Cómo llegamos a esta violencia intolerable
— por Héctor M. Guyot
El crimen de Morena Domínguez empezó a consumarse mucho tiempo atrás. El quiebre de los lazos sociales, verificado de manera brutal en este asesinato, es resultado de un proceso que comienza cuando estalla el núcleo de valores compartidos que habilita la convivencia. Sin ellos, no hay comunidad. Estos valores han sido horadados con método desde lo más alto del poder durante la mayor parte de los últimos veinte años, sin que la opinión pública reaccionara con la necesaria firmeza. Así, los argentinos naturalizamos una degradación moral que hoy se traduce en la pobreza material de una sociedad castigada y anímicamente exhausta.
El asesinato de Morena, a quien dos jóvenes atados a la droga mataron camino a la escuela para robarle un celular y así poder comprar más droga, remite al caso de Candela Sol Rodríguez. En agosto de 2011, a Candela primero la secuestraron y luego la mataron. Su cuerpo apareció dentro de una bolsa de basura, al costado de la colectora de la Autopista Oeste, no muy lejos de su casa en Villa Tesei, partido de Hurlingham. Estas dos muertes violentas produjeron una gran conmoción social. Ambas niñas tenían la misma edad, 11 años, y la misma inocencia. Una inocencia acaso incompatible con una realidad en la que el delito, el narcotráfico y la pobreza se han convertido en parte del paisaje.
El asesinato de Candela fue un ajuste de cuentas contra su padre –que en ese momento estaba preso– por haberse quedado con una tajada extra de un botín. La niña había crecido en un entorno de narcos y piratas del asfalto, en momentos en que el delito se extendía como una mancha y pasaba a ser otra forma más o menos aceptada de ganarse la vida, muchas veces en complicidad con la policía, en un país en el que el gobierno estaba a la cabeza no solo de los que rompían las reglas, sino también del robo liso y llano. Más de diez años después, esa mancha ha crecido y el combo fatal de pobreza, abandono y droga lanza a las calles un desarrapado ejército de jóvenes minados por el paco que no tiene nada que perder y mata sin culpa. La droga actúa como el paliativo de una “generación” en los márgenes, arruinada por una concepción política que los relega a la miseria, les arrebata el horizonte y contagia destructividad.
No es posible entender esta descomposición social sin comprender lo que han significado estos veinte años de kirchnerismo y la consiguiente tolerancia de una sociedad que, sin anticuerpos, no condenó con la suficiente fuerza a un populismo que fue destruyendo los presupuestos en los que se asentaba la vida en común. Durante estos años, para buena parte de la opinión pública y la prensa (dejo de lado el “periodismo militante”, que es otra cosa), el kirchnerismo fue un actor más en la lucha por el poder. La naturalización de la trampa, la mentira y la corrupción, que se exhibían a cielo abierto, hizo mucho daño. Fue un aval indirecto al vale todo. Y el vale todo, que no es nuevo en estos lares, se volvió sentido común.
Hemos vivido, todo este tiempo, entre la alienación y la cordura. Eso hoy impacta tanto en el plano personal, subjetivo, como en el social. En buena medida, esto se lo debemos al relato, el arma más poderosa de Cristina Kirchner, que supone la destrucción de la palabra y el reemplazo de la realidad por una ficción tejida sobre un mito grabado a fuego en la mente de los creyentes. Ese mito, que abreva en el que supo construir Perón hace más de 70 años, dice que todo se reduce a una lucha entre buenos y malos. Los buenos están con “el pueblo”, que el líder peronista encarna. Los malos son “la oligarquía”, cuyo único fin es dañar al pueblo. Para los que viven en el relato, que se alimenta de la división y el odio, cada acontecimiento adquiere sentido cuando la palabra del líder lo inscribe en el telón de fondo de esa falsa premisa arquetípica. En la actual sociedad posfáctica, determinada por un orden virtual hecho de imagen plana y discurso, lo real pierde consistencia. La penetración del relato se debe a que en él convergen la reescritura de un viejo mito político y los efectos más actuales de la revolución tecnológica.
Hemos vivido bajo la atmósfera tóxica de un relato que estimula la violencia, envueltos en la irrealidad de un discurso que desconoce la distinción entre la mentira y la verdad porque crece emancipado de las cosas, pura proyección paranoica de mentes afiebradas o cínicas. Sin embargo, la realidad sigue ahí, inmune a las fantasías que vende el poder, pero sensible a sus efectos destructivos. Y la realidad, que a la larga prevalece, irrumpe en el asesinato de Morena, perpetrado en unos pocos minutos que cifran años de progresivo deterioro. Lo mismo que los homicidios de Juan Carlos Cruz y Nelson Daniel Peralta, también ocurridos esta semana.
Si aspiramos a que nuestro voto pueda abrir la oportunidad de un futuro, quizá convendría levantar la mirada de la mera lucha agonal y deportiva que ofrece la política durante estas elecciones para tratar de comprender, repasando la película, cómo es que llegamos a la violencia intolerable de estos días. Y solo después, sí, votar
La realidad, que a la larga prevalece, irrumpe de pronto en el crimen de Morena, perpetrado en unos pocos minutos que cifran años de progresivo deterioro
http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Nota: sólo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.