Stanislaw Lem
(Lvov, 1921 -Cracovia, 2006) Escritor polaco, uno de los grandes maestros de la literatura de ciencia ficción, autor de títulos como Solaris, llevada al cine en dos ocasiones con enorme éxito, Ciberíada o Congreso de futurología. Referente absoluto de la literatura fantástica, a través de sus obras, caracterizadas por el rigor científico, Lem intentó transmitir el sentimiento de abandono e indefensión del hombre frente a la vastedad del universo.
Hijo único de un matrimonio de origen judío, Stanislaw Lem inició en 1939 sus estudios de medicina, que debió abandonar tras la ocupación alemana. Los Lem lograron huir del gueto, no así la mayoría de sus familiares y amigos, que terminaron sus días en el campo de exterminio de Belzec (entre 1942 y 1943 murieron gaseadas en este campo unas 600.000 personas).
Stanislaw Lem
Durante la guerra, Lem trabajó como soldador y mecánico, y traficó con armas para la resistencia polaca. En 1946 se estableció en Cracovia, ciudad que ya no abandonaría. Ese mismo año publicó su primera obra, Hombre de Marte, en una revista juvenil. Dos años después, pese a sus discrepancias manifiestas con las teorías del biólogo Trofim Denisovich Lisenko, que le reportaron no pocos quebraderos de cabeza, logró terminar la carrera de medicina en la especialidad de psicología.
A la par que ejercía como médico ginecólogo, corría el riesgo de ser incorporado a filas como médico militar y abandonó la disciplina a los pocos meses; ultimó la novela realista El hospital de la transfiguración (1948), en la que relata los avatares de unos médicos en un hospital psiquiátrico de la Polonia ocupada que intentan salvar a los enfermos de un exterminio seguro.
“Abrumado por el absurdo de las circunstancias”, según diría él mismo, tras esta primera incursión abandonó el realismo social para “sortear la censura estalinista” y crear ese universo personal, de impecable factura técnica, que le daría renombre internacional. Hombre profundamente culto, sus obras aúnan y exploran disciplinas tan dispares como la psicología, la estadística, la lógica, la física o la cibernética.
De la pluma de Lem surgirían, sucesivamente, títulos de referencia como Los astronautas (1951), La nebulosa de Magallanes (1955) y Diarios de las estrellas(1957), una original obra cómica del espacio por la que fue comparado con Jonathan Swift y Lewis Carroll, y en la que aparece por vez primera su famoso personaje Ijon Tichy. Le siguieron Edén (1959), Retorno de las estrellas (1961) -su primera incursión en el subgénero psicológico-, Memorias encontradas en una bañera (1961) y la que sin duda se convertiría en su obra cumbre, Solaris (1961).
En Solaris, el psicólogo Kris Kelvin, procedente de la Tierra, es enviado a la estación de observación del planeta Solaris para reemplazar a un ocupante que ha muerto en extrañas circunstancias y averiguar qué ha ocurrido. Allí descubrirá que los dos supervivientes están al borde de la demencia y que extrañas presencias, seres fantasmales y al mismo tiempo corpóreos, deambulan por el lugar e interfieren en la vida de los humanos.
Solaris fue llevada al cine en 1972 por el director soviético Andrei Tarkovski y pronto fue considerada película de culto. Aclamado en los países del Este, el filme obtuvo el Gran Premio Especial del Jurado en el Festival Internacional de Cine de Cannes y muchos lo consideraron la respuesta soviética a 2001: Una odisea del espacio, de Stanley Kubrick. Tres décadas más tarde el realizador estadounidense Steven Soderbergh la llevó de nuevo a la gran pantalla, cosechando un rotundo éxito.
Fotogramas de Solaris (1972), de Andrei Tarkovski
En libros posteriores, Lem, sin abandonar su tono pesimista, desarrollaría un estilo satírico-humorístico inimitable. Fábulas de robots (1964) y su continuación, Ciberíada (1965), constituyen una serie de fábulas alegóricas en las que superpone las más imaginativas posibilidades tecnológicas a los esquemas tradicionales del cuento fantástico o la leyenda medieval. En ellas aparecen también dos de sus personajes más esperpénticos: los constructores Trurl y Clapaucio.
Tras estas obras vendrían títulos como La voz de su amo (1968), Relatos del piloto Pirx (1973), la colección de reseñas de libros imaginarios Vacío perfecto (1971), en la estela de Voltaire y Borges, y Congreso de futurología, de ese mismo año, donde recupera al astronauta Ijon Tichy.
En 1973 escribió Un valor imaginario, una nueva colección de prólogos de libros no escritos, mezcla entre experimento y sátira, obra a la que sumaría, en la segunda mitad de la misma década, La investigación (1976), una novela de misterio y crímenes, de ambiente profundamente kafkiano, y La fiebre del heno, del mismo año, en la que fundía elementos de la novela negra con la ciencia ficción.
Pese a escribir sobre sociedades futuras, naves espaciales y seres cibernéticos, Lem nunca se consideró un escritor de ciencia ficción. Paradójicamente, no ocultó su desprecio por este género. Sostenía que estaba “mal pensado, pobremente escrito y, habitualmente, más interesado en la aventura que en las ideas o la forma literaria”. “Hablando de mis libros ya de madurez -Ciberíada, Fábulas de robots, etc.-, son más apólogos o cuentos filosóficos en la tradición de la literatura francesa del Siglo de las Luces que ciencia ficción. Pero siempre intenté que hubiera una base científica, siempre busqué confirmación científica de lo que yo escribía. En realidad, me considero, permítaseme el término, no un científico sino un "cientista"…o, por lo menos, eso he intentado.”
Miembro fundador de la Sociedad Polaca de Astronáutica y profesor de literatura polaca en la Universidad de Cracovia, en 1973 fue nombrado miembro honorario de la Sociedad Estadounidense de Escritores de Ciencia Ficción (SFWA, en sus siglas inglesas), de la que, sin embargo, fue expulsado tres años después por sus constantes desprecios al género. Ese mismo año obtuvo el premio Nacional de literatura. En 1977 fue nombrado ciudadano honorario de Cracovia. Durante el estado de sitio de Jaruzelski se exilió en Alemania, donde publicó Provocación(1984), un asombroso ensayo de ficción sobre el holocausto.
Abandonó su producción narrativa a mediados de la década de 1980, tras la publicación de Fiasco (1986), considerada su novela más reflexiva, porque, “no veo la necesidad de escribir otro libro más” y para volcarse en el ensayo “como vehículo para seguir profundizando en la convulsión, el espanto y el vértigo de la sociedad”.
Desde entonces vivía tranquilo, junto a su esposa Bárbara, con la que se casó en 1953, y sus perros, en su casa de Cracovia, ciudad en la que falleció el 27 de marzo de 2006 a los ochenta y cuatro años de edad, tras una larga enfermedad coronaria. Sus libros, de los que ha vendido más de 27 millones de ejemplares, han sido traducidos a más de 40 idiomas.
Abandonó su producción narrativa a mediados de la década de 1980, tras la publicación de Fiasco (1986), considerada su novela más reflexiva, porque, “no veo la necesidad de escribir otro libro más” y para volcarse en el ensayo “como vehículo para seguir profundizando en la convulsión, el espanto y el vértigo de la sociedad”.
Desde entonces vivía tranquilo, junto a su esposa Bárbara, con la que se casó en 1953, y sus perros, en su casa de Cracovia, ciudad en la que falleció el 27 de marzo de 2006 a los ochenta y cuatro años de edad, tras una larga enfermedad coronaria. Sus libros, de los que ha vendido más de 27 millones de ejemplares, han sido traducidos a más de 40 idiomas.
Un narrador fantástico con dosis de humor
Una mirada a la obra del gran escritor polaco de ciencia ficción
Una definición que con el tiempo se volvió lugar común sostiene que la ciencia ficción siempre está hablando del presente: nadie, por imaginativo que sea, puede escapar al cerco que le impone el propio entorno.
Stanislaw Lem -uno de los autores más inteligentes que dio el género- llevó la idea más allá: le gustaba señalar que la ciencia ficción no era otra cosa que "la rama hipotética de la literatura realista". La frase, dicha hace medio siglo y en Polonia, un país que se encontraba por entonces tras la Cortina de Hierro, podía sonar precavida, pero más tenía de visionaria. Lem sabía -también lo dijo- que con el tiempo la mayoría de los libros morían y se volvían ilegibles. Hoy, cuando la ubicuidad tecnológica pone en crisis al género debido a una realidad que puede pasar por ficticia, el creador de Solaris sobrevive, antes que nada, como narrador magistral a secas.
Su fórmula para combatir "la baja calidad y la infeliz monotonía" de la ciencia ficción, que tanto lo desesperaba, fue simple: lanzar su imaginación en todas direcciones. Lem tenía aspecto de científico, aunque sobre todo lo apasionaba la filosofía. Sus lectores en español sabían de la existencia teórica de sus tratados futurológicos, complemento de sus historias: la aparición de Summa technologiae confirma, por fin, que no eran una leyenda. Había habido de todos modos indicios de su modo de pensar. El polaco, que también desesperaba de la variante comercial norteamericana de la ciencia ficción, fue uno de los primeros en detectar el talento de Philip K. Dick, el autor de ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? (hoy más conocida, gracias a la película, como Blade Runner), al que veía como indagador de una pregunta clave: ¿qué es la realidad, qué lo humano? Lo reivindicó temprana y memorablemente, cuando el estadounidense apenas empezaba a despegarse del estigma de los fanzines.
En su obra narrativa, Lem aprovechó como nadie la entrelínea que permitía lo fantástico en un contexto, los países de la órbita soviética, que toleraban la tendencia como un mal menor. El género fue un vehículo ideal para traficar ideas y angustias que en otros ámbitos hubieran resultado por lo menos peligrosas.
Solaris -su novela más recordada, de 1961- transcurre en un planeta deshabitado en que los miembros de una estación espacial empiezan a ver alterado su comportamiento: un psicólogo de visita pronto descubre la presencia de una inmensa inteligencia alienígena que pone entre paréntesis la vida tal cual la conocemos. Memorias encontradas en una bañera (que se publicó el mismo año) tiene una proyección vertiginosa: transcurre dentro de unos cinco mil años y el clima es kafkiano, decididamente distópico, con su civilización militar que vive bajo tierra y sigue reglas incomprensibles. Otras novelas "serias" son La fiebre del heno, un policial a su manera, y El invencible (1964), donde aborda de manera precursora una clase específica de inteligencia artificial.
Lem, de todas maneras, no se limitó a esas variantes originales, pero más o menos clásicas. Admirador a rajatabla de Borges, lo imitó con talento: Vacío perfecto (1972) acopia reseñas de libros imaginarios, siguiendo la estela de "Examen de la obra de Herbert Quain". También encontró una veta inédita en el humor, terreno poco explorado hasta entonces por la ciencia ficción. Los desplazamientos del astronauta Ijon Tichy a los más disparatados destinos galácticos ( Diarios de las estrellas, V iajes) suelen asociarse al Gulliver de Jonathan Swift y a las fantasías filosóficas de Voltaire como Micromégas. Los cuentos de Ciberiada, por su parte, inventan la "fábula robótica", en que Trurl y Clapaucio, dos androides, viajan por el cosmos construyendo raras maquinarias sin escaparle a los deseos mundanos. El modelo son, en un tour de force asombroso, los relatos medievales, de la caballería a las hadas. La "rama hipotética del realismo", claro está, se encuentra en las ideas: resulta imposible predecir, pero es fácil de imaginar, el futuro callejón al que se dirige el propio concepto de lo humano.
Basta leer unas pocas páginas de estos libros para probar el talento estilístico de Lem. En castellano tuvo una suerte adicional: la editorial Impedimenta continúa dando a conocer obras nunca antes traducidas ( Máscara, Astronautas, Golem XIV), pero antes, en las colecciones de bolsillo de Bruguera, encontró una formidable traductora sin ripios, una misteriosa señora polaca, Jadwiga Maurizio, que convirtió a su connacional en un amigo para generaciones de lectores. Sólo queda agradecerle.
P. B. R.
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