Opinión
La paradoja de Massa: el candidato y el ministro tienen urgencias opuestas
El Banco Central está verdaderamente urgido de dólares; fue récord la intervención para contener el tipo de cambio
Francisco Olivera
La jugada fue más o menos sutil, pero Massa la entendió y transmite desde entonces la queja en privado: una parte de Unión por la Patria dio en los últimos días señales de estar ideológicamente más cerca de Grabois que de él. O por lo menos de haberse ubicado equidistante de ambos candidatos. ¿No se supone que se llegó en aquel 23 de junio de sorpresas a una lista de unidad?, se preguntan en el Frente Renovador. “Picardías de La Cámpora”, lo definió un funcionario. Hubo manifestaciones más claras que otras. Y omisiones sonoras. ¿Massa o Grabois?, le preguntó a Kicillof la periodista Luciana Geuna y el gobernador, que venía de una recorrida con el líder de la UTEP, se negó a contestar.
El ministro lo asumió en silencio. Para saber lo que piensa habrá que seguir prestándole atención a lo que diga Malena Galmarini, la más espontánea del matrimonio de Tigre. Quienes lo conocen interpretaron esta semana enojo en la cara del candidato. Hay incluso malpensados que le agregan al reproche ubicación geográfica: dicen que, por ejemplo, en Mercedes, distrito de Juan Ignacio Ustarroz, hermano de crianza de Eduardo de Pedro, el único que repartía con ganas las boletas del ministro era Carlos Selva, diputado del Frente Renovador.
Un recién llegado a la interna podría pensar que es entendible que en una primaria los militantes se inclinen dentro del espacio por la candidatura más afín y que después, como se hizo siempre, el que gana conduce y el que pierde acompaña. Pero Massa necesita ser mañana el más votado de todas las fuerzas para consolidar su liderazgo en Unión por la Patria. Por eso Malena se apuró a señalar que no había que tirar el voto con Grabois. Le contestó Pablo Moyano: “Tirarlo es si votás a Milei, Larreta, Bullrich o en blanco”, objetó el líder de los camioneros.
Son disidencias que deberían resolverse a partir de pasado mañana, con el resultado puesto. Todo el peronismo empujará entonces para el mismo lado en las elecciones generales, cuando se decidan los cargos ejecutivos y legislativos que condicionarán los próximos cuatro años del país y la relación de fuerzas. Pero antes, sin De Pedro ni ningún representante del Instituto Patria o La Cámpora en la fórmula, a Cristina Kirchner le urge demostrarle al triunfador de las primarias que una porción importante de la coalición sigue avalando su discurso y sus políticas. Ella necesita que el candidato la necesite: será el modo de hacerse valer en la toma de decisiones.
Las obsesiones de Massa, en cambio, no son tan lineales. Se superponen según el ámbito y hasta resultan en algún punto contrapuestas. En la más obvia el candidato coincide con la vicepresidenta: está obligado a sumar algo más que votos kirchneristas. Es decir, atraer al electorado menos comprometido. “Nosotros no estamos para bancar el piso, sino para subir el techo”, advirtió a la nacion uno de los operadores de Massa. Algo parecido a la misión que tuvo en 2019 Alberto Fernández, pero esta vez en peores condiciones: con el ardid de la fórmula estropeado, por lo pronto, y una crisis económica de cuatro años a cuestas. El ministro está además frente a otras encrucijadas propias de su cargo. La cambiaria, por ejemplo, que algunos economistas han empezado a definir como paradoja: la cotización del dólar se tranquilizará en serio solo si la fuerza con posibilidades de ganar en octubre anticipa reformas amigables con el capitalismo y el fin de las regulaciones extremas. En otras palabras: al Massa candidato le conviene ganar, sin dudas; al Massa ministro, no parece tan claro. Hay, con todo, un tercer factor gravitante: qué hará el Fondo Monetario Internacional ante el resultado electoral. ¿Mantendrá tal como está el acuerdo de palabra para desembolsar US$7500 millones si, por ejemplo, ganan Patricia Bullrich u Horacio Rodríguez Larreta o incluso Milei, o en ese caso preferirá sumar al ganador a la mesa de consultas?
El Banco Central está verdaderamente urgido de dólares. “Vamos a seguir muy complicados hasta que entren los fondos”, le dijo hace unos días el ministro a una cámara que le reclamaba por la demora en las autorizaciones para importar al dólar oficial. El Gobierno tuvo esta semana un récord de intervenciones para contener el tipo de cambio en el mercado de bonos; saturó la City con operativos que incluyeron ayer seis motos, once móviles y una unidad de contención según informaron en las comisarías a varias casas de cambio, y tampoco así pudo evitar que cerrara en $605. El miércoles, horas después de que Massa anunció en el acto de la CGT inspecciones contra los especuladores, uno de los operadores más importantes del dólar blue les envió a sus clientes por WhatsApp: “Buenos días. Atento a las noticias de público conocimiento, y siendo vísperas de elecciones, permaneceremos cerrados lo que queda de esta semana, retomando actividades el día lunes. Esperamos sepan disculpar las molestias, pero esto es un caso de fuerza mayor”.
Un desvelo para el lunes. El Gobierno es consciente de esta debilidad. “Nos desestabiliza un arbolito de Florida porque no hay reservas”, admitió un funcionario. Ante cada movimiento, en el Palacio de Hacienda están habituados a ver que el ministro toma el teléfono. “Lisandro”, lo oyen decir, y saben entonces que habla con Cleri, que maneja la mesa del Banco Central y, como consecuencia, las intervenciones para operar en el mercado de bonos y el dólar bolsa.
La restricción le viene reportando a Massa quejas de quienes hasta ahora parecían los más pacientes del establishment, los industriales. En especial los de pequeñas y medianas empresas, justo el sector al que el candidato dice querer alentar. “Creo en el país de las pymes porque son una puerta abierta a las exportaciones”, dijo anteayer en su mensaje grabado de campaña. José Ignacio de Mendiguren, su secretario de Industria, intenta atajar desde hace por lo menos dos semanas reproches de sus pares. “Y claro que no están los dólares, pero no porque los escondamos: nos cayó un meteorito con la sequía, que se llevó una cuarta parte de los ingresos”, les dijo el textil el miércoles en el Parque Industrial de Mar del Plata a quienes lo acompañaban, entre ellos ejecutivos de Havanna, QM Equipment y Lamb Weston. Fue justo el día en que la campaña empezaba a virar hacia el ámbito que depende menos de Massa, el de la inseguridad. Esa mañana, mientras visitaba esas instalaciones con Scioli, a quien invita desde que se reconciliaron, el ministro se enteró de la muerte de Morena Domínguez, la pequeña de 11 años asesinada en Lanús, y decidió cancelar el viaje que tenía horas después a un acto en Morón y la campaña.
Ese episodio y los que vinieron después vuelven a dejarlo en una posición incómoda dentro de la interna, donde se lo recuerda ideológicamente más cerca de Rudolph Giuliani que de Zaffaroni. No debería entonces sorprenderle que a algunos de sus compañeros les falte fervor. “No es lo mismo bancar a un candidato por el que no te va la vida”, admitió ante este diario una referente del kirchnerismo. Hay que estar en la cabeza del militante: ya con el FMI hay sapo suficiente.
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