Por las dimensiones del estudio fotográfico de Gonzalo Lauda (Buenos Aires, 1967) se puede afirmar que en su caso la fotografía rindió frutos. A los dieciocho años, en una playa de la costa bonaerense, mientras observaba el modo en que una joven madre fotografiaba con entusiasmo a sus dos chicos, decidió ser fotógrafo. "Se tiraba en la arena, los hacía posar, estaba atenta a la luz", cuenta. Estudió con maestros notables: Pedro Luis Raota, Eduardo Gil, Fabiana Barreda. En la actualidad, a la vez que realiza trabajos para grandes marcas y agencias de publicidad, alienta su propia búsqueda como autor.
En su primer libro de artista, Agua, reunió fotografías de horizontes en los que el mar y los lagos patagónicos cobraban protagonismo. En esa serie ya aparecían dos fotografías del bravío mar malvinense. Lauda viajó a las islas Malvinas en 2015, junto con el hijo de un aviador desaparecido en el océano treinta y seis años atrás, el maratonista Marcelo de Bernardis y un historiador. En una semana, sacó casi tres mil fotos. De ese conjunto, con la ayuda de sus editoras eligió las cuarenta y nueve imágenes que integran Malvinas (India Ediciones). A su vez, diecinueve de esas fotos componen la muestra que se puede visitar en el Museo Malvinas e Islas del Atlántico Sur hasta el 22 de abril.
"El viaje surgió muy de muy golpe, así que no tuve tiempo de armarme una historia de antemano", recuerda. Lauda se sintió extraño durante los primeros días en la isla Soledad. "Te hacen sentir extranjero -dice-. Vas a los lugares emblemáticos, a los museos, al cementerio Darwin; ves los trofeos de guerra en los caminos y en las calles. Ezequiel Martel, el hijo del piloto desaparecido en el mar durante la guerra, quería surfear en homenaje a su padre, pero el clima no nos ayudó. Solo estuvimos en la isla Soledad". Allí, los habitantes les recomendaron que no concurrieran a dos bares, al que acuden los soldados británicos.
"El viaje surgió muy de muy golpe, así que no tuve tiempo de armarme una historia de antemano", recuerda. Lauda se sintió extraño durante los primeros días en la isla Soledad. "Te hacen sentir extranjero -dice-. Vas a los lugares emblemáticos, a los museos, al cementerio Darwin; ves los trofeos de guerra en los caminos y en las calles. Ezequiel Martel, el hijo del piloto desaparecido en el mar durante la guerra, quería surfear en homenaje a su padre, pero el clima no nos ayudó. Solo estuvimos en la isla Soledad". Allí, los habitantes les recomendaron que no concurrieran a dos bares, al que acuden los soldados británicos.
En Malvinas, los militares superan en número a los civiles. Hay tres mil uniformados y dos mil civiles, varios de ellos chilenos. En el viaje en avión a las islas, Lauda voló con gran cantidad de personas de origen africano. "Los había contratado el Reino Unido para desactivar las minas que todavía quedaban", dice. La base área, vista desde el aire, es más grande que Puerto Argentino. Como cuenta Lauda, no es difícil volar a Malvinas. "Se compra el pasaje y se reserva el hospedaje desde el continente, pero hay que conceder que las autoridades inglesas sellen el pasaporte de los argentinos como si fuéramos extranjeros". Por ese motivo, muchos militares argentinos que participaron de la guerra no quieren regresar a ese escenario.
El color rojo de la tapa de Malvinas (libro que fue publicado por medio de Mecenazgo Cultural) anticipa la variedad cromática de las fotos de Lauda. Hubo algunos ensayos fotográficos sobre las islas y la guerra, entre ellos el de Juan Travnik. "Las suyas eran fotos densas, en blanco y negro, de excombatientes", indica Lauda. En sus fotografías, en cambo, casi no hay presencias humanas; solamente vistas de las calles de Puerto Argentino, del cementerio de Darwin, de Goose Green, de las chacras de San Carlos.
El color rojo de la tapa de Malvinas (libro que fue publicado por medio de Mecenazgo Cultural) anticipa la variedad cromática de las fotos de Lauda. Hubo algunos ensayos fotográficos sobre las islas y la guerra, entre ellos el de Juan Travnik. "Las suyas eran fotos densas, en blanco y negro, de excombatientes", indica Lauda. En sus fotografías, en cambo, casi no hay presencias humanas; solamente vistas de las calles de Puerto Argentino, del cementerio de Darwin, de Goose Green, de las chacras de San Carlos.
"Quise mostrar cómo es Malvinas en la actualidad: un lugar rico, con buenas casas y vehículos último modelo, bien abastecido. Los negocios tienen gran variedad de productos, los autos son modernos y el lugar está muy europeizado", agrega. En muchos locales, carteles con leyendas escritas en inglés agradecen a los soldados británicos su intervención "salvadora" en la guerra de Malvinas. Cada ejemplar del segundo libro de Lauda cuesta $600.
En abril de 1982, al inicio de la contienda que costó la vida de 649 compatriotas, Lauda tenía catorce años y quería ser piloto. "Durante la guerra leí mucho sobre el tema", comenta. Sin embargo, en sus fotos prevalece el punto de vista de un caminante. "Me gusta el lugar desolado y el efecto que quería lograr era el de la visión frontal de alguien que recorre la isla, gira y se encuentra con algo". Excepto en instalaciones militares, pudo sacar fotos sin inconvenientes. "Hice todo Puerto Argentino caminando. No vi a nadie en las calles durante esa semana". Casi no hay árboles ni especies autóctonas, nadie habla en español (ni siquiera los chilenos que habitan la isla) y todos se mueven en auto. "Los cuatro primeros días me costó conectarme y no sabía si podría hacer las fotos", confiesa el fotógrafo.
En abril de 1982, al inicio de la contienda que costó la vida de 649 compatriotas, Lauda tenía catorce años y quería ser piloto. "Durante la guerra leí mucho sobre el tema", comenta. Sin embargo, en sus fotos prevalece el punto de vista de un caminante. "Me gusta el lugar desolado y el efecto que quería lograr era el de la visión frontal de alguien que recorre la isla, gira y se encuentra con algo". Excepto en instalaciones militares, pudo sacar fotos sin inconvenientes. "Hice todo Puerto Argentino caminando. No vi a nadie en las calles durante esa semana". Casi no hay árboles ni especies autóctonas, nadie habla en español (ni siquiera los chilenos que habitan la isla) y todos se mueven en auto. "Los cuatro primeros días me costó conectarme y no sabía si podría hacer las fotos", confiesa el fotógrafo.
Las imágenes de uno de los últimos experimentos coloniales en pleno siglo XXI se asemejan a las de una escenografía que roza la abstracción. El colorido de las casas de los isleños contrasta con el paisaje grisáceo de la isla. El historiador Federico Lorenz, director del Museo Malvinas e Islas del Atlántico Sur, recuerda que incluso en su cabeza de especialista en el tema, el archipiélago era, básicamente, en blanco y negro. "Como en una vieja película de guerra de las que pasaban en Sábados de súper acción. Es lógico ese gris desvaído, pero no es justo ni con las islas ni con nosotros", dice Lorenz. Para el autor de Fantasmas de Malvinas, "el territorio que vemos plano, los sentidos que damos por eternos e intangibles se revitalizan con la fuerza de la vida tanto de los paisajes que contemplamos a través de la sensibilidad del fotógrafo como de la sangre de las preguntas nuevas". La calidad de esas preguntas podría dar lugar a nuevas miradas sobre un conflicto inacabado.
La muestra estará en exhibición desde el 22 de marzo hasta el 22 de mayo y se podrá visitar de miércoles a viernes de 9 a 17, y sábados, domingos y feriados de 12 a 20 en el Museo Malvinas (Av. del Libertador 8151, en el Espacio Memoria y Derechos Humanos). La entrada es libre y gratuita.
La muestra estará en exhibición desde el 22 de marzo hasta el 22 de mayo y se podrá visitar de miércoles a viernes de 9 a 17, y sábados, domingos y feriados de 12 a 20 en el Museo Malvinas (Av. del Libertador 8151, en el Espacio Memoria y Derechos Humanos). La entrada es libre y gratuita.
D. G.
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