El Aleph en la palma de la mano
Miguel Espeche
El autor es psicólogo y psicoterapeuta @Miguelespeche
En la escalera que daba al sótano de la casa de la calle Garay, en el ángulo del decimonoveno escalón, estaba el Aleph, aquel hueco de dos o tres centímetros a través del cual se veía, en un instante, todo lo que existía en el universo. A oscuras en aquel subsuelo, recostado sobre la vieja escalera, Borges, personaje y a la vez autor del cuento El Aleph al que acá nos referimos, miraba por la fulgurante hendidura escondida en un lugar impensado, asomándose, extasiado, a esa dimensión inefable que trasciende la secuencialidad de las palabras.
“Vi el populoso mar, vi el alba y la tarde, vi las muchedumbres de América, vi una plateada telaraña en el centro de una negra pirámide, vi un laberinto roto (era Londres), vi interminables ojos inmediatos escrutándose en mí como en un espejo, vi todos los espejos del planeta (…)” , el relato del cuento de Borges continúa con un listado infinito, que abarcaba desde enormes espacios y lugares, hasta detalles irrisorios del mundo y de la historia.
En la escalera que daba al sótano de la casa de la calle Garay, en el ángulo del decimonoveno escalón, estaba el Aleph, aquel hueco de dos o tres centímetros a través del cual se veía, en un instante, todo lo que existía en el universo. A oscuras en aquel subsuelo, recostado sobre la vieja escalera, Borges, personaje y a la vez autor del cuento El Aleph al que acá nos referimos, miraba por la fulgurante hendidura escondida en un lugar impensado, asomándose, extasiado, a esa dimensión inefable que trasciende la secuencialidad de las palabras.
“Vi el populoso mar, vi el alba y la tarde, vi las muchedumbres de América, vi una plateada telaraña en el centro de una negra pirámide, vi un laberinto roto (era Londres), vi interminables ojos inmediatos escrutándose en mí como en un espejo, vi todos los espejos del planeta (…)” , el relato del cuento de Borges continúa con un listado infinito, que abarcaba desde enormes espacios y lugares, hasta detalles irrisorios del mundo y de la historia.
El cuento es clásico, y lo es no solamente por a la maestría del escritor, sino porque toca de lleno un anhelo que acompaña al ser humano desde sus primeras épocas. Se trata de la posibilidad de saberlo y verlo todo, sin las limitaciones del tiempo y del espacio, aspirando a ser un poco (o mucho) como un dios que conoce todo lo que existe.
Aquella aspiración de abarcar en un punto todo lo que forma parte de lo existente, hoy, en parte, se cumple celular mediante. Esa pequeña maravilla de la innovación, de pocos centímetros y gramos, da la impresión de ser la casa del cosmos entero, un Aleph tecnológico que hoy nos hipnotiza y acompaña a todos lados.
Los cuerpos están donde están, pero los ojos se posan en esa pantalla que permite estar visualizando otros lugares, propiciando la vivencia de que la “pura mirada”, que recibe y ofrece información dentro de ese rectangulito, fuera suficiente para vivir. El éxtasis de preguntarle a Google cualquier cosa que se nos ocurra y encontrar respuesta inmediata es fruto de milenios de historia e inteligencia, pero también transparenta la fragilidad de aquel que, refugiado en el poder de lo virtual, oculta su dificultad en la dura encarnadura del día a día. De hecho, los psicólogos se las están viendo con las dificultades de las nuevas generaciones, a las que les cuesta soportar las frustraciones de la espera y del acceso a ciertas experiencias que, para desplegarse, requieren más de sabiduría que de datos.
Aquella aspiración de abarcar en un punto todo lo que forma parte de lo existente, hoy, en parte, se cumple celular mediante. Esa pequeña maravilla de la innovación, de pocos centímetros y gramos, da la impresión de ser la casa del cosmos entero, un Aleph tecnológico que hoy nos hipnotiza y acompaña a todos lados.
Los cuerpos están donde están, pero los ojos se posan en esa pantalla que permite estar visualizando otros lugares, propiciando la vivencia de que la “pura mirada”, que recibe y ofrece información dentro de ese rectangulito, fuera suficiente para vivir. El éxtasis de preguntarle a Google cualquier cosa que se nos ocurra y encontrar respuesta inmediata es fruto de milenios de historia e inteligencia, pero también transparenta la fragilidad de aquel que, refugiado en el poder de lo virtual, oculta su dificultad en la dura encarnadura del día a día. De hecho, los psicólogos se las están viendo con las dificultades de las nuevas generaciones, a las que les cuesta soportar las frustraciones de la espera y del acceso a ciertas experiencias que, para desplegarse, requieren más de sabiduría que de datos.
Tras el metejón con esa vivencia omnipotente de verlo todo en un aparatito, se empieza a extrañar no saber tanto. De nada sirve verlo todo si no tenemos cómo transformar lo visto y conocido en algo que nos permita vivir más armónicamente.
Aquella casa de la calle Garay terminó siendo demolida, cuenta Borges en su texto. La escalera se perdió y con ella el Aleph del caso.
Quedaron solamente los ecos de lo visto, un atisbo de eternidad que los testigos solamente pudieron evocar en términos de balbuceo.
Lo mismo pasa con esa pantalla que nos permite mirarlo todo, saberlo todo, comunicarnos con todos y matar las distancias a fuerza de bites. Nos abren a vislumbrar la grandeza de tantas cosas y a tomar contactos impensados con seres queridos y lejanos, pero vale recordar que somos los que somos cuando el celular se apaga y tomamos contacto con nuestro alrededor y con nuestro interior.
Es que, para sentir alegría, no hace falta saberlo todo ni conocerlo todo. Con vivir bien lo propio en sana relación con los otros, la vida vale lo suyo. Por eso, paso a paso, con o sin pantallas, la vida se juega en el llano. Vale recordarlo para vivir mejor y más a medida de lo que somos, porque el peso del universo nos excede y, más que darnos poder, nos abruma, cuando nos confundimos y nos la creemos demasiado.
De nada sirve verlo todo si no tenemos como transformar lo visto y conocido
Aquella casa de la calle Garay terminó siendo demolida, cuenta Borges en su texto. La escalera se perdió y con ella el Aleph del caso.
Quedaron solamente los ecos de lo visto, un atisbo de eternidad que los testigos solamente pudieron evocar en términos de balbuceo.
Lo mismo pasa con esa pantalla que nos permite mirarlo todo, saberlo todo, comunicarnos con todos y matar las distancias a fuerza de bites. Nos abren a vislumbrar la grandeza de tantas cosas y a tomar contactos impensados con seres queridos y lejanos, pero vale recordar que somos los que somos cuando el celular se apaga y tomamos contacto con nuestro alrededor y con nuestro interior.
Es que, para sentir alegría, no hace falta saberlo todo ni conocerlo todo. Con vivir bien lo propio en sana relación con los otros, la vida vale lo suyo. Por eso, paso a paso, con o sin pantallas, la vida se juega en el llano. Vale recordarlo para vivir mejor y más a medida de lo que somos, porque el peso del universo nos excede y, más que darnos poder, nos abruma, cuando nos confundimos y nos la creemos demasiado.
De nada sirve verlo todo si no tenemos como transformar lo visto y conocido
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