Fue el polvorín más seguro del país y tras su demolición nació el Parque Chacabuco
Silvina Vitale
El miércoles 26 de enero de 1898 una gran explosión conmovió a Buenos Aires; el cimbronazo se sintió en varios puntos de la ciudad, e incluso los vecinos afirmaron que el suelo había temblado a raíz de la detonación. Si bien nadie sabía muy bien de dónde provenía, se sospechaba que podía haberse producido en alguno de los polvorines existentes en la época y, según cuenta Horacio Galacho, historiador y profesor en Ciencias de la Educación, allí surgió un mito urbano, que incluso recogieron muchos autores.
“Efectivamente estalló un polvorín del partido de Flores, pero no era el llamado Polvorín de Flores, como se había difundido, sino la Fábrica Nacional de Pólvora. Se trataba de un negocio privado que funcionaba en la calle Chorroarín, donde actualmente se encuentra la Facultad de Agronomía y Veterinaria de la Universidad de Buenos Aires (UBA). En ese episodio fallecieron varios operarios y también algunas mujeres que trabajaban o vivían en la zona”, explica Galacho.
Según la investigación del historiador Mauro A. Fernández que recoge el artículo titulado “Explosión en el Polvorín de Flores: un Big-Bang inexistente”, publicado en la revista Buenos Aires Historia en 2005, hay una tradición, en la que se basan numerosos autores, que lo da por destruido en esa explosión. No obstante, afirma que los diarios de entonces dieron cuenta de lo que ocurrió realmente y de la exacta ubicación de la zona afectada. Uno de ellos fue que al día siguiente del suceso titulaba: “Terrible explosión” .
“La duda quedó inmediatamente despejada, pero esta confusión inicial y la percepción que los vecinos tuvieron de la explosión y del temblor de tierra que ella provocó justifican que haya persistido esta idea en el imaginario popular”, aclara Fernández en su investigación.
En tiempos coloniales, los polvorines eran edificaciones muy comunes y, según Galacho, estaban destinados a guardar material de artillería, que era muy incómodo y pesado. En algunos casos, había edificios especialmente preparados para guardar pólvora. El historiador detalla que el primer polvorín de la ciudad se estableció en la zona de Parque Lezama y se supone que fue edificado hacia 1750, pero se derrumbó por la caída de un rayo en 1779. “Dos años después, el virrey Juan José Vértiz ordenó la construcción de otro en la zona del actual Parque Chacabuco, en los terrenos que habían pertenecido a los jesuitas, que a esa altura ya habían sido expulsados. En un principio se denominó Polvorín de los Hornos de la Residencia. Ese nombre derivó de los hornos de ladrillo que pertenecían a los jesuitas, y cuando se refiere a la residencia se refiere al edificio cercano en donde estaban los sacerdotes que tenían una función administrativa”, señala.
El polvorín se inauguró en noviembre de 1784, cuando ya el virrey Vértiz había sido reemplazado. Estaba rodeado de terreno cultivado para evitar chispas y, según describe el historiador, el edificio estaba formado por dos salones de cinco metros por tres, rodeado por un muro dispuesto a menos de un metro de distancia. En el interior había camas o estantes sólidos de madera gruesa, separados del suelo para evitar la humedad, y allí se colocaban los barriles de pólvora. Además, había una guardia permanente a la que se destinaban tres habitaciones: una para el oficial, otra para el sargento y una tercera para la tropa. Había una cocina y un corral para animales y los caballos. La construcción tenía un techo de tejas a dos aguas y había sido levantada con materiales obtenidos de las edificaciones demolidas de los jesuitas.
Explica Fernández que el polvorín estaba ubicado sobre la actual avenida Asamblea, delimitado por las que luego se llamarían, al este, Polvorín (hoy Emilio Mitre); al oeste, Camino de la Pólvora (actual Curapaligüe), y al norte, Camino de Campana (hoy Eva Perón). Y describe que alcanzó notoriedad durante las invasiones inglesas, ya que luego de la caída de Buenos Aires, el 28 de junio de 1806, y ocho días antes de su reconquista, el 12 de agosto, fueron 700 ingleses a saquearlo. “Al no poder cargar con toda la pólvora, la echaron en el pozo de agua y el resto, como no cabía, la desparramaron en el suelo y la revolvieron con tierra. Pero, al mismo tiempo pasaba un buey al que atraparon y mataron e hicieron fuego para asarlo y comerlo. Sin embargo, la pólvora revuelta con tierra se prendió fuego y alcanzó hasta el pozo donde estaba la mayor porción. Esta reventó y mató a más de 20 hombres y provocó otros tantos heridos”, afirma en el artículo de Buenos Aires Historia.
Galacho recuerda otro acontecimiento vinculado al polvorín que generó revuelo y fue el juicio que un matrimonio de apellido Pesoa le hizo al Estado atribuyéndose la propiedad del terreno. “Fue muy largo, se prolongó entre 1799 y 1826; finalmente, el gobierno de Buenos Aires dispuso que no se podía cambiar nada. Y, efectivamente, se los reconoció como dueños de la propiedad, de manera que el propio Estado les compró el polvorín. Los autores que estudiaron el tema insisten en que el matrimonio tenía muchos juicios falsos contra vecinos para obtener las propiedades y cobrarles arrendamientos que no correspondían. Se los consideraba unos ladrones”, sostiene.
Hacia fines del siglo XIX, la zona que rodeaba al polvorín se había poblado. Galacho señala que hubo una conversación pública sobre este y otros terrenos usados para almacenar pólvora. “Muchas familias pidieron al Ministerio de Defensa que levantara el Polvorín de Flores. Pero demoró porque este era considerado el más seguro del país. Por otra parte, también en esa época los avances tecnológicos hicieron que la pólvora ya no se usara tanto”, aclara. Además, Fernández afirma que el final del polvorín fue mucho más tranquilo y burocrático de lo que afirma la versión popular. Una resolución municipal del 11 de diciembre de 1899 dispuso que en el lugar se estableciera un paseo público, hoy el Parque Chacabuco.
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