Mauricio García Villegas: “Algunos sostienen que la solución a la mala política es la antipolítica, pero no es así”
El hastío con la democracia se debe en parte a las élites responsables de haber manipulado las instituciones, dice el politólogo colombiano, que en su nuevo libro estudia los estados de ánimo de las sociedades
Laura Serra
El politólogo colombiano Mauricio García Villegas
En su libro El viejo malestar del Nuevo Mundo (Ariel), el politólogo y profesor colombiano Mauricio García Villegas despliega un planteo sumamente original: asemejar a las sociedades con los estados de ánimo de las personas. En todas las sociedades, como en las personas, existe una tensión entre lo que el filósofo Baruch Spinoza denominaba las “emociones tristes” y las emociones amables o plácidas; en América Latina, sostiene el autor, el balance emocional dominante, al menos en el ámbito político, se ha caracterizado por un peso excesivo de las emociones tristes –odios, venganzas, resentimientos–, las cuales se originan en las condiciones particulares de organización social que imperaron en el continente desde la colonización española.
En diálogo García Villegas, que pasó por Buenos Aires para participar en el Congreso Mundial de Ciencia Política que se realizó a fines del mes último, advierte que esta prevalencia de las pasiones políticas más destructivas en nuestra región ha derivado en conflictos y guerras a veces inútiles, en proyectos que quedaron truncos por disputas entre facciones, en buenos proyectos de ley que no se impulsaron por la incapacidad de llegar a acuerdos o en líderes sensatos que se embrollaron en sus mezquindades.
En suma, una trampa de la que sería posible salir si, como comunidad, fuéramos capaces de recrear Estados eficaces con instituciones fuertes dedicadas a encauzar las pasiones políticas de tal manera que beneficien al conjunto de la sociedad.
Según lo que García Villegas sostiene en su libro, en América Latina prevalecen, a su juicio, lo que denomina “arreglos emocionales tristes”. “El concepto de emociones tristes no es mío, sino de un filósofo moderno, Baruch Spinoza –señala–. Lo que yo hago en mi libro es aplicar lo que Spinoza entendía como emociones tristes, como por ejemplo el miedo, la venganza, el resentimiento y la desconfianza, en los países, en los grupos sociales. Yo creo que la dimensión emocional es muy importante para entender los pesares de América Latina: muchas de nuestras iniciativas, de nuestros empeños colectivos, se vieron frustrados por causa de esas emociones tristes”.
"La democracia requiere diálogo de largo aliento, necesita gente que esté dispuesta a dejar sus dogmatismos de lado para escuchar al otro"
–¿Por qué impera este estado emocional en América Latina y no en otros continentes?
–Nuestras emociones tristes no prevalecen por razones genéticas o raciales sino por las circunstancias históricas que hemos vivido, por los gobiernos y las instituciones que nos han regido. Durante el período colonial América Latina mantuvo una situación relativamente estable gracias a la legitimidad que España logró establecer, en parte por la institución monárquica, en la que la gente creía, y en parte por la acción de la Iglesia y su ejército de párrocos y obispos para preservar la cohesión social. Con los procesos de independencia de España, se creyó que podíamos recuperar fácilmente esa legitimidad perdida. No fue así. En América Latina ha sido muy difícil reconstruir un mito capaz de sustentar la creencia en las instituciones. En el libro lo que se plantea es que las emociones tristes son más frecuentes cuando las reglas funcionan mal, cuando las instituciones funcionan mal; al imperar el desorden y la anomia, se imponen los caudillismos, las tiranías y los despotismos, que han sido una constante a lo largo de estos últimos dos siglos en la región. Por eso, en este libro intento realizar la defensa de un postulado basado en la necesidad de transcurrir por el camino intermedio entre la anomia y la tiranía; es decir, entre la ineficacia y el despotismo, que es el camino de la democracia constitucional.
–¿Por qué cree que en América Latina no hemos podido suplir la legitimidad que dejó vacante la autoridad del rey y de la Iglesia por instituciones constitucionales robustas?
–El mito en la época de los Borbones era que el rey era intocable, que estaba ungido por Dios; con la Revolución Francesa se construyó otro mito, el del pueblo, el de la soberanía popular. Se construyó el mito republicano. Todas las sociedades necesitan eso, construir un espacio que esté fuera de la discusión de los políticos. El problema en América Latina es que no hemos sido capaces de impedir que la política se apropie de ese espacio sagrado. La política tiene tal peso que se apropia de lo social, de lo cultural, de lo económico, de todo. Cuando las repúblicas se instauraron en este continente, los conservadores llegaron al poder con el país que tenían en mente. Un país muy similar a lo que era la colonia, con los valores de la cristiandad, de la nobleza, de lo hispánico, con los valores de una sociedad muy jerarquizada. Luego llegaron los liberales y se propusieron construir un país totalmente distinto, influidos por el pensamiento europeo. Es así como cada sector político procuró amoldar las instituciones a su ideario y hacer caso omiso de los otros. Eso que sucedió durante el siglo XIX pasa un poco hoy en día. Por eso deberíamos tener sistemas políticos que gobiernen para todos, en donde las instituciones sean independientes de la política. Parte de nuestro concepto de lo sagrado debería ser la institucionalidad, las instituciones no se tocan. Eso permitiría avanzar un poco más. En los últimos veinte años la gran mayoría de las elecciones conducen a la victoria del partido opositor porque la gente está hastiada de los políticos y de la política. Eso es producto, en parte, de las élites responsables de haber manipulado las instituciones. Lo sagrado se confundió con lo político y esto explicaría por qué la sociedad en general ya no cree en nada. Algunos sostienen que la solución a la mala política es la antipolítica. No es así, la solución es la buena política. Pero hay que construirla. Tenemos que construir sistemas políticos que funcionen bien, de lo contrario nos enterramos nosotros mismos el cuchillo. ¿Cómo vamos a dejar todos los asuntos de la sociedad al mercado? El mercado no tiene alma, tiene solo intereses. Hay que construir lo público, la institucionalidad; si no, estamos perdidos.
"Frente a la falta de justicia, surgen los tiranos de izquierda y frente a la falta de seguridad surgen los tiranos de derecha"
–¿Qué acciones pueden tomar los países para evitar caer en la trampa de las emociones tristes? ¿Debe haber una autoridad fuerte que haga prevalecer las reglas y las instituciones?
–Los teóricos modernos, y me refiero a Locke, Rousseau, Montesquieu, advertían sobre dos peligros que las sociedades deben evitar: el de la guerra civil y el del despotismo. Los Estados europeos lograron eso. Los europeos acuñaron dos tradiciones, la de la obediencia, para preservar la estabilidad de la sociedad, y la de la legitimidad del poder. Esos son los dos grandes valores de la democracia constitucional: legitimidad y eficacia. También dos grandes demandas, que en América Latina son promesas incumplidas. Frente a la falta de justicia, surgen los tiranos de izquierda y frente a la falta de seguridad surgen los tiranos de derecha. Pero claramente ese no es el camino. La solución es construir instituciones que contengan las dos características, que sean legítimas y eficaces.
–Usted en su libro enfatiza la necesidad de avanzar hacia una educación emocional en los jóvenes. ¿A qué se refiere?
–Hay que entender la mente humana para saber quiénes somos. Los seres humanos somos más militantes que científicos, tendemos a creer más en nosotros mismos, a reafirmar nuestras propias posturas, que en conocer la verdad. Eso explica muchas cosas. Por ejemplo, que 75 millones de personas sigan creyendo en Donald Trump, a pesar de todas las mentiras que dijo. El autoengaño es un aspecto muy importante en la mente humana. Parte de la educación que debería impartirse en las instituciones, en todo el mundo pero en particular en América Latina, es una educación que le enseñe a los niños cómo funciona la mente para ser más humilde, no en el sentido católico, sino humilde para evitar los dogmatismos y la arrogancia que nos impiden reconocer al otro y su verdad.
–¿Las redes sociales conspiran contra este objetivo?
–Las redes sociales han aumentado la tendencia, muy ligada a tecnología y a la comunicación actual, al inmediatismo, a lo efímero, a lo emocional, a lo pasajero. En las redes sociales la gente está mucho más interesada en postularse a sí misma, en obtener likes, en que lo miren, en que lo aprecien. Está más preocupada en promoverse a sí misma que en conversar y obtener la verdad de los otros. Con las redes sociales hemos perdido la capacidad de entender al otro, de saber cómo piensa el otro. Lo que prospera en las redes sociales es lo que tiene impacto, y lo que tiene impacto es lo más emocional; sin embargo, lo que más emociona no siempre es lo más pertinente o lo más verdadero. Las redes sociales y, en general, la tecnología de las comunicaciones han creado una nueva manera de conversar, de discutir y de zanjar diferencias más volátil, más impersonal, más irresponsable y más pasional que en el pasado, lo cual está menoscabando las instituciones y la cultura, dando lugar a una especie de democracia plebiscitaria, que también es una democracia pasional en la que la moderación política se diluye y los líderes populistas, con su dogmatismo de salvadores de la patria, copan todo o casi todo el espectro de la política.
–¿Esto explica que los valores democráticos estén perdiendo terreno en América Latina?
–La democracia requiere diálogo de largo aliento, necesita gente que esté dispuesta a dejar sus dogmatismos de lado para escuchar al otro, necesita reflexión y discusión. Todo esto se minimiza en las redes sociales, donde prevalece lo emocional, lo inmediato, lo efímero. Los partidos extremos tienen un gran peso en las redes porque trabajan mucho con emociones, con miedos. Los partidos extremos de derecha trabajan con el miedo al desorden y a la inseguridad; los de extrema izquierda machacan con el miedo a la injusticia y a la opresión. No quiere decir que no tienen razón, pero exageran esa posición y la voz de los moderados se diluye. Están más silenciadas, no aparecen en las redes sociales y entonces el peligro es que el voto termine haciendo lo que hizo en los Estados Unidos, que es dándole la voz a los radicales.
–¿Por qué en Estados Unidos y en Europa, con democracias afianzadas, estas minorías radicales tienen cada vez más repercusión siendo que en ellas no prevalecerían las emociones tristes?
–Porque en esos países también tienen emociones tristes. Yo habría podido escribir un libro sobre las emociones tristes en Francia, que es un país que conozco bien, o sobre los Estados Unidos, donde las emociones tristes cabalgan en todas partes, pero lo escribí sobre América Latina porque es el continente que más me interesa y más quiero. En todos los países hay emociones tristes y en todos los países el balance de las emociones tristes puede cambiar. Pero creo que las redes sociales y la manera en la que nos comunicamos y los problemas que tenemos están haciendo aflorar las emociones tristes en todas partes, con motivos diferentes. Una emoción triste en Europa hoy es el odio y el miedo a los que son distintos, a los migrantes, y a eso se suben los partidos de extrema derecha. Los extremistas de izquierda cultivan el odio a los que son de derecha, al hombre blanco dominador. Lo vimos en España, donde por fortuna fueron neutralizados en las últimas elecciones, pero nada impide que el día de mañana se fortalezcan. Entonces las emociones tristes existen en todas partes, pero yo creo que las redes sociales y la manera en la que nos comunicamos están contribuyendo a que esas emociones tristes afloren y se diluyan el diálogo y la disposición de entender al otro, que se ha perdido. Es un riesgo mundial.
–Usted destaca en su ensayo la necesidad de recuperar el “espíritu americanista”. ¿Es factible esta idea en este contexto de fragmentación?
–Sí claro, es parte del mito que necesitamos rescatar. Creo que nos hemos metido la mentira de que los latinoamericanos somos muy distintos. En realidad, somos muy parecidos. Es parte del mito que necesitamos rescatar como países. En el último medio siglo hemos perdido ese sentimiento y vivimos en un aislamiento parroquial y nacionalista: las fronteras son difíciles de cruzar, la infraestructura vial entre países es escasa, no hay una moneda común, ni un mercado unificado, y cada país vive enfrascado en su mundillo local. La parroquialidad nos impide resolver problemas comunes y salir adelante. América Latina nunca negocia unida con las grandes potencias. Cada uno de los países tramita sus asuntos por su lado y eso es nocivo para el avance del continente. Deberíamos recuperar ese sentimiento de unidad y, a partir de allí, fortalecer nuestras instituciones internacionales, que funcionan mal, por no decir muy mal. Esa es una tarea urgente que hay que acometer y estamos en mora.
UN OBSERVADOR CON PERSPECTIVA SOCIOCULTURAL
PERFIL: Mauricio García Villegas
■ Nacido en Manizales, Colombia, hace 63 años, Mauricio García Villegas es doctor en Ciencia Política por la Universidad Católica de Lovaina (Bélgica) y doctor honoris causa por la Escuela Normal Superior de París-Saclay.
■ Además es profesor en el Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional de Colombia y profesor afiliado en el Instituto de Estudios Legales de la Universidad de Wisconsin y en el Instituto de Estudios Políticos de la Universidad de Grenoble.
■ Entre sus libros se destacan La eficacia simbólica del derecho, El orden de la libertad, Les pouvoirs du droit, Virtudes cercanas y el reciente El país de las emociones tristes (Ariel)
■ Es investigador en la organización Dejusticia y columnista del diario colombiano El Espectador.
–Porque en esos países también tienen emociones tristes. Yo habría podido escribir un libro sobre las emociones tristes en Francia, que es un país que conozco bien, o sobre los Estados Unidos, donde las emociones tristes cabalgan en todas partes, pero lo escribí sobre América Latina porque es el continente que más me interesa y más quiero. En todos los países hay emociones tristes y en todos los países el balance de las emociones tristes puede cambiar. Pero creo que las redes sociales y la manera en la que nos comunicamos y los problemas que tenemos están haciendo aflorar las emociones tristes en todas partes, con motivos diferentes. Una emoción triste en Europa hoy es el odio y el miedo a los que son distintos, a los migrantes, y a eso se suben los partidos de extrema derecha. Los extremistas de izquierda cultivan el odio a los que son de derecha, al hombre blanco dominador. Lo vimos en España, donde por fortuna fueron neutralizados en las últimas elecciones, pero nada impide que el día de mañana se fortalezcan. Entonces las emociones tristes existen en todas partes, pero yo creo que las redes sociales y la manera en la que nos comunicamos están contribuyendo a que esas emociones tristes afloren y se diluyan el diálogo y la disposición de entender al otro, que se ha perdido. Es un riesgo mundial.
–Usted destaca en su ensayo la necesidad de recuperar el “espíritu americanista”. ¿Es factible esta idea en este contexto de fragmentación?
–Sí claro, es parte del mito que necesitamos rescatar. Creo que nos hemos metido la mentira de que los latinoamericanos somos muy distintos. En realidad, somos muy parecidos. Es parte del mito que necesitamos rescatar como países. En el último medio siglo hemos perdido ese sentimiento y vivimos en un aislamiento parroquial y nacionalista: las fronteras son difíciles de cruzar, la infraestructura vial entre países es escasa, no hay una moneda común, ni un mercado unificado, y cada país vive enfrascado en su mundillo local. La parroquialidad nos impide resolver problemas comunes y salir adelante. América Latina nunca negocia unida con las grandes potencias. Cada uno de los países tramita sus asuntos por su lado y eso es nocivo para el avance del continente. Deberíamos recuperar ese sentimiento de unidad y, a partir de allí, fortalecer nuestras instituciones internacionales, que funcionan mal, por no decir muy mal. Esa es una tarea urgente que hay que acometer y estamos en mora.
UN OBSERVADOR CON PERSPECTIVA SOCIOCULTURAL
PERFIL: Mauricio García Villegas
■ Nacido en Manizales, Colombia, hace 63 años, Mauricio García Villegas es doctor en Ciencia Política por la Universidad Católica de Lovaina (Bélgica) y doctor honoris causa por la Escuela Normal Superior de París-Saclay.
■ Además es profesor en el Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional de Colombia y profesor afiliado en el Instituto de Estudios Legales de la Universidad de Wisconsin y en el Instituto de Estudios Políticos de la Universidad de Grenoble.
■ Entre sus libros se destacan La eficacia simbólica del derecho, El orden de la libertad, Les pouvoirs du droit, Virtudes cercanas y el reciente El país de las emociones tristes (Ariel)
■ Es investigador en la organización Dejusticia y columnista del diario colombiano El Espectador.
http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA
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