miércoles, 2 de agosto de 2023

LECTURA DE JORGE LIOTTI


La Argentina, ¿en un punto de inflexión o en el punto de no retorno?
En La última encrucijada, su autor, editor de Política y columnista  indaga en las razones de la declinación del país y analiza las claves de este presente decisivo; aquí, un anticipo

Jorge Liotti
Raúl Alfonsín, Carlos Menem, Néstor Kirchner, Cristina Fernández de Kirchner y Mauricio Macri, presidentes argentinos
La Argentina se aproxima a un momento único en su historia reciente por la confluencia de tres procesos. El primero, las cuatro décadas de democracia, un aniversario que como ocurre con los caprichos del sistema decimal, genera un inevitable espíritu revisionista. Sin embargo esta vez, más allá del incuestionable logro de haber consolidado un sistema institucional, la mirada retrospectiva encuentra al país en un contexto muy diferente en comparación con el clima que había en 1993, 2003 y 2013, con menos expectativas y más desánimo.
En segundo lugar, la elección presidencial de este año, destinada a ser la más decisiva en lo que va de este siglo. Prima la percepción generalizada de que no se trata de una votación ordinaria, sino que hay mucho más en juego; que no es una mera decisión sobre boletas y candidatos, sino que está sobre la mesa de discusión el rumbo definitivo del país, después de un ciclo de alternancia en el poder que no arrojó los resultados esperados.
Y por último, la situación que atraviesa la Argentina por su prolongado estancamiento económico y la profunda transformación social que experimentó. Estas variables se conjugaron en los últimos tiempos para generar una sensación de extravío y de pérdida de sentido como nación, que acompaña resignadamente una crisis que parece no estallar, sino que se manifiesta como una declinación progresiva e interminable […].
"¿Cuánta crisis es capaz de soportar el sistema político e institucional sin perder su sentido?"
Estas señales estimulan el ejercicio de tratar de entender las razones por las que la Argentina llegó a este estado. ¿Por qué dejó de funcionar virtuosamente, si es que alguna vez había logrado hacerlo? ¿Fue producto de una matriz institucional disfuncional, o de una dirigencia incapaz que extravió su responsabilidad de liderazgo? ¿Fue la ausencia de diagnósticos acertados, o la instrumentación de políticas económicas erradas? ¿Quizás los debates entre industrialismo mercadointernista y agroexportador, o entre fiscalistas y distribucionistas? ¿Fueron las tensiones entre el presidencialismo concentrado y el federalismo provincial lo que impidió generar un ciclo vigoroso? ¿O acaso la oscilación irresuelta entre la tendencia al populismo nacionalista y el impulso del liberalismo globalizador? ¿Fue la falta de figuras de mayor estatura intelectual y moral en la dirigencia nacional? ¿O también le cabe la responsabilidad a una sociedad reactiva a los cambios y proclive al status quo, que impidió implementar reformas que modernicen las normas y las dinámicas productivas? Son muchas preguntas porque son variadas las razones, pero los debates que detonan son útiles para tratar de desarrollar un diagnóstico de múltiples entradas

La última encrucijada. Los dilemas de la democracia argentina. Jorge Liotti (Planeta)
Por detrás de ese ramillete de inquietudes, emergen dos interrogantes decisivos, que operan como una interpelación frontal. El primero: ¿cuánta crisis es capaz de soportar el sistema político e institucional sin perder su sentido? No es un planteo destinado a invalidar la democracia como expresión republicana, un trauma que la Argentina afortunadamente ya superó. Se trata de un enigma mucho más profundo que tiene que ver con el riesgo de lesionar su nivel de representación por la imposibilidad de transformarse en un mecanismo virtuoso frente a las demandas sociales. El peligro de convertirse en un dispositivo formal pero vaciado de valor. Lo que el filósofo Santiago Kovadloff define como “reencarnar el ideal del sentido cívico de la Constitución Nacional en la experiencia de la gente”. Las instituciones deben evolucionar en letra viva para mantener su significado. Y en ese camino se ha producido un inocultable deterioro. Como decía Enrique Fuentes Quintana, vicepresidente español al frente del área económica en la época del Pacto de la Moncloa: “O los demócratas acaban con la crisis económica, o la crisis acaba con la democracia”. El sociólogo Eduardo Fidanza hizo una adaptación de ese mismo concepto al plantear: “En 1983 para lograr desarrollo había que tener democracia, y esa es la gesta de Raúl Alfonsín. En 2023, hay que tener desarrollo porque la que está amenazada es la democracia”. La irresolución del estancamiento económico y del retroceso social ya no es inocuo para el sistema, porque existe una afectación funcional. Es lo que se expresa en el arraigado descontento ciudadano, y también en la merma en la concurrencia electoral que se evidenció en las elecciones provinciales de este año.
"El problema central en la Argentina no es solo la arquitectura organizacional, sino los actores y las dinámicas que fueron promovidos"
El segundo interrogante imprescindible sería: ¿existen en la Argentina singularidades como país que expliquen su trayectoria errante? ¿Un gen nacional, una tradición inexpugnable, una dinámica viciosa, una dirigencia extraviada? La tendencia natural sería responder que no, que la Argentina es una nación con características similares a las del resto del mundo. Sin embargo, esta explicación tranquilizadora no alcanzaría para aclarar, por ejemplo, por qué es un país que ha experimentado una declinación tan resistente durante el último siglo; por qué es de los pocos que no logró resolver la inflación estructural; o por qué retrocedió en las últimas décadas en indicadores económicos, sociales y hasta educativos respecto del resto de América latina.
En su célebre libro ¿Por qué fracasan los países?, Daron Acemoglu y James Robinson plantean que la prosperidad o la pobreza de una nación dependen del nivel de desarrollo de sus instituciones, de las reglas que influyen en cómo funcionan la política y la economía, y de los incentivos que generan en las sociedades. Sería el abordaje más clásico, suponer que la Argentina involucionó porque no cuenta con instituciones sólidas y confiables que limiten las arbitrariedades del poder y establezcan un conjunto de normas rectoras, aceptadas y respetadas. Pero entonces deberíamos preguntarnos: ¿acaso las instituciones que hoy están tan cuestionadas, y que limitan el progreso, son tan distintas a las que algunas vez favorecieron el crecimiento y fueron testigos de un proyecto de país prometedor? Y además, ¿son muy diferentes a las que rigen, por ejemplo, en los vecinos de la región? ¿El Congreso argentino es más amañado que el brasileño? ¿El presidencialismo argentino es más personalista que el colombiano? ¿La Justicia argentina es menos sofisticada que la peruana?
"Es un momento histórico porque convergen déficits estructurales acumulados a lo largo de los años con una coyuntura crítica"
El abordaje institucional contribuye a entender la problemática, pero puede resultar insuficiente si el enfoque solo está puesto en la arquitectura organizacional. Es importante desarrollar una mirada más profunda que ponga el acento en las dinámicas institucionales, en los modos de interacción que generan, en la dirigencia y los liderazgos que promueve. Porque en este plano sí parece haberse producido un deterioro significativo en las últimas décadas, que complejizó la tarea de encontrar un nuevo horizonte para el país. Entre el desgaste de los partidos políticos, las limitaciones de las nuevas coaliciones, la polarización extrema, la ausencia de consensos, los liderazgos tóxicos, la influencia endogámica del ecosistema digital, la Justicia partidizada, el empresariado cortoplacista, el corporativismo extremo, el gremialismo nostálgico, los piqueteros prebendarios, entre todos, fueron trabando hasta tal punto el funcionamiento del sistema institucional y económico que lo desvirtuaron por completo. El problema central en la Argentina no es solo la arquitectura organizacional, sino los actores y las dinámicas que fueron promovidos. Una regeneración virtuosa, en consecuencia, requiere mucho más que la sanción de un paquete de leyes que modifique el andamiaje formal. Demanda modificar lógicas, incentivos, interacciones, valores. Es mucho más complejo.
Apertura de Sesiones Ordinarias 2023
En el intento por responder esa pregunta insidiosa sobre las particularidades de la Argentina que podrían explicar su derrotero, Roy Hora abre otra vertiente, de carácter más histórico y cultural. Básicamente le atribuye una peculiaridad como país por las características que moldearon su corpus social. “La sociedad argentina es singular porque por su conformación como sociedad de inmigrantes con altas expectativas de progreso material, desde temprano demandó un nivel de bienestar muy elevado. Hasta el fin de la década de 1920, el muy veloz crecimiento económico fue capaz de satisfacer esas expectativas. Desde entonces, nuestra economía tuvo cada vez más problemas para crecer y, por ende, para atender esas demandas de bienestar. Y el problema se complicó mucho desde la década de 1970. Y eso produce un intenso conflicto distributivo, que va más allá de la puja entre el capital y el trabajo que suelen subrayar los economistas, porque también acrecienta la presión sobre el Estado e impacta sobre el nivel de gasto público. La intensidad de la demanda de inclusión y de progreso material es muy característica de la Argentina. Y dos factores adicionales deben tenerse en cuenta para completar este panorama: además del país con el más alto porcentaje de inmigrantes del planeta, nuestra nación cuenta con una cultura asociativa muy densa, y un altísimo porcentaje de su población concentrada en Buenos Aires, la gran ciudad que es a la vez el gran teatro de la política nacional. En síntesis, muchas demandas y mucha capacidad de las mayorías para presionar sobre el poder político. Esa es la anomalía argentina”.
Esta hipótesis contribuye a decodificar muchos de los procesos que se fueron produciendo durante las últimas décadas, desde la atracción por los modelos populistas y la crisis de representación de los últimos años, hasta los desequilibrios macroeconómicos generados por la necesidad de responder a esas demandas con un aparato productivo insuficiente. Así se podría explicar mejor por qué ante desafíos semejantes, en la Argentina se obtienen resultados diferentes a los de otros países […].
Manifestantes cortaron la Avenida 9 de Julio a la altura del Ministerio de Desarrollo
El balance general de estos 40 años de democracia ha dejado transformaciones y dilemas complejos. El principal es que, por motivos que no son fáciles de desentrañar, la Argentina no ha logrado en este período redefinir una matriz productiva sustentable. El historiador económico Pablo Gerchunoff abona el planteo de que todas las crisis que sufrió el país en las últimas décadas “tienen como una explicación subyacente la imposibilidad de encontrar un patrón productivo y distributivo nuevo que reemplace al que rigió hasta entonces. Por eso la Argentina es como un cuerpo sin cabeza”. La misma lógica aplica el politólogo Andrés Malamud cuando remarca que “la sensación de fin de ciclo es producto de la falta de un modelo de acumulación, o de un proyecto de país, después del agroexportador que rigió hasta los años 30, y el de la industria sustitutiva que se extendió hasta 1975. Lo que estamos viendo ahora es un estancamiento político que está vinculado con el previo estancamiento económico”.
El segundo efecto ha sido la acelerada transformación social que experimentó la Argentina durante este período, que lo ha llevado a pasar de una pobreza de 16% al principio del período democrático, a un número sólido del 42% cuatro décadas después. La cristalización de esta marginalidad estructural a lo largo de un lapso tan extenso cambió la fisonomía del país, con un impacto que va desde el plano educativo y cultural, hasta el productivo y el del consumo. El entramado poblacional cambió su composición, su distribución y su carácter. En ese sentido, la Argentina es otra, muy distinta a la que fue pensada en el siglo XX.
Y la tercera consecuencia ha quedado expresada en el bloqueo del sistema político y el progresivo deterioro de los esquemas tradicionales de representación. Como ocurrió en otros países, la Argentina quedó apresada por una fuerte polarización, que a la crisis de representación le agregó una dosis de intolerancia y de renuncia a los mecanismos de diálogo naturales en todo sistema republicano.
En definitiva, hoy la Argentina se encuentra ante su última encrucijada, la que puede determinar si el punto en el que se encuentra es el de inflexión o el de no retorno. Es un momento histórico porque convergen déficits estructurales acumulados a lo largo de los años con una coyuntura crítica. Probablemente se enfrenta a la oportunidad definitiva de volver a la senda que alguna vez transitó, a la restauración de ese país imperfecto pero en construcción que forjó la ilusión de progreso de varias generaciones. El riesgo es que, si no endereza su camino, pasará a ser indefectiblemente otro tipo de nación, con una configuración económica y social languideciente, más parecida a la imagen del presente, en donde se cristalizan desacoples severos entre sus estructuras económicas y las tendencias globales; entre su capacidad productiva y las demandas sociales internas; entre sus sistemas de representación estatal, empresarial, gremial, y su composición demográfica actual. Esa construcción colectiva que hoy se asemeja a un proyecto fallido. No tiene mucho más tiempo para girar el rumbo porque esos procesos de dislocamiento se cristalizaron de tal modo que se transformaron en una nueva  realidad

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