domingo, 5 de julio de 2020

DE VIAJE....


Balnearios, una película que, entre la ironía y el juego, ayuda a respirar mejor
D. F. I.
Ningún mar es igual a otro y la vieja, querida y a veces denostada (por lo general, a cuento de destinos más cálidos) costa atlántica tiene, para cualquier argentino, un magnético no sé qué.
De esa certeza se nutre Balnearios, película que Mariano Llinás estrenó en 2002, y que nos lleva por una geografía de playas eternas, arena generosa, muchedumbres plebeyas y algún que otro enigma. Su registro es el de un documental ligeramente apócrifo; su tono, el de una ironía que por momentos se vuelve discretamente melancólica.
Con la extrañeza de un explorador de antaño que se encuentra con una cultura totalmente desconocida, una voz en off se pregunta por el extraño paisaje de cuerpos arrebatados de sol y de ocio, por la democracia que suscita el agua, por el impulso que anima a las masas a tomar por asalto, durante escasos tres o cuatro meses, a tanta ciudad con nombre marino destinada a permanecer semivacía el resto del año. Las imágenes se suceden, y el film indaga tanto en los personajes infaltables en la arena como en el misterio del enorme hotel que, a comienzos del siglo XX, se erigió en Mar del Sur y hoy es una triste mole vacía.
Pero Llinás se ocupa también de los otros balnearios, los del interior, los que a falta de mar tienen laguna, diques, piletones. Y exhiben el mismo entusiasmo gregario (diseccionado por la misma, extrañadísima, voz en off); incluso cierta imaginería oceánica, como Miramar, ciudad fundada al lado de una laguna que durante una inundación la cubrió hasta hacerla desaparecer (y allá va la cámara, a sumergirse en la laguna desmedida, y descubrir para nosotros los vestigios de una Atlántida criolla).
Lúdica e innovadora, Balnearios se disfruta de principio a fin. Como esos chapuzones que, más que refrescar, ayudan a respirar mejor.

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Donde el cielo celeste es más intenso y brillante que las estrellas
N. T.
Hay ciudades que solo necesitan de la exhibición de uno de sus símbolos para evocar las sensaciones y los sentimientos que ese lugar provoca en quienes las conocen o desean conocerlas. Con Los Ángeles pasa lo mismo; el problema es que su imagen insignia representa solo su cara visible, su lado A. Y esa parte es más fantasía que realidad.
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El cartel de Hollywood apostado en una de las muchas colinas que enmarcan los paisajes de la urbe californiana sugiere un mundo glamoroso donde las estrellas circulan en descapotables caros, las mansiones son grandiosas y hay una oportunidad siempre esperando a la vuelta de la esquina.
El encantamiento que algunas películas se ocupan de perpetuar y otras de revertir mostrando el costado más oscuro de la ciudad de los sueños está ahí en el modo en que el cielo parece más celeste y más inmenso que en otros lados, en la forma en que la luz del sol refleja inclemente sobre las autopistas que achican las enormes distancias de una ciudad que es como ninguna otra.
Sofia Coppola la conoce tanto que en su película Somewhere
Cine: "Somewhere" de Sofia Coppola. - Butaca de Primera
En un rincón del corazón es capaz de mostrarla nueva, como nadie la había desnudado antes. Un lado B cargado de nostalgia. Metrópoli industrial donde los productos son films y sus engranajes los actores que viven detrás de los altos muros del hotel Chateau Marmont, la Los Ángeles de esta película consigue transmitir la soledad de esos espacios soleados, la distancia con la que el protagonista circula por su mundo, que es pequeño, privado y por momentos asfixiante. Aunque el cielo celeste parezca eterno y los atardeceres justifiquen esa magia que rodea el asfalto, las palmeras y las estrellas.

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