianos y librepensadores. El intento era que todos tuvieran su oportunidad, que cada uno la aprovechara según sus esfuerzos, talentos, sacrificios. El paso de una sociedad basada en el nacimiento a una basada en el mérito es una de las revoluciones más radicales de la época contemporánea. Todavía precaria e incompleta, como se ve. La oportunidad y el mérito son su sentido, no la oportunidad o el mérito; la diferencia salta a la vista.



¿Cómo le fue a la Argentina? ¿Cómo va en el “paraíso de las oportunidades” de los populismos latinos? Dejemos que lo explique un experto, uno que todavía se sienta muy alto en el santoral kirchnerista: “Mejor un técnico incapaz pero revolucionario que uno competente pero no revolucionario”, decía Fidel Castro. Lo mismo valía para todos: funcionarios, ingenieros, artistas, deportistas, médicos. La fe ante todo, el mérito era una virtud “burguesa”. ¿Las oportunidades? El partido las daba, el partido las quitaba. Quien pudo huyó. El chavismo lo emuló, vació el país. Lo mismo hicieron todos los regímenes de ese tipo, nacionalistas y confesionales, comunistas y fascistas. Y el peronismo, ¿que duda cabe?
La más apasionada defensora de la primacía de la obediencia por sobre el mérito, de la lealtad personal por sobre la institucional fue Eva Perón. El mérito no le importaba, la fidelidad era la medida de todo. Se explican así las muchas figuras siniestras, corruptas e incapaces llegadas al poder de su mano. Incluido Juan Duarte, su hermano. ¿Gracias a las “oportunidades”? ¿O al más descarado nepotismo? No es casualidad que el peronismo celebre tanto el culto a la lealtad.
En el caso Ameri, en el ya famoso tetagate sobre el que flotan los buitres de la respetabilidad, el escándalo son los escandalizados. ¡Como si quienes lo pusieron allí no supieran quién era! ¡Como si no lo hubieran elegido precisamente porque lo sabían! Son los habituales ritos gangrenosos de un poder envuelto en un manto de servilismo, en un clima de fin de época de una época que nunca tiene fin.
La batalla contra el “mérito” es otra cruzada semántica, otra guerra política del peronismo contra la modernidad; cruzada y guerra que han logrado transformar en tabúes palabras y conceptos que en otras partes son comunes: productividad, innovación, competitividad. ¿el resultado? Está ahí para que todos lo vean: una cultura pietista y pauperista, una envidia y un desprecio irreprimibles por quienes se destacan y tienen éxito, una decadencia inexorable. Creen que eso es progresista, pero es lo más conservador del mundo, bueno para sujetos sin derechos ni esperanzas, obedientes y obsecuentes; es un legado más de las sociedades corporativas del pasado, enemigas del dinamismo social y de la libertad individual. Entonces, ¿oportunidades o mérito? Por ahora, ni unas ni otro.
El paso de una sociedad basada en el nacimiento a una basada en el mérito es una de las revoluciones más radicales de la época contemporánea

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