viernes, 10 de julio de 2020

FRANCISCO OLIVERA OPINA,


Ella siempre tuvo un plan
Olivera: "Por las manos de De Vido pasó un tercio del PBI de ...
Francisco Olivera
Que Máximo Kirchner haya empezado a reunirse con empresarios, como trascendió esta semana, es una novedad que puede haber provocado sorpresa en el establishment económico. No tanto el lugar elegido para la comida en cuestión, la casa del banquero Jorge Brito, nexo habitual entre las dos caras del poder, la pública y la privada, o los nombres de los invitados: Marcos Bulgheroni, Marcelo Mindlin, Hugo Dragonetti, Miguel Acevedo y Jorge Brito hijo. El encuentro, que se hizo hace dos lunes en San Isidro, que incluyó empanadas y asado y del que participaron también Sergio Massa y Andrés Larroque, no será seguramente el último. En el Instituto Patria, donde se trabaja las 24 horas para las próximas elecciones, toman estos contactos como parte natural de un proceso que no termina en 2023 y que, como tal, no podría jamás prescindir de la convivencia con los dueños del capital.
La conversación fue amable y por momentos algo distante. “Muchos empresarios no conocían a Máximo”, contó uno de los presentes, que los recordó a él y a Massa como los más locuaces. El diputado abordó varios temas. Se detuvo bastante en el Covid y en la renegociación de la deuda –para la que auguró un buen desenlace–, y casi nada en el caso Vicentin, que eludió con una broma: “Veremos quién es el próximo expropiado”.
La agenda kirchnerista no siempre coincide con la de Alberto Fernández. La militancia suele señalar al Presidente como “el instrumento” del regreso a la Casa Rosada: de hecho, en el asado casi no se lo nombró. “Con Cristina no alcanza, sin Cristina no se puede”, era el año pasado el lema de campaña. Cada tanto, quienes se atrevieron en algún momento a soñar con la emancipación del jefe del Estado tropiezan con gestos o palabras que les recuerdan cómo fue el origen de las cosas. “La que conduce es Cristina”, provoca siempre que puede Sergio Berni, que ha aceptado con gusto el rol de mensajero. En diciembre, cuando empezó a repetirlo, en una entrevista con Luis Novaresio, se le escapó una sonrisa. Sus apariciones han adquirido entonces ese valor: la jefa puede estar queriendo decir algo. Volvió a pasar el miércoles. El ministro bonaerense se subió a la moto, llegó al puente La Noria y se quejó del desorden del control del tránsito. ¿Había ido por su cuenta o alguien lo mandaba? Es la incógnita que no todos los funcionarios del gobierno nacional alcanzan a despejar. Aunque hayan tomado nota de una coincidencia: desde hacía varios días, la vicepresidenta les venía recordando la necesidad de que la gestión de la cuarentena se hiciera sin equivocaciones. Esta advertencia, que Cristina Kirchner asume a veces de manera personal, se basa en el supuesto de que la sociedad está lo suficientemente al límite de la paciencia como para soportar errores como los que se cometieron, por ejemplo, el viernes del pago de jubilaciones que le costó el cargo a Vanoli en la Anses.
Es el misterio que revisten las incursiones de Berni. Programadas o no, llaman al menos la atención por oportunas. “Uno tiene que entender lo que está pasando y para eso hay que estar en el lugar: eso me lo enseñó Alicia Kirchner”, invocó él, mientras cuestionaba el operativo a cargo del Ministerio de Seguridad de la Nación. A la mañana siguiente, la jefa de la cartera, Sabina Frederic, decidió aparecer ella misma en un retén de la Panamericana.
El kirchnerismo vive una nueva etapa, la cuarta en el poder. Y ha decidido ejercerlo esta vez desde un lugar de menor exposición en el organigrama institucional, donde las órdenes se perciben menos explícitas que hasta 2015 y hay que aprender a interpretarlas. El silencio de la jefa ante una impertinencia de Berni, por ejemplo, puede significar aprobación. Si ella no lo reprende, la conclusión es que entonces no hay nada que objetar. Solo Eduardo Villalba, secretario de Seguridad, alzó ese día la voz para defender a la ministra. Berni volvió a contestarle con sarcasmo: “Conozco perfectamente la tarea del mando del personal policial, se lo enseñé cuatro años a Eduardo Villalba, me llama la atención que no lo haya aprendido”, dijo.
Estas demostraciones de autoridad no están exentas de costos políticos. El ejemplo más cercano es Vicentin. En el Frente de Todos hay coincidencias en que el modo en que se anunció el proyecto de expropiación sólo sirvió para entorpecerlo. Eduardo Duhalde constató esta sensación oficial el miércoles, al tomar el desayuno con el Presidente en Olivos. En el encuentro, que se extendió casi hasta el mediodía y del que también participó el textil José Ignacio de Mendiguren, Alberto Fernández admitió que había imaginado en un principio otro tipo de reacción, más cercana al respaldo, de los acreedores del grupo cerealero. ¿No se supone que resguardar los intereses de esos productores es también velar por la propiedad privada?, se preguntó esa mañana, y justificó la medida en que venía recibiendo muchas quejas de Santa Fe.
El jefe del Estado incluye estas inquietudes en el universo de lo que llama pospandemia. Está preocupado por la economía y también algo molesto con quienes, dice, aprovechan el virus para hacer política. En ese lote involucra a Macri y a exfuncionarios o legisladores que no gobiernan territorio, pero que opinan en redes sociales u otros medios, y celebra en cambio el apoyo de Rodríguez Larreta, que atribuye a responsabilidad. Delante de Duhalde, por ejemplo, se quejó de que los macristas lo acusaran de haber mentido con los tiempos de la cuarentena. “Mentir es prometer brotes verdes o la reactivación en el segundo semestre”, reaccionó.
Reconoce, de todos modos, que quienes pretenden sacar partido de la situación no están solo en la vereda de enfrente. Los tiene en su espacio, aunque no los nombre. Cada vez que puede, en encuentros con intendentes, Axel Kicillof se encarga de trazar contrastes entre los contagios de Covid de la provincia de Buenos Aires y los de la Capital Federal.
Esa tensión es inminente porque en ambos territorios se discute bastante más que la cuarentena: hay dos proyectos electorales. El de los bonaerenses parece por ahora más explícito; se da en un distrito con lógica propia y escaso margen para ejercer lo que gobernadores, sindicalistas o empresarios llaman “albertismo”, palabra que el propio Máximo Kirchner les ha cuestionado alguna vez a intendentes propios. Desde el principio, incluso antes de que a Cristina Kirchner se le ocurriera ungir a Alberto Fernández al frente de la fórmula, toda la energía estuvo concentrada en ese bastión. Nada puede fallar en el conurbano y menos su sistema sanitario, incluso a costa de cuarentenas más estrictas que comprometan todavía más la gestión económica nacional, para la que oportunamente se hallarán salidas o explicaciones. La pospandemia del Instituto Patria excede 2023: es natural que la agenda del heredero incluya a aquellos a quienes el glosario militante define como propietarios del poder real. Entre dueños se entienden.

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