domingo, 13 de agosto de 2023

CRIANZA....INSEGURIDAD Y EL ESCENARIO


Chicos e inseguridad: diálogo fluido, respuestas claras y pautas de cuidado, las claves
Tras varios asesinatos, incluido el de Morena, expertos aconsejan escuchar los miedos de los niños y ajustar el discurso a la edad, sin detalles morbosos; activar la prevención
Evangelina HimitianLa muerte de Morena y el dolor de sus compañeros, difícil de procesar para los más chicos
Felipe, de 7 años, bajó por la escalera y se quedó sentado en los escalones del medio, en pijama, mientras sus hermanas se cambiaban para ir al colegio. Con las manos en la cara y la angustia en los ojos. En la tele, el canal de noticias mostraba la angustia de la familia de Morena Domínguez, la niña asesinada en Lanús para robarle el celular. “¿Qué pasa, Feli, no te cambiás?”, preguntó Ximena Larguía, la madre. Felipe se quedó en silencio. Y después preguntó: “¿Por qué la mataron a Morena, si iba a la escuela?”. Ximena sintió el cimbronazo de la indignación que habían expresado todos en la mesa familiar para hablar del crimen, de la bronca que se sentía en su casa –como en tantos otros hogares– con los discursos políticos que nada aportan a calmar el dolor. Y la pregunta del más chico de la casa la desarmó. Lo abrazó, le secó las lágrimas intentando disimular las propias y le costó encontrar palabras para explicar al mundo infantil aquello que en el mundo adulto tampoco tiene ningún sentido. Lo mismo que sintió con el homicidio, anteayer, del médico Juan Carlos Cruz en la puerta de la casa de su madre en Morón y del profesor jubilado Nelson Peralta en Guernica, ayer.
“Hay personas malas, que quieren lo que no es suyo, que pueden hacer cosas muy terribles para conseguirlas. Y la policía no siempre está para cuidar a todos. Esperemos que quienes nos gobiernan se den cuenta y hagan algo para proteger a todos los chicos, que todos puedan ir seguros a la escuela”, intentó explicar Larguía. Pero interiormente no se quedó conforme con la respuesta, la única que le salió.
¿Cómo hablar con los chicos y transmitirles tranquilidad, cuando los descarnados hechos de inseguridad también los tienen a ellos como víctimas? ¿Cómo canalizar la angustia ante esos hechos sin cargar emocionalmente a los chicos? ¿Es posible o saludable dejarlos al margen?
Los especialistas consultados por coinciden en que estos son hechos tan terribles que no es posible que los chicos vayan a pasar por alto, por más que los adultos cambien de canal. Que no sirve decirles que a ellos nada les va a pasar, aunque tampoco es necesario exponerlos a los detalles más dolorosos y angustiantes. Lo mejor, recomiendan, es poder encontrar el momento en una cena, un desayuno, un viaje en auto o una caminata por la calle para conversar del tema, para escuchar los sentimientos que se les despiertan ante estas historias y acompañarlos a elaborar tanto sinsentido. A los más grandes, los que empiezan a transitar su autonomía, recordarles que los delincuentes están al acecho, pero que podemos ser precavidos, andar con cuidado, en grupo, nunca solos; recordar que por eso mismo los adultos les dicen que no saquen el celular en la calle, que miren a su alrededor cuando entran o salen de algún lugar. Y que, si aun así pasa, no duden en entregar todo lo que les pidan.
Con los más chicos, se sugiere ser cautos: “Cuidemos lo que ven y lo que escuchan, porque los detalles hacen mucho daño y ellos no pueden procesarlo ni hacer nada al respecto. Contemos la verdad sin detalles macabros. [A Morena] Querían robarle, no matarla, y como seguramente estaban drogados no midieron lo que hacían”, explica la psicóloga y autora de libros de crianza Maritchu Seitún. “Lo importante es que reflexionemos con ellos sobre nuestros motivos para cuidarlos y sobre lo que aprendimos, para que la muerte de Morena sirva para algo: que los adultos optimicemos los cuidados, exijamos policías para entradas y salidas de lo que haga falta”, agrega. Pero no sirve alarmarse ni alarmar a los chicos, dice: “Se asustan o no nos creen. Quedarnos en el reclamo y la queja sin hacer cambios en casa o sin colaborar para que cambie la sociedad solo estresa a los chicos, porque no ven salida. Aprendamos a filtrar, especialmente con los chiquitos. Darles confianza y enseñarles pautas de seguridad; no asustarlos, enseñarles. Sí aceptar con dolor que esas cosas pasan, que no podemos controlar todo, pero que nos podemos cuidar entre nosotros”, detalla Seitún.
Abiertos a las preguntas
Las imágenes fueron muy impactantes. No solo las del asalto a Morena y las del robo al médico en Morón. También aquellas en las que se veía a los compañeros de la niña llorar desesperados sobre el cajón, y a uno de ellos reclamando justicia ante las cámaras de televisión: “No hay respuestas, queremos respuestas, no queremos tener miedo de entrar y salir”, gritaba el chico entre lágrimas. La imagen golpeó en todos los hogares. Sofía P., de 13 años, que vive en Ramos Mejía, quedó impactada. “Desde que pasó lo de Morena nos pide que la acompañemos hasta la puerta del colegio, y eso que vivimos a una cuadra. Estas cosas son un retroceso, ya desde el año pasado iba sola. Por un lado, una tiene miedo, pero a la vez los chicos se sienten inseguros. Es horrible”, cuenta Mariela, la madre.
“El asesinato de Morena nos conmocionó a todos, especialmente el llanto del chico que les habló a los gobernantes en representación de todos los niños. Hay que escuchar sus miedos, lo que sienten, qué hablaron en el colegio. Siempre pensamos que los adultos tenemos que tranquilizarlos. Yo creo que ahora es diferente, la violencia cada vez está más acentuada. Creo que es importante permitirles que hablen y se desahoguen”, sostiene Eva Rottenberg, directora de la Escuela para Padres. “En los encuentros de estos días, no se habla de otra cosa, porque estas noticias nos golpearon a todos. No sirve decirles a nuestros hijos que es un caso excepcional y no les va a pasar. Es importante reconocer la violencia y darles herramientas para protegerse. En estos días es muy grande también la angustia de los padres cuyos hijos se mueven solos en la calle. Debemos enseñarles a usar el celular de manera segura, a moverse de la manera más segura posible. Hay que generar solidaridad y apoyo entre la comunidad, armar redes para acompañar, para superar esta situación”, agrega.
Otro tema importante que resalta es que hoy el celular es una herramienta clave para esa primera autoescuelas, nomía de los chicos que empiezan a moverse solos. Muchos padres lo compran con mucho esfuerzo y les transmiten a los hijos la necesidad de cuidarlo y la dificultad de reemplazarlo. “No tenemos que poner un énfasis equivocado porque puede hacer que, ante un robo, se resistan. Es triste, pero lo cierto es que hoy hay que elegir zapatillas que no sean llamativas, ni mochilas muy caras, ni ropa muy vistosa, porque a los adolescentes eso los expone más”, añade Rottenberg.
¿Qué pasa cuando noticias como estas irrumpen en la cotidianeidad de los chicos, Sobre todo en aquellos que están transitando una autonomía inicial?
“Una muerte violenta constituye una sobrecarga de información para el psiquismo infantil. Por lo tanto, una de las cuestiones principales sería no exponer a los niños a los relatos sobre la escena. La sobreexposición mediática puede desencadenar miedos, angustias, como estamos viendo en estos días. Si el niño pregunta, el adulto tiene que escuchar y responder de manera clara, puntual, veraz y esperando la próxima pregunta. No sobreexplicar. Es crucial contener emocionalmente al niño y permitirle expresar sus emociones. Retomar la rutina y abordar el tema de la muerte de manera adecuada también es importante. Los niños de 6 a 9 años tienen cierta comprensión del concepto de la muerte y se debe tener un enfoque cauteloso y adaptado a su capacidad de simbolización y comprensión”, explica Mónica Cruppi, psicóloga y miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA).
“La inseguridad en la que estamos inmersos nos obliga a tomar medidas, desde el cuidado de las pertenencias hasta el cuidado de nuestra vida. ¿Qué hacer y qué decir a nuestros hijos que tienen que ir a la escuela, al quiosco, a casa de un abuelo o amigo? ¿Cómo lograr que ellos en su necesidad de individuación, de búsqueda de identidad, de medir su autonomía, no tengan miedo? Parece imposible”, apunta Adriana Ceballos, licenciada en Educación, directora de Ecofam y coach de familia. “Cuando un hijo ha vivido o visto un hecho de inseguridad, violencia o agresión, lo primero que podemos hacer como padres es abrazar y compartir emociones con confianza, permitiendo darle entidad al dolor. Luego, saber si tiene alguna pregunta para hacernos manteniendo un diálogo directo. Tocar estos temas y posibilitar que opinen, compartan la tristeza, la impotencia y la indignación nos une y nos fortalece como familia. No disfracemos los hechos ni minimicemos o mintamos al respecto”, recomienda.
“Adelantarse a las situaciones puede ser una herramienta clave. Si los chicos saben cómo deberían actuar ante un robo o cómo ponerse en contacto con alguien que los ayude a contactar a sus papás si vivieron esa situación, ayudará a bajar la carga emocional del momento si les tocara atravesar un hecho de inseguridad. Saber dónde está, con quién va, es fundamental. En circunstancias extremas, la red de contención armada entre padres y vecinos es básica”, concluye Ceballos.


&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&

La ley de oferta y demanda regula los robos y un círculo vicioso detrás del delito
Fernando Rodríguezel asesinato de Morena Domínguez provocó un fuerte impacto social
En el primer cordón del conurbano, el cinturón en el que históricamente se definen las elecciones nacionales, el crimen de Morena, de 11 años, emerge como la expresión máxima de todo lo que está mal en el país. Es mucho más que un hecho de inseguridad: es la consecuencia y la representación de una crisis que lleva décadas, que no deja de agravarse y que demandará años revertir.
Una niña que iba a la escuela, una vida segada por criminales violentos y sin límites. Un futuro destrozado por un celular. Un teléfono que los asesinos cambiaron por droga en un aguantadero de Pompeya. Un contexto en el que todos saben dónde está el peligro que los acecha a diario y a toda hora, mientras las autoridades les mienten soluciones y usan la muerte y la inseguridad como daga en la discusión político partidaria. Y todo vuelta a empezar, en un carrusel hipnótico y perverso que lleva años.
Por fuera de los extremos del “garantismo” y de la “mano dura” hay problemas estructurales que aparecen en todos los diagnósticos sensatos de los especialistas en seguridad: falta de preparación de las fuerzas de seguridad, insuficiencia de recursos humanos y técnicos para la prevención y persecución del delito, desaciertos en el despliegue territorial de los recursos, un sistema judicial ineficiente y moroso, entre otros tópicos. Todo eso impacta a la hora de medir las consecuencias de la actividad criminal.
A la hora de hablar del crimen, el foco aparece puesto en las grandes bandas, en el crimen organizado, en el narcotráfico a gran escala. Son negocios multimillonarios, en algunos casos, de carácter transnacional, y de múltiples aristas. La situación de Rosario, por ejemplo, deja expuestas esas múltiples facetas: la venta minorista de drogas, la acumulación de dinero, medios y territorio, la captación de mano de obra (barata y ávida de ganar mucho en poco tiempo) y, de la mano de la acumulación de poder, la diversificación de objetivos (extorsiones, ataques por encargo). Todo ese circuito requiere, para su consolidación, de una etapa de “delito de cuello blanco”: la de la introducción del producto del crimen en el mercado legal, con el lavado de dinero, por un lado, y la de la compra de voluntades estatales para garantizar vía libre e impunidad en la actividad criminal.
Pero detrás de ese esquema rutilante subyacen, en cuanto a las causas y objetivos del delito, otras preguntas de peso. ¿Por qué una persona delinque? ¿Qué pasa con el producto del delito? Sobre la segunda cuestión, hay un aspecto importante y muy desatendido: los bienes robados circulan en un mercado más o menos informal. Eso es muy evidente en el caso del robo de neumáticos y autopartes, artículos electrónicos (especialmente, los celulares) o bicicletas y motos. Muchas veces, las propias víctimas de los robos acuden a ese mercado de distintas gamas de grises para reponer a un precio “conveniente” los productos que les fueron sustraídos. La demanda determina la oferta.
Autos y motos robados terminan convertidos en “mellizos” y se venden a través de plataformas de ventas por internet. o son sustraídos para ser usados temporalmente por bandas de asaltantes en sus raídes delictivos. El dinero contante y sonante, por supuesto, termina invertido en bienes de consumo. no suele haber, a nivel del delito urbano, fines de inversión: el ladrón promedio no roba pensando en asegurarse su futuro y retirarse, sino que roba para consumir de inmediato lo que quiere, porque no puede visualizar su futuro.
Ahí es donde aparece la droga como fin y como medio, y como respuesta parcial a la primera pregunta. El caso de Morena dejó expuesto algo que es moneda corriente: robar para comprar droga, drogarse para seguir robando. Eso es “ir de caravana”, en la jerga del criminal lumpen. Eso hicieron, según la Justicia, los dos supuestos asesinos de la adolescente: ir a una cueva de Pompeya a cambiar el celular por paco. Ese celular, en tanto, se interna en el circuito clandestino hasta que reaparece en los puntos de venta informales, donde alguien los compra sin preguntarse demasiado si está manchado de sangre.
Hay, ahí, un punto clave, del que poco se habla a la hora de la discusión sobre la prevención y la represión del delito urbano: la importancia de romper el círculo vicioso de oferta y demanda sustentado en la compraventa de objetos robados o de origen ilegal.
Calles tomadas por el delito
El asesinato de Morena reavivó sentimientos de dolor, miedo y bronca. Dolor, por el asesinato de una niña. Miedo, porque los barrios se convierten en zonas liberadas en las que la presencia policial es una utopía y los delincuentes son los dueños de la calle. Y bronca, porque este tipo de crímenes deja expuesta la inacción de las autoridades, que hace sentir a los vecinos que están entregados a su propia suerte.
Cada vida es única, y cada vida perdida es todo para los deudos. Pero las historias de la inseguridad y los contextos en los que se producen parecen calcadas. cada crimen conmocionante desnuda, en la latitud que sea, una certeza: en la mayor parte del conurbano, salir a la calle se volvió una misión peligrosa. A toda hora, a pie o en auto. En paradas de colectivo, en comercios, en la puerta de la casa, incluso dentro de la propia morada.
En Lanús oeste, con el crimen de Morena consumado, los vecinos repetían que llevan tiempo rogando a las autoridades más presencia policial para sentirse un poco más seguros ante el acecho permanente de delincuentes. A determinadas horas, hay tantas posibilidades de ver pasar un patrullero como de ver aparecer un unicornio. En algunos lugares, directamente, jamás se espera que pase un móvil, excepto cuando la tragedia ya ocurrió y, sobre todo, aparecen las cámaras de la televisión.
Solo este año, hizo tres recorridas por el conurbano después de otros tantos crímenes de alto impacto en la opinión pública. Dos, en La Matanza; una, en Moreno. Los testimonios eran coincidentes: zonas olvidadas por el patrullaje preventivo, y delincuentes violentísimos, dispuestos a todo.
En algunos lugares del conurbano el transporte público ya no se interna en los barrios por la inseguridad: los colectiveros temen que los asalten y los maten, como pasó en mayo con el chofer Daniel Barrientos, baleado a quemarropa una semana antes de jubilarse. Y los vecinos se ven obligados a caminar, a veces, una decena de cuadras hasta llegar a una parada de colectivos en una avenida o en una ruta. En ese trayecto, muchas veces, son presa fácil de ladrones que conocen todas las materias del manual del delito: motochorros, “pirañas” a pie o en auto, con armas o con la fuerza bruta.
A las mujeres les pegan y las arrastran por el suelo, como pasó con Morena. A otros, directamente, les disparan a la cabeza sin siquiera esbozar una amenaza previa, como hicieron los motochorros adolescentes que ejecutaron en la Panamericana al empresario Andrés Blaquier. no hay distinción de nivel socioeconómico. Todos somos potenciales víctimas.
En el área metropolitana, hoy, millones de ciudadanos viven bajo amenaza permanente, como en una guerra civil eterna. Pagan sus impuestos, trabajan, estudian, buscan forjar un futuro para sí y para sus familias. Votan y esperan que la política desarrolle acciones integrales eficaces para resolver los graves problemas que desgarran el tejido social e impiden el desarrollo integral de los habitantes del país.
Pero los políticos siguen sin dar la talla. Las discusiones y los diagnósticos siguen siendo los mismos –la morosidad judicial, la “puerta giratoria”, la corrupción policial, la inimputabilidad de los menores, el problema de las drogas, la “multicausalidad del delito”– y la falta de soluciones concretas y duraderas, y las responsabilizaciones cruzadas son la única respuesta que han dado, hasta ahora, aquellos que, cada dos años, le piden el voto de confianza al ciudadano bajo la promesa de “resolver los problemas de los argentinos”
Casos como el asesinato de Morena Domínguez dejan en carne viva los miedos y las demandas de los ciudadanos y exponen la incapacidad del Estado para responderlas y atacar las causas estructurales del crimen

http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Nota: sólo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.