Ls lo último que se pierde? dicen, y deben tener razón. Es que la esperanza (a ella nos referimos) empieza? cuando se termina la esperanza. Sigue allí, callada, aun cuando se le niega existencia en momentos en que la mente y las circunstancias se confabulan para que digamos basta, no va más.
No quiere decir que la esperanza sea infalible en cuanto a sus propósitos iniciales. A veces tenemos esperanza de que nuestro equipo mejore su performance en la tabla de posiciones, y eso no ocurre, o, para ir a cuestiones más trascendentes, en ocasiones esperamos en vano una cura para una enfermedad o tenemos esperanza de que alguien querido cambie, pero no? no cambia. Sin embargo, si se nos permite la reflexión: ¿es esa "falla de objetivos" una derrota de la esperanza? ¿O se trata de un cambio de rumbo (a veces doloroso, por cierto) de esa esperanza, que sigue allí, pero con un horizonte diferente?
"Mientras hay vida hay esperanza", dicen, o también puede decirse, invirtiendo los términos, que "mientras hay esperanza hay vida". No sabríamos decir a ciencia cierta si las frases anteriores se cumplen siempre, pero sí podemos decir que se cumplen bastante, y con eso nos basta por hoy.
Por edulcorada que suene a veces la forma de nombrar la esperanza, sobre todo cuando oculta un voluntarismo bobo y banal, digamos que no es un tema menor. En las situaciones más límites la esperanza pierde la condición de ilusión o de idea, y se transforma en el latido del corazón que se resiste a dejar de cumplir con su tarea. Allí la esperanza es la vida que busca vida, sin preguntar por los pronósticos para hacer lo suyo.
Es conocida la historia de Viktor Frankl, quien en el campo de concentración percibió que aquellos más esperanzados contaban con mayores recursos para sobrevivir. No era una garantía y tampoco una ilusión desmedida al punto de negar lo real. Era eso: esperar algo de la vida, aunque ese "algo" no estuviera a la vista y la "realidad" pareciera mostrar otra cosa. Debemos decir que sería tonto desmerecer el valor de la ilusión como fuente de sentido, sobre todo allí donde flaquean los sentidos.
Ser desesperanzado es una moda cultural que acompaña a Occidente desde hace un tiempo. Se lo ha asociado a la inteligencia, así como se asocia a la zoncera el ser esperanzado, desmereciendo el hecho de que, en general, los desesperanzados parasitan a los esperanzados.
La esperanza es la fuerza de la vida, y consiste en una alianza entre el propio corazón y el horizonte hacia el cual se dirigen todos los afanes. Por esto último es que corroboramos aquello del principio: los objetivos enunciados pueden fallar, pero no así la esperanza, que muta y a veces pierde visibilidad, pero está allí, incluso disfrazada de otra cosa.
La idea de que la esperanza trasciende los objetivos deseados (esperanza de que todo vaya bien, de que el país crezca, de que River juegue a algo, de que un ser querido se cure) permite algo que hace que el ser humano tenga una fortaleza muy especial: no necesitar ver para creer. Esos objetivos pueden fallar, pero en ese caso la esperanza sigue allí, si bien se actualiza de algún modo ya que lo que cae es lo esperado, no la capacidad de esperar.
Digámoslo sin temor: la esperanza da resultado, es eficaz, sirve, permite salir de situaciones graves, levantarse de las cenizas, trascender el dolor. No se trata de pavotas ilusiones, sino de un "sistema" que habilita a transitar la noche gracias a la certeza de que el sol aparecerá en la mañana. Las ilusiones vanas existen, pero no son la esperanza. Esas ilusiones que endulzan pero no alimentan son imágenes voluntaristas que violentan lo real a modo de narcótico. La esperanza, por el contrario, surge de una fuente tan genuina como un latido, y está siempre allí, sobre todo, para el que quiera percibirla.
El autor es psicólogo y psicoterapeuta
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