Por la fonola de los recuerdos, una voz de Presidente festeja que los salarios se multiplicaron por diez desde que gobierna. No alcanza a distinguirse si el registro es del venezolano Nicolás Maduro, o de la autóctona Cristina Kirchner, aunque podría ser cualquier presidente populista en un país de alta inflación.
La gente, por suerte aprende. Nadie está contento porque ahora cobra el sueldo en billetes de mil, cuando hace una década lo hacía con un puñado de $100.
Hasta un nene pequeño entiende rápidamente que la moneda más grandota no necesariamente es la que más vale.
Por eso me llamó poderosamente la atención que esta semana se viralizara en los medios una cuenta, que refleja una profunda ilusión monetaria, en la que se comparaba el dinero que un banco había prestado a un hipotético usuario de un crédito UVA, cuando el nuevo sistema comenzó a rodar, en plena pascua de 2016.
Es cierto que, como el capital de un prestamos en UVAs se actualiza por inflación, quien pidió 1.000.000 de pesos en 2016, hoy debe $1.530.000 pero eso no quiere decir que deba más dinero, por la misma razón que no es cierto que usted gane más, aun cuando hoy cobra el doble de lo que percibía por su trabajo en 2015.
PERAS CON PERAS, MANZANAS CON MANZANAS
La manera correcta de analizar la evolución de una deuda es en términos reales, descontándole la inflación. Y como en los últimos dos años hubo 63 por ciento de inflación, ese millón quinientos treinta mil pesos de hoy equivale a menos de un millón del 2016; concretamente son $940.000 pesos de entonces, lo que quiere decir que como es lógico, en realidad, el que sacó un hipotecario debe menos dinero que antes.
Por otro lado, la propiedad que compró también se valoriza en términos nominales cuando atraviesa un periodo inflacionario y arriba de eso sube en términos reales, toda vez que la tierra es un factor fijo y la mayor demanda habitacional empuja los precios de las viviendas al alza, acá y en la China.
Esto quiere decir que quien sacó un crédito UVA hace dos años hizo un buen negocio, porque las tasas de los primeros prestamos oscilaba entre el 3 y el 5 por ciento y la valorización de las propiedades superó ese interés. Volviendo al ejemplo; debe un millón y medio de pesos, por una propiedad que vale más que eso.
Pero, además, tanto la cuota del crédito como lo que le resta pagar, se redujo también en relación a su salario.
Si con un salario de $32.000, hace dos abriles, una persona sacaba un hipotecario de $1.000.000 comprometiéndose a pagar una cuota de $8.000, que entonces representaba el tipo de 25 por ciento de su salario, ese prestamos equivalía a 31 sueldos.
Inflación y paritarias mediante, hoy esa persona gana aproximadamente $54.000, debe $1.530.000 y paga de cuota $12.500. Esto quiere decir que ahora le cuesta menos que antes pagar la cuota, porque asciende solo al 23 por ciento de su salario. Y también debe menos medido en salarios, puesto que lo que le resta pagar es lo mismo que 28 sueldos.
Y ni hablar si se compara la situación del que sacó un crédito, con la del que tuvo que seguir rentando una propiedad, puesto que los alquileres se ajustan semestralmente y subieron en los últimos dos años por encima de la inflación.
¿CONVENÍA MÁS UN CRÉDITO TRADICIONAL, A TASA FIJA?
La otra comparación que se puso de moda esta semana fue con los prestamos convencionales, que no ajustan por inflación.
El problema con esos créditos es que no existían en 2016. Lo que había era alguna línea con tres años de tasa fija. Lógicamente, como los bancos necesitaban cubrirse de la inflación esperada, esos créditos tenían tasas muy altas, lo que hacía impagables las primeras cuotas.
Es cierto que quien tuvo la suerte de sacar algún crédito a tasa fija en su vida, tarde o temprano se vio beneficiado por la inflación que licuó las cuotas, pero también es verdad que hasta que la depreciación monetaria hacia su trabajo, las cuotas eran prohibitivamente altas.
Con los UVAs, en cambio, nunca se licua la cuota; no hay modo de ganarle al sistema.
Por eso es falsa la comparación, porque el mismo banco que te prestaba $1.000.000 en UVAs, no te daba más de $500.000 a tasa fija, puesto que la cuota nunca podía superar el 25 por ciento de tus ingresos (30 por ciento en algunos bancos) y en las líneas convencionales las cuotas iniciales salían más del doble que en los UVAs.
Puesto en otras palabras, el crédito tradicional no era una opción porque para que te presten 1.000.000 de pesos necesitabas ganar más de $65.000 por mes y muy poca gente ganaba eso. La mayoría no podía acceder.
Pero incluso si hoy se pudiera acceder a un crédito a tasa fija, para que sea negocio se requiere que la inflación se mantenga muy alta en los próximos años, a los efectos de licuar las cuotas. Adicionalmente, se necesita que las tasas sean bajas, puesto que con tasas altas el ahorro de los UVAs en los primeros años, compensa lo que se paga de más después.
Lo cierto es que sin una unidad de cuenta estable y con alta inflación, Argentina destruyó el mercado de crédito.
Pensemos que en Chile los hipotecarios suman el 18 por ciento del PBI, mientras que, en nuestro país, hasta la revolución de los UVAs, solo ascendían a un magro uno por ciento. El mejor sistema de todos, por supuesto, es recuperar una moneda estable, sin inflación. En el camino, los UVAs son la mejor medida económica de los últimos 70 años.
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