Barba Azul: el asesino serial que provocó carcajadas en su juicio
Henry Landrú, más conocido como Barba Azul, en una imagen tomada durante el juicio que lo condenó a muerte en 1922
Henry Landrú fue condenado a la guillotina por el asesinato de diez mujeres, aunque se sospecha que tuvo vínculo con 284
La crónica de la ejecución de Henry Landrú fue publicada en el diario del 27 de febrero de 1922.
La entereza de ánimo que Landrú pusiera de manifiesto durante todo el proceso la sostuvo hasta que, al rayar el alba, se encaminó, sin ayuda ajena, a la guillotina.
Cuando la cabeza cayó en el canasto, siendo las 6 y 5 minutos, las cornetas de los cuarteles tocaron diana y las campanas de las iglesias doblaron a muerto.
Landrú se mostró indignado cuando el P. Loiselle le preguntó si tenía algo que confesar. Dijo: “Esto es insultar a un hombre como yo. Si tuviera algo que confesar, lo habría hecho tiempo ha. Me extraña que semejante pregunta sea hecha a un hombre que ya no pertenece a este mundo”.
Landrú no pronunció en ningún momento la palabra “inocente”, como tampoco lo hiciera durante los 34 meses de prisión, y durante los 21 días que duró el proceso.
Histriónico, sarcástico y desafiante: Landrú (Barba Azul) sorprendió a todos los asistentes al proceso judicial en 1922 y sus ocurrencias despertaban carcajadas en el público
El reo rechazó el sacramento, pero conversó durante algunos minutos con el sacerdote, a quien dijo: “Seré valiente. No tema usted”.
Los últimos momentos del condenado
Sin dar el menor signo de temor, Landrú, “el Barba Azul de Gambais”, expió esta mañana en la guillotina los asesinatos de diez mujeres y de un muchacho. Aunque nunca pronunció la palabra “inocente”, negó indignado que tuviera confesión alguna que hacer, oponiéndose también a recibir los últimos sacramentos.
A pesar de que los planes para la ejecución se habían llevado a efecto con el mayor secreto, el público comenzó a reunirse a eso de media noche en los alrededores de la prisión. El ruido producido por la fuerza de caballería, que asistió a la ejecución, así como los martillazos de los obreros que levantaban la guillotina a muy pocos pasos de la cárcel, se oían perfectamente desde la celda ocupada por Landrú, cuando este despertó.
Los investigadores remueven restos óseos en la casa de Landrú en Gambais
Momentos después de las 6, el condenado a muerte salió de la prisión, mortalmente pálido, pero sin que temblara uno solo de los músculos de su cara. Apenas había caminado cinco pasos, cuando lo asieron los ayudantes del verdugo, quienes lo colocaron sobre el tablero de la guillotina. Inmediatamente descendió la afilada cuchilla y la ejecución terminó. Había durado 20 segundos.
De la muchedumbre mantenida a distancia por las fuerzas de caballería, no partió un solo grito, siendo sólo interrumpido el solemne silencio por el doblar de las campanas.
En los últimos momentos demostró Landrú una gran tranquilidad. Hizo cuidadosamente su tocado y conversó con su defensor Moro Giafferi, a quien dio las gracias y presentó sus excusas por por haberle entregado una causa difícil de defender.
Otra imagen de Landrú (Barba Azul), en el juicio de 1922
Al contestar al procurador, que le recomendaba tener valor, dijo: “Un hombre como yo no tiene necesidad de esa recomendación”.
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La historia de Landrú, publicada el 25 de enero de 1970
Fue un criminal doblemente famoso: por sus crímenes y por su espíritu sarcástico y mordaz, y por su habilidad leguleya. Landrú fue acusado del asesinato de numerosas mujeres que desaparecieron después de entablar relaciones con él. Los franceses le atribuyeron muchos “fiancées” (compromisos) y múltiples personalidades.
El proceso se inició el 8 de noviembre de 1921, y duró hasta el 31 del mismo mes. Se leyeron 6000 documentos. Los investigadores venían trabajando desde 1919 para reunir los datos necesarios de un culpable que nunca admitió su culpabilidad. Landrú se burló del presidente del tribunal, del jurado, de los abogados acusadores, del sentimiento humanitario puesto de relieve para procesarlo, de la justicia, de la policía, del mundo entero.
El apodo “Barba Azul” fue utilizado por la prensa durante su juicio a Landrú, en alusión a un cuento de Charles Perrault, inspirado en la historia del barón Gilles de Rais, que fuera ejecutado por casos de abuso sexual y asesinato contra adolescentes.
Sus argumentos eran convincentes y su capacidad histriónica para hacer de la mentira verdad no tenía límites. El corresponsal del diario inglés “Daily Mail”, que asistió al proceso, escribió: “Estaban presentes en el juzgado abogados famosos, grandes actores, escritores, periodistas y numerosos artistas que desaban verlo de cerca y querían, además, ahondar lo más profundamente en el alma de sus modelos. ¿Cuál hubiera sido el veredicto de todas esas eminencias si las hubieran invitado a emitirlo? Hubiera sido, casi unánimemente: “¡No culpable!”.
La detención
La policía se enteró de que el señor Lucien Guillet, de profesión ingeniero, habitaba en el número 76 de la calle Rochechouart. Allí se dirigieron los agentes de investigaciones y hablaron con la conserje. La mujer confirmó que, en efecto, en la casa vivía un señor cuyos datos ensenciales coincidían con los que le daba la policía. Los investigadores ya sabían el resto: sus registros antropométricos determinaron claramente que el señor Guillet (anteriormente se había hecho llamar Dupont, Fremyet y de varias otras maneras) era el mismo Henry Desirée Landrú que ellos buscaban.
El crematorio con el que Landru eliminaba a sus victimas: "Una hora y cuarenta minutos para quemar una cabeza; Cincuenta minutos para los pies"
A las siete de la mañana siguiente (era abril de 1919) la policía aisló el departamento y poco después oyeron en su interior ruidos de pasos. Por la mirilla los agentes vieron pasar a un señor calvo y de barba negra. Llamaron a la puerta y uno preparó el pie para impedir con la bota que la volvieran a cerrar.
-Señor –dijo el policía detrás de la puerta-, ¿usted es el señor Henry Desirée Landrú?
-Yo soy Lucien Guillet, de profesión ingeniero –respondió el hombre con calma, desde el interior
Entonces la voz enérgica del policía estalló:
-Déjese de historias y abra la puerta a la primera brigada móvil de la policía. Necesitamos conversar con usted.
Ilustración que recrea el momento de la ejecución de Henry Landrú, Barba Azul, en 1922
Respetuosamente el ingeniero Guillet pidió permiso para vestirse y recibir a los agentes con la dignidad que ellos merecían. Una voz femenina se oyó desde una habitación más lejana preguntando quién llamaba. Ya en condiciones de presentarse, el ingeniero Guillet abrió la puerta para ponerse a las órdenes de los inoportunos policías. El no sólo no tenía inconvenientes en abrirles, sino que se ponía incondicionalmente a su disposición.
¿La señora que lo acompañaba? La mujer se anticipó, con voz atiplada: Fernande Segret, artista lírica.
-Yo sé –dijo el pacífico ingeniero- que tengo algunos pecadillos que reprocharme, pero, ¿valía la pena, señores policías, sacarme de la cama? Yo me hubiera presentado a una simple citación.
Los policías, no bien lo tuvieron a mano, se le echaron encima y le aplicaron las esposas. El ingeniero protestó enérgicamente “por semejante atropello”. Ni si quiera le permitieron despedirse con un beso de la señorita Segret.
Los registros de la policía francesa al detener a Landrú (Barba Azul) en 1919
En el momento de salir esposado echó un vistazo melancólico al comedor y exclamó, remedando al caballero Des Grieux en ‘Manon’: “¡Adiós nuestra pequeña mesa!”. Esto ocurrió el 12 de abril de 1919, día en que Monsieur Henry Landrú cumplía 50 años.
284 mujeres
A unos 70 kilómetros de París existe un pequeño pueblo llamado Gambais, en el que había vivido un señor Dupont, corredor de muebles. Y nada más. Era una excelente persona, sonriente, amable, correcto, buen vecino. Landrú ya estaba detenido cuando la policía llegó a este tranquilo lugar, con la indicación del juez de instrucción de revisar la casa y de interrogar a los vecinos. La encuesta verbal no tardó en hacer aparecer a una docena de mujeres que habían entrado en relación con él y después habían desaparecido. La prensa explotó periodísticamente este descubrimiento y fue entonces cuando surgió en las páginas del periodismo el nombre de “Barba Azul”. Desde entonces (abril de 1919) hasta febrero de 1922, Landrú seguía riéndose sarcásticamente de quienes pretendían juzgarlo.
“Usted dice que yo asesiné a esas mujeres, pero tiene que probarlo”, le decía al fiscal.
Se fue descubriendo lentamente que el acusado vivía cortos períodos con su mujer y sus hijos, y que se tomaba espaciosas vacaciones para giras de negocios. En seis años (desde 1913 hasta 1919) más de 200 mujeres habían respondido a sus avisos para trabajar y se habían rendido a sus maneras suaves y persuasivas, y se habían dejado atrapar por sus fingidas riquezas. La policía aseguró después que el número de mujeres víctimas de Landrú –muchas de ellas habían desaparecido para siempre- alcanzba las 284. Se descubrió también que Landrú era un estafador, un chantajista, y sus amistades más poderosas las tenía en el mundo del hampa.
Henry Landrú, Barba Azul
La primera víctima fue una hermosa viuda, madame Cuchet, de 39 años, con un hijo, Andrés, de 18. La viuda respondió a unos avisos de Monsieur Diard para un asunto de trabajo. Pero Diard era realmente un amador apasionado y la viuda entró muy pronto en sus maquinaciones. Cuando se alejaba de parís “por razones de negocios”, le escribía cartas delicadas y apasionadas (algunas se leyeron en el proceso). Monsieur Diard convenció a la mujer que debía levantar el departamento que tenía en el barrio de Saint Denis y llevar los muebles a Vernouillet, donde él alquilaba una casa nominada La Loge. Dos años después, todos los ahorros de la viuda (el departamento y los muebles) habían pasado a manos de Landrú, que había instalado un garaje en Neuilly. Andrés encontró un día en París a Diard paseando displicentemente con otra mujer y se lo dijo a su madre. Esta acusó a Diard de engañarla con otras mujeres. Unos días después, en un brindis por un gran negocio que acababa de hacer, la madre y el hijo morían envenenados. La señor Cuchet fue la primera víctima y los métodos para eliminarla seguramente habrán sido repetidos por el asesino con otras mujeres.
El proceso
-Lo único que están consiguiendo ustedes con todo este ruido –declaró al tribunal que lo juzgaba- es hacerme célebre entre las parisienses. Y ustedes saben que las mujeres de París se enloquecen por los grandes enamorados.
Búsquedas en Gambais, excavaciones en la casa de campo que ocupaba con su mujer y sus hijos, averiguaciones en todos los lugares de París en que “el señor calvo con barba negra” había vivido, permitieron reunir elementos suficientes para acusarlo.
Se logró reconstruir cinco cráneos, dos manos y otros elementos macabros que convencieron a la justicia de que existían pruebas suficientes para acusarlo públicamente de asesinato múltiple.
La culpabilidad de Landrú en los crímenes que se le imputaban parecía dudosa, pero resultó imposible decir cómo hacía desaparecer a sus víctimas. ¿Por armas de fuego?, ¿por estrangulación?, ¿por envenenamiento? Cada una de estas preguntas es admisible, pero el tribunal no pudo probarle ninguna. Landrú era tan minucioso en su macabro trabajo que hasta llevaba anotoaciones que dieron la pauta de que descuartizaba a sus víctimas, las quemaba en un horno especial y después hacía desaparecer las cenizas arrojándolas al agua. En la quinta de Gambais los peritos judiciales descubrieron fragmentos de huesos calcinados procedentes de cuerpos humanos.
Una publicación francesas muestra los retratos de nueve de las mujeres asesinadas por Henry Landrú (Barba Azul)
-¿Acaso cada vez que vea humear una chimenea de una casa de las afueras o se sienta un olor desagradable, es necesario llegar a la conclusión de que se ha cometido un crimen?, preguntaba encolerizado Landrú al tribunal.
Cuando le mostraron muebles de una de las víctimas, el acusado exclamó:
-Ah, vamos a asistir a un remate, y espero, señor presidente, que usted empuñe el martillo.
La condena
Era muy difícil condenar a un hombre que no admitía, bajo ningún concepto, el más leve roce con lo que se estaba juzgando. Landrú se burlaba de todo. Cuando el fiscal mencionó la cifra de 284 víctimas, se levantó del asiento y exclamó con aire jocoso:
-Yo no maté más que a diez, señor. Sea indulgente conmigo.
Y cuando se le mostró un maxilar calcinado, comentó con aire displicente:
-Los dientes se conservan en excelente estado.
La numerosa audiencia en el juicio a Henry Landrú (Barba Azul), respondía con exclamaciones ante las ocurrencias del acusado
A cada salida suya, la sala reía o estallaba simplemente en una carcajada abierta. Este eco era su éxito, su gran eco en la opinión pública. Una de las pruebas más convincentes fue la presentación de una cocina que él utilizaba como incinerador de cadáveres. También se le enseñó geografía públicamente. Una de sus víctimas había nacido en Buenos Aires. Entonces Landrú anotó su carnet: “Madame Line Laborde, nacida en Buenos Aires, Brasil. Cuando le advirtieron el error, él dijo: “Gracias, señor presidente”.
El 7 de noviembre de 1921 se abrió el proceso en Versailles. Personalidades de las letras, del arte en general y enviados especiales de los más importantes diarios del mundo estaban presentes. Presidía el magistrado Gilbert, era fiscal general Godefroy y abogado defensor Moro Giafferi. Landrú no dio tregua hasta que se dictó sentencia de muerte el 24 de febrero de 1922. El célebre abogado Moro Giafferi exclamó: “¡Ustedes acaban de cometer un error judicial!”
Aquel mismo día visitó al presidente de la República para pedirle el indulto de su defendido. Las pruebas habían sido abrumadoras, aunque Landrú jamás reconoció ninguna relación entre la acusación y si vida desde 1913 hasta 1922.
El 25 de febrero a las 5 de la mañana el procurador general visitó al condenado en su celda y le dirigió la palabra en los términos normales en situaciones parecidas: “Señor Landrú, resignación y valor”.
-Yo no tengo el gusto de conocerlo, señor –le respondió- ¿Usted se atreve a recomendar a un hombre como yo que tenga valor?
El fiscal insistió en el cumplimiento del deber:
-¿No quiere hacer usted alguna declaración?
-Considero esa pregunta un insulto. Un inocente no hace declaraciones.
Le trajeron una copa de ron que beben todos los reos antes de poner el cuello en la guillotina.
-Yo no tomo ron porque nunca me gustó, señor.
Entregó el texto de una carta que acababa de escribir en la celda de muerte al fiscal general. En esa carta decía cosas como ésta: “Todo ha terminado. La sentencia fue pronunciada. Yo permanecí en la más absoluta calma, y en cambio usted estaba perturbado. La conciencia tortura a los jueces que no están seguros de sus veredictos. ¡Adiós, señor procurador general, nuestra solidaria historia termina mañana! Yo moriré con mi alma inocente. Sólo espero que el último momento de su vida lo encuentre a usted igualmente preparado y tranquilo”.
Avanzó unos pasos y subió sin el menor titubeo a la guillotina. Había terminado uno de los procesos más ruidosos de la historia y acababa de morir uno de los criminales más cínicos y más populares de todos los tiempos.
http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA
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