Las inversiones de funcionarios en el extranjero han irritado a la opinión pública, aun a sectores afines a Cambiemos. Analizamos aquí dicha tenencia a la luz de la buena praxis financiera. El análisis invita a una pregunta más profunda: ¿cómo hacer para que suba la inversión aquí?
En parte, la irritación se debe a que invertir en el exterior ha sido históricamente una manera de evadir impuestos. Pero una cosa no implica la otra. Debemos convencernos de que pagar impuestos es el precio de vivir en una sociedad civilizada. De modo que me referiré a la inversión internacional que ha sido declarada ante la AFIP.
Esta es una discusión teñida de hipocresía. Como reacción a las históricas violaciones al derecho de propiedad sobre sus ahorros en pesos, bonos y acciones locales, los argentinos han decidido hace décadas atesorar dólares como vehículo preferido de ahorro. Pues tener dólares en el colchón es tan fuga de capitales como invertirlos en el exterior. Solo que es un poco peor para nuestra economía, porque el ahorro en el colchón sale del circuito productivo y no genera ningún rendimiento, mientras que las inversiones internacionales pagan una renta. De hecho, comprar dólares es darle un crédito de largo plazo a tasa cero al gobierno de Estados Unidos. Vale notar que el país de la tierra con más dólares en el colchón per cápita es, precisamente, la Argentina. Esta desgracia ilumina lecciones importantes. Pero ensañarse con los funcionarios que hacen algo similar al resto de la sociedad, es poco conducente a nuestro progreso, aparte de ser una impostura.
En la organización moderna de las finanzas existe una separación, por la cual las familias asignan su ahorro entre distintos activos, y son las empresas e inversores institucionales quienes deciden en qué países y proyectos invertir.
Pero no todo es capital financiero. Para la mayoría de las personas, el principal componente de su riqueza es el valor de sus salarios futuros. De modo que sus inversiones financieras deben verse en conjunto con sus ingresos laborales. Los riesgos argentinos afectan tanto a las inversiones radicadas aquí como a los futuros salarios. En ese sentido, una firma internacional que está diversificada globalmente tolera mejor el riesgo argentino que cualquiera de nosotros. Ello no es por falta de patriotismo nuestro, sino que resulta de su menor exposición a este riesgo del cual nosotros estamos empachados.
Diversificar
Tres premios Nobel han concluido que los mejores portafolios para una familia resultan de combinar un activo seguro con una canasta muy diversificada de todas las acciones y bonos del mundo. La fracción de cada uno de estos ingredientes en el portafolio dependerá del nivel de riesgo que la familia quiera correr.
En los hechos, la gente invierte más en su propio país que lo sugerido por la teoría, en parte porque cuenta con mejor información sobre proyectos cercanos y en parte por incentivos tributarios. Pero vale la pena tener como referencia que la manera antedicha es lo más beneficioso desde el punto de vista del ahorrista.
Siguiendo esta receta, el ahorrista estaría invirtiendo en la Argentina indirectamente, ya que poseería acciones de empresas con filiales aquí. Aproximadamente 65% de las grandes empresas radicadas en nuestro país son multinacionales, generan 12% del empleo formal y 20% de nuestro producto bruto interno. De modo que quienes verdaderamente deciden qué proyectos de inversión llevar adelante son los gerentes de las empresas y a ellos es a quienes hay que convencer.
Balanceando parcialmente lo anterior, quisiera exponer un argumento que va en la dirección contraria. El financista de un proyecto de inversión suele querer que el financiado ponga también un poco de capital propio en juego, como muestra de confianza en su propio emprendimiento. En este sentido, sería bueno que los funcionarios tengan hoy un poco más de activos argentinos en sus portafolios que lo que tenían en, digamos, 2014. Sería una muestra de fe en el proceso de cambio que ellos mismos están liderando, y en el propio presidente Mauricio Macri.
Más allá de ello, el verdadero desafío sigue siendo hacer reformas para que sea más lucrativo invertir aquí y crear un entorno de confianza recíproca que le otorgue seguridad al inversor. Ello es más incómodo que denostar a un funcionario, pero es un camino más promisorio.
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