Un inventario de la felicidad
La felicidad es difícil de narrar. Más aún si se trata de familias dichosas, que, como escribió Tolstoi, son todas parecidas. Quizás por eso resulta inusual una novela como Castillos, de Santiago Craig (Buenos aires, 1978), que relata los días de vacaciones de una pareja y sus hijos en una playa de Uruguay, y encuentra en las preguntas cotidianas una de las formas de la felicidad.
La historia es simple: Ju lián y Elvira están casados hace diez años, tienen trabajos que no los satisfacen, pero comparten la vocación por escribir. necesitan vacaciones y van con sus dos hijos pequeños a punta rubia. Ya en el viaje Julián percibe ciertos eventos inexplicables: un nene señala el cielo y cae un pájaro muerto; aparece un lagartija destripada sobre la mesa; varias personas en distintos momentos y sin escucharse entre sí, tararean “ob la di oblada” de los Beatles. los sucesos no tienen conexión, pero interpelan a Julián, que se pregunta por su masculinidad, por la memoria y, más que ninguna otra cosa, lo llevan a cuestionar qué es realmente cierto en la vida.
A medida que pasan los días los hechos inquietantes se multiplican y empiezan a tener un peso mayor sobre la historia. Y la incertidumbre hace aún más tierno el vínculo especial que tienen Julián y Elvira. la pareja parece haber encontrado una manera propia de estar con el otro, se ríen de los mismos chistes, juegan, se acompañan, tienen buen sexo, y al mismo tiempo, cada uno de ellos –suena idílico y conmovedor– deja un espacio de intimidad personal para estar con sí mismo.
En ese marco, la reflexión sobre el lenguaje es parte de la trama. las explicaciones simplificadas de los padres a los hijos y las conclusiones de los nenes, los microrrelatos que Julián imagina a partir de todo lo que vive y recuerda: todo lo que lo rodea es potencialmente un cuento a escribir. En su escritura, craig –que ya fue finalista por los relatos de Las tormentas del premio hispanoamericano Gabriel García Márquez y entrega con castillos su primera novela–combina la honestidad para nombrar las cosas y la sensibilidad para volverlas extrañamente cercanas. “Era fácil separar, de lo demás, lo importante. la vida eran todas las cosas, pero donde estaba el amor, estaba el tiempo de lo necesario”. con frases así, la claridad de las palabras se encarga de descubrir con naturalidad el sentido de la existencia y despliega un inventario de las felicidades imperceptibles de la vida diaria.
ENTROPÍA
194 PÁG.
640 $
V.B.
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