150 años
Cómo Mar del Plata pasó de ser la Biarritz del Atlántico a convertirse en la Ciudad Feliz
Mañana se cumple un siglo y medio de la creación del balneario argentino que comenzó siendo un enclave aristocráctico y vivió un acelerado proceso de democratización.
Pablo Junco
Aunque hoy cueste creerlo, hace 150 años, sombrillas y carpas no eran parte del paisaje costero. A comienzos del siglo XIX, los pampas y los araucanos –tal como eran llamados entonces– avanzaban sobre las tierras que Ladislao Martínez había adquirido a Pedro de Alcántara Capdevila. Gracias a la expedición militar que Rosas llevó a cabo en 1833, la frontera con el indio fue corriéndose hacia el sur. Tras su elección como gobernador de la provincia de Buenos Aires por segunda vez, el Restaurador suspendió la ley de enfiteusis que había impulsado Rivadavia, y requirió a los hacendados que devolvieran esas estancias. En 1839, la Revolución de los Libres del Sur –iniciada en Dolores por Castelli– produjo profundas alteraciones en la región. El embargo de tierras llevó al abandono de algunos campos. Ladislao Martínez estaba preso en la ciudad de Buenos Aires, Ambrosio Crámer –presidente de la Sociedad Rural– fue muerto en combate en 1839, y parte de las de las familias Sáenz Valiente, Otamendi, Ezeyza, Castelli y Bosch partieron en un largo exilio hacia el Norte, acompañando en su suerte el derrotero del General Lavalle.
Hasta que se construyó el muelle, y luego el puerto, el tasajo del saladero entraba y salía en pequeñas barcazas que llegaban a las costas.
Los cambios económicos, que comenzaron a gestarse en la década de 1840, se acentuaron a partir de la transformación política producida con la caída del régimen rosista en 1852. Las estancias de la zona –dedicadas a la producción de ganado vacuno–, fueron lentamente diversificando su producción. Por entonces, Ladislao Martínez vendió su estancia y su ganado a José Gregorio Lezama, quien aprovechó estas circunstancias para reunir bajo su dominio una extensión mayor de tierras y animales. En su edición del 14 de agosto de 1856 el diario El Nacional informaba que, «un consorcio portugués adquirió una extensión de 52 leguas de campo, 7 leguas de costa y donde hay no menos de 115.000 cabezas de ganado manso y alzado, yeguarizo y lanar». Eran las estancias Laguna de los Padres –así llamada porque un grupo de padres jesuitas había intentado formar allí una reducción que no prosperó varias décadas antes–, La Armonía y San Julián de Vivoratá. Encabezado por el Barón de Mauá, que tenía la mitad del paquete, el 50% restante se repartía entre Coelho de Meyrelles, Pereira de Faría, Figueredo hijo, De Souza y Sa Pereyra.
Una de las primeras construcciones de Mar del Plata. Al fondo, se aprecia la iglesia de Santa Cecilia.
Coelho de Meyrelles
José Coelho de Meyrelles había sido cónsul de Portugal y fue el encargado de poner en marcha un establecimiento que cambió definitivamente las características de la región: el saladero. Es importante destacar el trayecto recorrido por él para comprobar que la ubicación actual de Mar del Plata es fruto de la casualidad. La caravana de carretas tiradas por bueyes llegó a esta zona en diciembre de 1856. Los jinetes eran gauchos –en su mayoría procedentes de Río Grande do Sul (Brasil)–, pues eran diestros en lo referente a la salazón de la carne, industria que prosperaba en esa parte del continente. Los historiadores Enrique Alió y Julio César Gascón, dicen al respecto: «Al llegar a la altura donde se levanta hoy Mar del Plata, la caravana dirigida por Meyrelles continuó en dirección oeste, hacia la zona serrana. Después de recorrer los alrededores de Laguna Brava, hizo un alto en la punta este de la sierra del Volcán (hoy Puerta del Abra, límite fronterizo de los Partidos de General Pueyrredon y Balcarce)…”
El saladero, visto desde la loma de Mar del Plata. Esta es una de las primeras imágenes de Mar del Plata conocida hasta ahora.
A Meyrelles no le pareció adecuado ese lugar para instalar el saladero, por su lejanía del mar y por la topografía del terreno. Regresó nuevamente y luego de otro intento de habilitación en la margen derecha del arroyo Vivoratá, se trasladó hasta la desembocadura del arroyo San Ignacio (hoy Las Chacras) y como el lugar le pareció adecuado, mandó construir el saladero en el paraje denominado más tarde Punta Iglesia. El consorcio luso-brasileño llegó a contar con 140.000 hectáreas. Para la instalación y puesta en actividad de la planta se emplazaron en sus alrededores galpones y casas de servicios, con sus respectivos pobladores. Lo que sería la manzana fundacional estaba delimitada por las actuales calles Luro, Alberdi, Corrientes y Santa Fe. Enfrente hizo construir un gran corral de «palo a pique» donde se encerraba la hacienda próxima a ser faenada. Este corral estaba delimitado por las actuales calles San Luis, San Martín, Santiago del Estero y la diagonal Alberdi, cuya tranquera miraba hacia el oeste. Se empleaban largas mangas hechas de palo a pique y arpillera para encerrar la hacienda poco mansa que abundaba en la región. El sistema del saladero funcionó de la siguiente forma: los animales pasaban de un corral grande a un corral más chico por el brete. Allí se los enlazaba de a uno y se los alzaba por medio de una soga y una roldana. Una vez sujetos eran golpeados para desnucarlos. Muertos se los cargaba en carretas hasta un lugar techado, donde se hacía el degüello y la cuereada. La carne se trozaba en tiras largas de unos 4 a 5 centímetros de espesor que, luego de ser oreadas por unas horas, se depositaban en unos depósitos con salmuera por un corto tiempo. Luego se escurrían, se apilaban sobre una base de astas en pilas de hasta cuatro metros. Una vez transcurridos de 40 a 50 días, moviendo y asoleando permanentemente las pilas de carne, quedaba listo el tasajo que luego se exportaba a granel en la bodega de los barcos, sin ningún tipo de envase. Al final del proceso, el sabor de la carne no era nada agradable, pero por su bajo precio y buen contenido alimenticio, era destinado para la comida de los esclavos de Brasil y Cuba. Se realizaron algunos intentos de comercializarlo en Europa para consumo de las clases bajas, pero fracasaron y algunos países como Gran Bretaña llegaron a prohibirlo, debido a sus deficientes condiciones bromatológicas.
Playa Bristol hacia finales del siglo XIX. En la loma se ven las casas de Samuel Hale Pearson y Villa Margarita de Zamboni.
Meyrelles, que había establecido su estancia principal en La Peregrina, consciente de la dificultad que había para transportar los cueros por mar hacia Buenos Aires, solicitó al ingeniero Guillermo Bragge un estudio de factibilidad de un puerto. Finalmente, construyó un muelle de madera en la actual zona de Punta Iglesia, que fue frecuentado por las barcazas de Cándido Ceferino de Ávila y los hermanos Domingo y Lorenzo Mascarello encargados de transportar las mercaderías destinadas al saladero y llevar, en el viaje de vuelta, el tasajo. La instalación del saladero en el Puerto de la Laguna de los Padres generó un lento y progresivo cambio en la fisonomía de la región, al concentrar un pequeño núcleo de población a su alrededor. Se levantaron ranchos y barracas. El trabajo acercó a hombres y mujeres. Se fueron formando familias y del andar cotidiano surgieron sendas que serían calles.
El portugués José Coelho de Meyrelles fue el creador del primer saladero.
El almacén de ramos generales La Proveedora, administrado por los señores Luengas y Harris, cubría las demandas básicas y nucleaba la vida social. Al mismo tiempo, la instalación del saladero permitió canalizar la faena de gran cantidad de animales, por lo que las estancias de la región comenzaron a conectarse a través de los caminos de la zona, ya que resultaba más beneficioso llevar los animales hasta lo de Meyrelles que cruzar el río Salado, que no siempre permitía el paso. A la luz de los hechos posteriores, algunos historiadores aseguran que Meyrelles fue una expresión del expansionismo brasileño. Es muy posible. Pero a sus ambiciones obedece el caserío, y a él debemos que Mar del Plata se encuentre adonde está hoy.
Los primeros turistas comenzaron a llegar a finales del siglo XIX, antes de que se conformara Mar del Plata como balneario.
Una vuelta de página
Distintos factores se conjugaron para que el saladero acabase condenado a desaparecer. En primer lugar, el consorcio brasileño había sobredimensionado la cantidad de ganado cimarrón o alzado que había en el lugar, tal vez debido a la información suministrada por el vendedor de las tierras, José Gregorio Lezama, lo que los obligó a comprar mayor cantidad de ganado para mantener el nivel de producción del saladero. En segundo lugar, si bien hasta 1887 el tasajo ocupaba un lugar de privilegio entre las exportaciones de carne junto con los animales vivos (48%), las ganancias de los saladeros habían evolucionado en forma desfavorable desde principios de la década de 1830, como consecuencia de los procesos de liberación de los esclavos en Cuba y Brasil, por lo que era una actividad en decadencia. En tercer lugar, el costo del transporte siempre fue un obstáculo para el desarrollo del saladero de Meyrelles y sus posteriores dueños. Bajo estas condiciones, sólo podían mantener sus márgenes de rentabilidad aquellos saladeros en condiciones de disminuir a niveles mínimos sus costos de transporte. A esto último aspiraba Coelho de Meyrelles cuando pensó en un puerto propio y construyó un modesto muelle. Con todo, le fue muy difícil competir con los establecimientos próximos a Buenos Aires. El consorcio brasileño finalmente se disolvió, y Coelho de Meyrelles quedó al frente de la empresa. Al poco tiempo enfermó y decidió vender el saladero y las estancias. Falleció en Buenos Aires en 1865 y su sucesión fue acusada de fraudulenta por los acreedores en un juicio que se prolongó muchos años.
La estación Mar del Plata del Ferrocarril del Sud hacia 1885
Patricio Peralta Ramos
Meyrelles había vendido a Patricio Peralta Ramos sus tierras. Lo hizo el 25 de septiembre de 1860 y se conservan escrituras públicas, referencias judiciales, y mensuras profesionales que lo prueban en forma categórica y desautorizan toda otra versión. Las estancias Laguna de los Padres, San Julián de Vivoratá y La Armonía sumaban un total de 136.425 hectáreas. Peralta Ramos venía de Buenos Aires acompañado por sus hijos Jacinto y Eduardo, de 11 y 10 años respectivamente, a los que sacó del Colegio San José para que lo asistieran en la tarea que pronto emprendería: fundar en esas tierras la ciudad de Mar del Plata. Como parte de ese proceso, Patricio Peralta Ramos, Anacarsis Lanús, Benigno Barbosa y Eusebio Zubiaurre constituyeron una sociedad que se hizo cargo del saladero con todas sus instalaciones, mientras que las tierras propiedad de Coelho de Meyrelles, se dividieron entre distintos hacendados. La estancia principal de Laguna de los Padres quedó a cargo de Patricio Peralta Ramos y Benigno Barbosa. Al poco tiempo, Peralta Ramos adquirió la parte de Barbosa. Como empresario, Peralta Ramos tuvo el carácter definido de su época, fue práctico y activo. Intentó revitalizar el saladero y costeó algunas mejoras, pero no logró mejorar su producción. Casado con Cecilia Robles Olavarrieta, tuvo 14 hijos. Ella murió en el parto del último, el 12 de febrero de 1861. Esto lo afectó profundamente y, aún antes de iniciar su gestión ante el gobierno de la provincia para la fundación del pueblo –ocurrida el 10 de febrero de 1874–, destinó un terreno para la construcción de una capilla en su honor. El altar lo hizo con sus propias manos, tallando maderos del casco de un naufragio, porque era aficionado a la ebanistería. Decían los fundamentos de su pedido:
A la izquierda, Patricio Peralta Ramos. Al lado, su hijo Jacinto, continuador de su obra.
“Este punto llamado a gran desenvolvimiento, es ya hoy un pueblo, excelentísimo señor. Hay en él un gran saladero cuyo costo primitivo fue de cuatro millones de pesos, aproximadamente. Hay un muelle de «fierro» que costó treinta mil duros. Hay un molino de agua que puede elaborar la harina suficiente para las necesidades de la localidad. Hay una iglesia de piedra y cal con todo cuanto es requerido, que puede contener 400 personas. Hay botica, panadería, herrería, zapatería y otros ramos industriales. Está también listo el colegio municipal y hay, además, más de veinte casas de piedra, madera o ranchos ocupados por negocios de diversos géneros. La población que allí se forme está llamada a ser una de las más felices de la provincia, tanto por su clima como por la feracidad de su suelo. Los ramos a explotar se presentan desde ya de una manera fácil y productiva. A corta distancia se halla el gran criadero de lobos marinos, cuyo producto lo estimo en quinientos pesos por cabeza, siendo una mina inagotable...» El joven agrimensor Carlos de Chapeaurouge, de 28 años de edad, fue contratado para demarcar las calles del pueblo y este recurrió al «trazado de cordel», como si una red cayera desde lo alto sobre el caserío del saladero, tomando como guía la fachada de la capilla Santa Cecilia, levantada en 1873, y única edificación sólida hasta entonces. En 1876, Peralta Ramos fue requerido en Buenos Aires para atender sus empresas textiles. Decidió vender la mitad de una legua a su yerno Juan Barreiro Bavio, esposo de su hija María Mercedes, y le cedió en ese acto la otra mitad a su hijo Jacinto. Jacinto Peralta Ramos continuó e hizo crecer la ciudad que había fundado su padre. Realizó numerosas donaciones, invitó al gobernador Dardo Rocha a conocer el incipiente poblado. Al notarlo interesado, lo comprometió para que lo ayudara a convencer a los ingleses para que invirtieran en un ferrocarril que llegase hasta allí. Para eso, realizó más de catorce viajes a Buenos Aires. El primer tren arribó, finalmente, en septiembre de 1886. Jacinto impulsó también la creación del primer banco, el telégrafo y fue el primer jefe de policía. Su hermano Eduardo, por su parte, fue el primer intendente municipal.
José Camusso, en tiempos de los primeros relevamientos topográficos. Luego sería intendente de Mar del Plata.
El primer hotel de Mar del Plata
Un poco antes, no obstante, es importante mencionar un episodio que tuvo consecuencias en el devenir turístico de la futura ciudad. En la actual esquina de Diagonal Alberdi Norte y Santiago del Estero, había surgido el rancho de un matrimonio francés que daba comida y alojamiento, y aunque su verdadero nombre fuera Fonda del Globo se lo conocía como la Fonda del Huevo, pues en la puerta del establecimiento de hospedaje se había colocado una piedra alargada como banco, que tenía dicha forma y de allí la denominación generalizada entre el paisanaje del pueblo. Esta fonda fue propiedad de don Fernando Bonnet y su esposa Juana Fabbre. Bonnet trabajó unos años en Buenos Aires y luego se trasladó hasta esta ciudad, donde se radicó en 1857. Inició sus actividades en el saladero de Meyrelles, pero su espíritu de empresa y las excepcionales condiciones de luchador del emigrante francés le llevaron a buscar otros horizontes. Construyó una casa de adobe en un terreno que había adquirido enfrente del saladero.
La Fonda del Huevo y el hotel del Globo. Detrás, el chalet de José Luro. circa 1888.
Allí inauguró, en 1859, una casa de hospedaje y fonda que pronto debió ser ampliada. Allí recibía a los huéspedes de los pueblos vecinos y estancias de la zona, así como a los pocos viajeros que llegaban desde Buenos Aires, por lo que, en rigor, este bien puede ser considerado el primer hotel de la zona. El 24 de noviembre de 1887 falleció don Fernando Bonnet. Su esposa Juana Fabbre, sin embargo, lo sobrevivió hasta el 6 de julio de 1922. Con los años este establecimiento fue cambiando de nombre. Después de haber sido el Hotel del Globo pasó a ser El Piccolo Torino, con nostalgias itálicas, y desde 1905, Royal Hotel.![](https://buckets3.glanacion.com/lntools/anexos/fotos/90/63590w780q70.jpg)
Pedro Luro
Pedro Luro es otra figura fundamental en el desarrollo de la historia de Mar del Plata como balneario. Nació en Gamarthe, en 1819, y llegó sin fortuna a la Argentina. Se casó con Juana Pradère y pronto fundaron un almacén en Dolores. Un día, un estanciero lo vio plantando árboles y le propuso un contrato: él sembraría todos los árboles que quisiera en las 200 hectáreas del campo que él le indicaba a cambio de 4 céntimos por árbol común y 25 céntimos por frutal. Luro aceptó, convocó a unos compatriotas para que lo ayudaran, y al cabo de cinco años había plantado tantos que la deuda sobrepasaba no sólo las 200 hectáreas iniciales, sino que llegaba a 5000 hectáreas de la propiedad entera. El estanciero no quiso pagar; Luro hizo juicio y se convirtió en terrateniente. Así surgió la estancia Dos Talas. Más tarde, el 14 de mayo de 1877, adquirió en sociedad con Juan Barreiro la mitad del saladero de Patricio Peralta Ramos, a lo que sumó tierras y propiedades en el pueblo de Mar del Plata. La iniciativa fue buena ya que, según escritura del 21 de junio de 1878, se alzó luego con buena parte del incipiente ejido urbano.
Pedro Luro
Los propietarios de los grandes campos no vivían allí sino en Buenos Aires. Una vez al año llegaban a la zona para controlar sus negocios y, en verano, venían acompañados de sus familiares. El astuto Luro advirtió la tendencia y decidió que era el momento de que Mar del Plata dejara de ser un pueblo agropecuario para convertirse en un balneario. La propuesta era muy audaz para la época, si se tiene en cuenta que, para entonces, no había mucho más que unas pocas calles de tierra. Gracias a esta moderna apuesta, hacia 1880 la “antigua grasería” –tal como era conocido el saladero– y La Proveedora desaparecieron para dar lugar a los grandes hoteles. En 1881, cinco años antes que llegara el primer tren, Luro hizo construir el Gran Hotel, que ocupaba una manzana en las actuales calles Entre Ríos, Corrientes, San Martín y la Av. Luro. Según decía Soiza Reilly en 1937 en Caras y Caretas, también fundó una “Casa Amueblada” para hospedaje de familias distinguidas, “y la puso bajo la inteligente dirección de Julio P. Celesia. Facilitó dinero a Pedro Goicochea y a Fermín Suszo para instalar la fonda La Marina. Compró buques para traer mercaderías. Fue a Buenos Aires para convencer a sus amigos de la bondad del aire marplatense. Construyó el primer espigón con varias barcas viejas, logrando que el mar no se llevara las arenas” dice el periodista. Su hijo Pedro Olegario Luro, médico, empresario y emprendedor fue el impulsor de Playa Grande y autor del anteproyecto de la Ley N°6499 por la cual se creó más tarde el puerto de ultramar.
El hotel que nunca pudo ser
Con el arribo del ferrocarril, el ritmo de crecimiento se aceleró hasta volverse vertiginoso. En 1887 una sociedad de capitales irlandeses comenzó la obra del gran hotel Saint James en la actual Playa Varese. Sin embargo, había problemas con las escrituras del terreno, hay quienes dicen que se equivocaron y construyeron en un lote aledaño al original, a lo que se sumó la quiebra comercial de los propietarios. Finalmente, las obras se paralizaron en 1890 y fue demolido, siempre inconcluso, recién en 1923. Otros emprendimientos, como el hotel Bristol, inaugurado un año después, en 1888, tuvieron mejor suerte. Comenzaba así una nueva etapa para la flamante ciudad, que se fue consolidando como la Biarritz de América del Sur y ya es parte de otra historia. Una que, desde entonces, ha dado tantos recuerdos a los argentinos.
El Hotel Saint James comenzó a construirse en 1890 y fue demolido, siempre inconcluso, en 1923.
Mañana se cumple un siglo y medio de la creación del balneario argentino que comenzó siendo un enclave aristocráctico y vivió un acelerado proceso de democratización.
Pablo Junco
Aunque hoy cueste creerlo, hace 150 años, sombrillas y carpas no eran parte del paisaje costero. A comienzos del siglo XIX, los pampas y los araucanos –tal como eran llamados entonces– avanzaban sobre las tierras que Ladislao Martínez había adquirido a Pedro de Alcántara Capdevila. Gracias a la expedición militar que Rosas llevó a cabo en 1833, la frontera con el indio fue corriéndose hacia el sur. Tras su elección como gobernador de la provincia de Buenos Aires por segunda vez, el Restaurador suspendió la ley de enfiteusis que había impulsado Rivadavia, y requirió a los hacendados que devolvieran esas estancias. En 1839, la Revolución de los Libres del Sur –iniciada en Dolores por Castelli– produjo profundas alteraciones en la región. El embargo de tierras llevó al abandono de algunos campos. Ladislao Martínez estaba preso en la ciudad de Buenos Aires, Ambrosio Crámer –presidente de la Sociedad Rural– fue muerto en combate en 1839, y parte de las de las familias Sáenz Valiente, Otamendi, Ezeyza, Castelli y Bosch partieron en un largo exilio hacia el Norte, acompañando en su suerte el derrotero del General Lavalle.
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Los cambios económicos, que comenzaron a gestarse en la década de 1840, se acentuaron a partir de la transformación política producida con la caída del régimen rosista en 1852. Las estancias de la zona –dedicadas a la producción de ganado vacuno–, fueron lentamente diversificando su producción. Por entonces, Ladislao Martínez vendió su estancia y su ganado a José Gregorio Lezama, quien aprovechó estas circunstancias para reunir bajo su dominio una extensión mayor de tierras y animales. En su edición del 14 de agosto de 1856 el diario El Nacional informaba que, «un consorcio portugués adquirió una extensión de 52 leguas de campo, 7 leguas de costa y donde hay no menos de 115.000 cabezas de ganado manso y alzado, yeguarizo y lanar». Eran las estancias Laguna de los Padres –así llamada porque un grupo de padres jesuitas había intentado formar allí una reducción que no prosperó varias décadas antes–, La Armonía y San Julián de Vivoratá. Encabezado por el Barón de Mauá, que tenía la mitad del paquete, el 50% restante se repartía entre Coelho de Meyrelles, Pereira de Faría, Figueredo hijo, De Souza y Sa Pereyra.
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Coelho de Meyrelles
José Coelho de Meyrelles había sido cónsul de Portugal y fue el encargado de poner en marcha un establecimiento que cambió definitivamente las características de la región: el saladero. Es importante destacar el trayecto recorrido por él para comprobar que la ubicación actual de Mar del Plata es fruto de la casualidad. La caravana de carretas tiradas por bueyes llegó a esta zona en diciembre de 1856. Los jinetes eran gauchos –en su mayoría procedentes de Río Grande do Sul (Brasil)–, pues eran diestros en lo referente a la salazón de la carne, industria que prosperaba en esa parte del continente. Los historiadores Enrique Alió y Julio César Gascón, dicen al respecto: «Al llegar a la altura donde se levanta hoy Mar del Plata, la caravana dirigida por Meyrelles continuó en dirección oeste, hacia la zona serrana. Después de recorrer los alrededores de Laguna Brava, hizo un alto en la punta este de la sierra del Volcán (hoy Puerta del Abra, límite fronterizo de los Partidos de General Pueyrredon y Balcarce)…”
![](https://buckets3.glanacion.com/lntools/anexos/fotos/92/63692w1221q70.jpg)
A Meyrelles no le pareció adecuado ese lugar para instalar el saladero, por su lejanía del mar y por la topografía del terreno. Regresó nuevamente y luego de otro intento de habilitación en la margen derecha del arroyo Vivoratá, se trasladó hasta la desembocadura del arroyo San Ignacio (hoy Las Chacras) y como el lugar le pareció adecuado, mandó construir el saladero en el paraje denominado más tarde Punta Iglesia. El consorcio luso-brasileño llegó a contar con 140.000 hectáreas. Para la instalación y puesta en actividad de la planta se emplazaron en sus alrededores galpones y casas de servicios, con sus respectivos pobladores. Lo que sería la manzana fundacional estaba delimitada por las actuales calles Luro, Alberdi, Corrientes y Santa Fe. Enfrente hizo construir un gran corral de «palo a pique» donde se encerraba la hacienda próxima a ser faenada. Este corral estaba delimitado por las actuales calles San Luis, San Martín, Santiago del Estero y la diagonal Alberdi, cuya tranquera miraba hacia el oeste. Se empleaban largas mangas hechas de palo a pique y arpillera para encerrar la hacienda poco mansa que abundaba en la región. El sistema del saladero funcionó de la siguiente forma: los animales pasaban de un corral grande a un corral más chico por el brete. Allí se los enlazaba de a uno y se los alzaba por medio de una soga y una roldana. Una vez sujetos eran golpeados para desnucarlos. Muertos se los cargaba en carretas hasta un lugar techado, donde se hacía el degüello y la cuereada. La carne se trozaba en tiras largas de unos 4 a 5 centímetros de espesor que, luego de ser oreadas por unas horas, se depositaban en unos depósitos con salmuera por un corto tiempo. Luego se escurrían, se apilaban sobre una base de astas en pilas de hasta cuatro metros. Una vez transcurridos de 40 a 50 días, moviendo y asoleando permanentemente las pilas de carne, quedaba listo el tasajo que luego se exportaba a granel en la bodega de los barcos, sin ningún tipo de envase. Al final del proceso, el sabor de la carne no era nada agradable, pero por su bajo precio y buen contenido alimenticio, era destinado para la comida de los esclavos de Brasil y Cuba. Se realizaron algunos intentos de comercializarlo en Europa para consumo de las clases bajas, pero fracasaron y algunos países como Gran Bretaña llegaron a prohibirlo, debido a sus deficientes condiciones bromatológicas.
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Meyrelles, que había establecido su estancia principal en La Peregrina, consciente de la dificultad que había para transportar los cueros por mar hacia Buenos Aires, solicitó al ingeniero Guillermo Bragge un estudio de factibilidad de un puerto. Finalmente, construyó un muelle de madera en la actual zona de Punta Iglesia, que fue frecuentado por las barcazas de Cándido Ceferino de Ávila y los hermanos Domingo y Lorenzo Mascarello encargados de transportar las mercaderías destinadas al saladero y llevar, en el viaje de vuelta, el tasajo. La instalación del saladero en el Puerto de la Laguna de los Padres generó un lento y progresivo cambio en la fisonomía de la región, al concentrar un pequeño núcleo de población a su alrededor. Se levantaron ranchos y barracas. El trabajo acercó a hombres y mujeres. Se fueron formando familias y del andar cotidiano surgieron sendas que serían calles.
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El almacén de ramos generales La Proveedora, administrado por los señores Luengas y Harris, cubría las demandas básicas y nucleaba la vida social. Al mismo tiempo, la instalación del saladero permitió canalizar la faena de gran cantidad de animales, por lo que las estancias de la región comenzaron a conectarse a través de los caminos de la zona, ya que resultaba más beneficioso llevar los animales hasta lo de Meyrelles que cruzar el río Salado, que no siempre permitía el paso. A la luz de los hechos posteriores, algunos historiadores aseguran que Meyrelles fue una expresión del expansionismo brasileño. Es muy posible. Pero a sus ambiciones obedece el caserío, y a él debemos que Mar del Plata se encuentre adonde está hoy.
![](https://buckets3.glanacion.com/lntools/anexos/fotos/86/63586w1221q70.jpg)
Una vuelta de página
Distintos factores se conjugaron para que el saladero acabase condenado a desaparecer. En primer lugar, el consorcio brasileño había sobredimensionado la cantidad de ganado cimarrón o alzado que había en el lugar, tal vez debido a la información suministrada por el vendedor de las tierras, José Gregorio Lezama, lo que los obligó a comprar mayor cantidad de ganado para mantener el nivel de producción del saladero. En segundo lugar, si bien hasta 1887 el tasajo ocupaba un lugar de privilegio entre las exportaciones de carne junto con los animales vivos (48%), las ganancias de los saladeros habían evolucionado en forma desfavorable desde principios de la década de 1830, como consecuencia de los procesos de liberación de los esclavos en Cuba y Brasil, por lo que era una actividad en decadencia. En tercer lugar, el costo del transporte siempre fue un obstáculo para el desarrollo del saladero de Meyrelles y sus posteriores dueños. Bajo estas condiciones, sólo podían mantener sus márgenes de rentabilidad aquellos saladeros en condiciones de disminuir a niveles mínimos sus costos de transporte. A esto último aspiraba Coelho de Meyrelles cuando pensó en un puerto propio y construyó un modesto muelle. Con todo, le fue muy difícil competir con los establecimientos próximos a Buenos Aires. El consorcio brasileño finalmente se disolvió, y Coelho de Meyrelles quedó al frente de la empresa. Al poco tiempo enfermó y decidió vender el saladero y las estancias. Falleció en Buenos Aires en 1865 y su sucesión fue acusada de fraudulenta por los acreedores en un juicio que se prolongó muchos años.
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Patricio Peralta Ramos
Meyrelles había vendido a Patricio Peralta Ramos sus tierras. Lo hizo el 25 de septiembre de 1860 y se conservan escrituras públicas, referencias judiciales, y mensuras profesionales que lo prueban en forma categórica y desautorizan toda otra versión. Las estancias Laguna de los Padres, San Julián de Vivoratá y La Armonía sumaban un total de 136.425 hectáreas. Peralta Ramos venía de Buenos Aires acompañado por sus hijos Jacinto y Eduardo, de 11 y 10 años respectivamente, a los que sacó del Colegio San José para que lo asistieran en la tarea que pronto emprendería: fundar en esas tierras la ciudad de Mar del Plata. Como parte de ese proceso, Patricio Peralta Ramos, Anacarsis Lanús, Benigno Barbosa y Eusebio Zubiaurre constituyeron una sociedad que se hizo cargo del saladero con todas sus instalaciones, mientras que las tierras propiedad de Coelho de Meyrelles, se dividieron entre distintos hacendados. La estancia principal de Laguna de los Padres quedó a cargo de Patricio Peralta Ramos y Benigno Barbosa. Al poco tiempo, Peralta Ramos adquirió la parte de Barbosa. Como empresario, Peralta Ramos tuvo el carácter definido de su época, fue práctico y activo. Intentó revitalizar el saladero y costeó algunas mejoras, pero no logró mejorar su producción. Casado con Cecilia Robles Olavarrieta, tuvo 14 hijos. Ella murió en el parto del último, el 12 de febrero de 1861. Esto lo afectó profundamente y, aún antes de iniciar su gestión ante el gobierno de la provincia para la fundación del pueblo –ocurrida el 10 de febrero de 1874–, destinó un terreno para la construcción de una capilla en su honor. El altar lo hizo con sus propias manos, tallando maderos del casco de un naufragio, porque era aficionado a la ebanistería. Decían los fundamentos de su pedido:
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“Este punto llamado a gran desenvolvimiento, es ya hoy un pueblo, excelentísimo señor. Hay en él un gran saladero cuyo costo primitivo fue de cuatro millones de pesos, aproximadamente. Hay un muelle de «fierro» que costó treinta mil duros. Hay un molino de agua que puede elaborar la harina suficiente para las necesidades de la localidad. Hay una iglesia de piedra y cal con todo cuanto es requerido, que puede contener 400 personas. Hay botica, panadería, herrería, zapatería y otros ramos industriales. Está también listo el colegio municipal y hay, además, más de veinte casas de piedra, madera o ranchos ocupados por negocios de diversos géneros. La población que allí se forme está llamada a ser una de las más felices de la provincia, tanto por su clima como por la feracidad de su suelo. Los ramos a explotar se presentan desde ya de una manera fácil y productiva. A corta distancia se halla el gran criadero de lobos marinos, cuyo producto lo estimo en quinientos pesos por cabeza, siendo una mina inagotable...» El joven agrimensor Carlos de Chapeaurouge, de 28 años de edad, fue contratado para demarcar las calles del pueblo y este recurrió al «trazado de cordel», como si una red cayera desde lo alto sobre el caserío del saladero, tomando como guía la fachada de la capilla Santa Cecilia, levantada en 1873, y única edificación sólida hasta entonces. En 1876, Peralta Ramos fue requerido en Buenos Aires para atender sus empresas textiles. Decidió vender la mitad de una legua a su yerno Juan Barreiro Bavio, esposo de su hija María Mercedes, y le cedió en ese acto la otra mitad a su hijo Jacinto. Jacinto Peralta Ramos continuó e hizo crecer la ciudad que había fundado su padre. Realizó numerosas donaciones, invitó al gobernador Dardo Rocha a conocer el incipiente poblado. Al notarlo interesado, lo comprometió para que lo ayudara a convencer a los ingleses para que invirtieran en un ferrocarril que llegase hasta allí. Para eso, realizó más de catorce viajes a Buenos Aires. El primer tren arribó, finalmente, en septiembre de 1886. Jacinto impulsó también la creación del primer banco, el telégrafo y fue el primer jefe de policía. Su hermano Eduardo, por su parte, fue el primer intendente municipal.
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El primer hotel de Mar del Plata
Un poco antes, no obstante, es importante mencionar un episodio que tuvo consecuencias en el devenir turístico de la futura ciudad. En la actual esquina de Diagonal Alberdi Norte y Santiago del Estero, había surgido el rancho de un matrimonio francés que daba comida y alojamiento, y aunque su verdadero nombre fuera Fonda del Globo se lo conocía como la Fonda del Huevo, pues en la puerta del establecimiento de hospedaje se había colocado una piedra alargada como banco, que tenía dicha forma y de allí la denominación generalizada entre el paisanaje del pueblo. Esta fonda fue propiedad de don Fernando Bonnet y su esposa Juana Fabbre. Bonnet trabajó unos años en Buenos Aires y luego se trasladó hasta esta ciudad, donde se radicó en 1857. Inició sus actividades en el saladero de Meyrelles, pero su espíritu de empresa y las excepcionales condiciones de luchador del emigrante francés le llevaron a buscar otros horizontes. Construyó una casa de adobe en un terreno que había adquirido enfrente del saladero.
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Allí inauguró, en 1859, una casa de hospedaje y fonda que pronto debió ser ampliada. Allí recibía a los huéspedes de los pueblos vecinos y estancias de la zona, así como a los pocos viajeros que llegaban desde Buenos Aires, por lo que, en rigor, este bien puede ser considerado el primer hotel de la zona. El 24 de noviembre de 1887 falleció don Fernando Bonnet. Su esposa Juana Fabbre, sin embargo, lo sobrevivió hasta el 6 de julio de 1922. Con los años este establecimiento fue cambiando de nombre. Después de haber sido el Hotel del Globo pasó a ser El Piccolo Torino, con nostalgias itálicas, y desde 1905, Royal Hotel.
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Pedro Luro
Pedro Luro es otra figura fundamental en el desarrollo de la historia de Mar del Plata como balneario. Nació en Gamarthe, en 1819, y llegó sin fortuna a la Argentina. Se casó con Juana Pradère y pronto fundaron un almacén en Dolores. Un día, un estanciero lo vio plantando árboles y le propuso un contrato: él sembraría todos los árboles que quisiera en las 200 hectáreas del campo que él le indicaba a cambio de 4 céntimos por árbol común y 25 céntimos por frutal. Luro aceptó, convocó a unos compatriotas para que lo ayudaran, y al cabo de cinco años había plantado tantos que la deuda sobrepasaba no sólo las 200 hectáreas iniciales, sino que llegaba a 5000 hectáreas de la propiedad entera. El estanciero no quiso pagar; Luro hizo juicio y se convirtió en terrateniente. Así surgió la estancia Dos Talas. Más tarde, el 14 de mayo de 1877, adquirió en sociedad con Juan Barreiro la mitad del saladero de Patricio Peralta Ramos, a lo que sumó tierras y propiedades en el pueblo de Mar del Plata. La iniciativa fue buena ya que, según escritura del 21 de junio de 1878, se alzó luego con buena parte del incipiente ejido urbano.
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Los propietarios de los grandes campos no vivían allí sino en Buenos Aires. Una vez al año llegaban a la zona para controlar sus negocios y, en verano, venían acompañados de sus familiares. El astuto Luro advirtió la tendencia y decidió que era el momento de que Mar del Plata dejara de ser un pueblo agropecuario para convertirse en un balneario. La propuesta era muy audaz para la época, si se tiene en cuenta que, para entonces, no había mucho más que unas pocas calles de tierra. Gracias a esta moderna apuesta, hacia 1880 la “antigua grasería” –tal como era conocido el saladero– y La Proveedora desaparecieron para dar lugar a los grandes hoteles. En 1881, cinco años antes que llegara el primer tren, Luro hizo construir el Gran Hotel, que ocupaba una manzana en las actuales calles Entre Ríos, Corrientes, San Martín y la Av. Luro. Según decía Soiza Reilly en 1937 en Caras y Caretas, también fundó una “Casa Amueblada” para hospedaje de familias distinguidas, “y la puso bajo la inteligente dirección de Julio P. Celesia. Facilitó dinero a Pedro Goicochea y a Fermín Suszo para instalar la fonda La Marina. Compró buques para traer mercaderías. Fue a Buenos Aires para convencer a sus amigos de la bondad del aire marplatense. Construyó el primer espigón con varias barcas viejas, logrando que el mar no se llevara las arenas” dice el periodista. Su hijo Pedro Olegario Luro, médico, empresario y emprendedor fue el impulsor de Playa Grande y autor del anteproyecto de la Ley N°6499 por la cual se creó más tarde el puerto de ultramar.
El hotel que nunca pudo ser
Con el arribo del ferrocarril, el ritmo de crecimiento se aceleró hasta volverse vertiginoso. En 1887 una sociedad de capitales irlandeses comenzó la obra del gran hotel Saint James en la actual Playa Varese. Sin embargo, había problemas con las escrituras del terreno, hay quienes dicen que se equivocaron y construyeron en un lote aledaño al original, a lo que se sumó la quiebra comercial de los propietarios. Finalmente, las obras se paralizaron en 1890 y fue demolido, siempre inconcluso, recién en 1923. Otros emprendimientos, como el hotel Bristol, inaugurado un año después, en 1888, tuvieron mejor suerte. Comenzaba así una nueva etapa para la flamante ciudad, que se fue consolidando como la Biarritz de América del Sur y ya es parte de otra historia. Una que, desde entonces, ha dado tantos recuerdos a los argentinos.
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