
El actor frente a su mejor personaje: John Wayne, el más genuino hombre del Oeste de toda la historia de Hollywood
La imagen característica e inconfundible de John Wayne en la pantalla
El actor representó como ningún otro la identidad del género más clásico del cine estadounidense en infinidad de películas, en las que mostró dimensiones de un modelo arquetípico que también tuvo un rostro oscuro
Marcelo Stiletano
En 1959 se estrenó Rio Bravo, uno de los más grandes westerns de todos los tiempos. Su director, Howard Hawks, confesó más de una vez que había decidido hacer esa película como una respuesta explícita a otra película del Viejo Oeste que no le había gustado para nada. Hablaba de A la hora señalada (1952). Una y otra partían de enfoques completamente opuestos sobre el papel del sheriff frente al peligro y la amenaza de los villanos. El de A la hora señalada se la pasa todo el tiempo reclamando ayuda y nadie acude a ese llamado. El de Rio Bravo decide actuar como un verdadero profesional, haciéndose cargo de sus responsabilidades.
Detrás de este contraste y el velado enfrentamiento entre dos películas icónicas del género clásico por excelencia del cine de Hollywood aparece una curiosa paradoja. El sheriff de A la hora señalada es nada menos que Gary Cooper, uno de los actores de estampa más clásica de la época de oro hollywoodense.
Quim Casas, en su difundido ensayo sobre el western, sostiene que Cooper merece más que nadie el título de “hombre del Oeste”. Llegó a ser protagonista de una película con ese mismo título, una de las obras maestras del género dirigidas en los años 50 por Anthony Mann. Pero lo de “hombre del Oeste” le cabe a Cooper sobre todo a partir de su vida personal. “Fue jinete y especialista de rodeo antes de debutar en el cine. Conocía el mundo del Oeste como la palma de su mano y asesoraba constantemente a guionistas y directores”, escribe el autor catalán en las primeras páginas de su libro El western, el género americano.

A pesar de esta incuestionable verdad histórica, en la memoria del público no hay “hombre del Oeste” más reconocido que John Wayne, el protagonista de Rio Bravo. Si Hawks hizo mucho por construir esa imagen definitiva desde una de sus mejores películas, a la que deberíamos sumar otros grandes westerns suyos con Wayne como gran estrella: Rio Rojo, El dorado y Rio Lobo, fue John Ford el que terminó de configurarla y darle su identidad definitiva.
Cuando James Stewart (otro gran “hombre del Oeste” en la historia del cine de Hollywood) afirma en Un tiro en la noche que entre la realidad y la leyenda lo que debe imprimirse es esta última para que quede como testimonio para toda la posteridad, podríamos decir que Ford está hablando en ese momento también de Wayne como la figura que encarna mejor que ninguna otra todo lo que significa hacer un western desde la interpretación.
El propio Ford reconoció, como sugiere Casas, que La diligencia inauguró en 1939 una nueva y definitiva etapa en la consolidación de la identidad del western, gracias también a la presencia de un por entonces muy poco conocido Wayne. Esta película lo convirtió definitivamente en una estrella. No una estrella cualquiera, sino un nombre asociado de manera integral y completa con ese género.
Grandes arquetipos
Por todo lo que representa en la mejor expresión posible del clasicismo cinematográfico y por los valores que encarna en un tiempo y un espacio marcado por grandes arquetipos, no son pocos los que afirman que no hay actor de cine más consumado en toda la historia de Hollywood que John Wayne. A una figura de ese tipo no habría que pedirle jamás una prueba de expresividad teatral, porque el escenario en el que se mueve es otro. Es sobre todo el de los espacios abiertos. Y ninguna figura humana será capaz a lo largo de los años de integrarse de manera natural a tal escenario que Wayne.

Lo que mejor representa Wayne es esa idea que el lugar común transformó en una frase: “Fulano siempre hace de sí mismo”. ¿Es una virtud o un defecto? Tratándose del cine clásico, ser fiel y consecuente a una identidad reconocible desde el principio hasta el final constituye todo un mérito. Dicen los estudiosos franceses Georges-Albert Astre y Albert-Patrick Hoarau en un clásico de la literatura y el ensayo sobre el cine del Oeste que no hay western sin héroe. “El prestigio del género proviene de él, así como las estructuras que lo sostienen”, escriben estos autores en El universo del western.
Si pensamos por ejemplo, como sostienen los análisis más rigurosos sobre el género, que el mito del héroe se construye a través de un viaje literal y simbólico, nadie como Wayne podría encarnarlo y representarlo mejor. Al actor por excelencia del cine del Oeste nunca le interesó demasiado explorar otro tipo de variantes dentro de un arco interpretativo que la mayoría de sus colegas siempre se esforzó por abarcar con la mayor amplitud posible.
Por el contrario, todo lo (poco) que Wayne se animó a hacer fuera del western, desde las aventuras irlandesas de Ford (El hombre quieto) hasta sus incursiones en el cine bélico y un par de poco conocidas incursiones en el policial durante la última etapa de su carrera, está directamente conectado con la estirpe de sus personajes arraigados en la geografía del Viejo Oeste.
¿Qué tipo de valores encarna Wayne? Todo lo que deja el cine del Oeste en cuanto a la definición fundamental de las conductas de sus personajes más arquetípicos. Su presencia en pantalla es antes que nada la de un hombre de acción, que explica la mayoría de sus motivaciones desde el movimiento físico más que desde la palabra. En el mejor de los casos solamente dirá lo indispensable.
Lucha entre dos polaridades
En esa actitud proactiva siempre se ponen en juego determinados valores. Al encarnar al héroe en el sentido más preciso del término, la figura de Wayne toma posición en la eterna lucha entre el bien y el mal, decidido ante todo a enfrentarse con quienes merecen ser castigados por ponerse al margen de la ley y traicionar ciertos códigos fundamentales de conducta. Como dicen Astre y Hoarau, los enemigos de Wayne en sus películas son los cobardes, los codiciosos y los que viven traicionando a los demás.

Ringo Kid, el personaje de Wayne en La diligencia, es la primera muestra de una transformación evolutiva que nos irá llevando en las décadas sucesivas, cuando Hollywood hizo los mejores westerns de su historia, a una configuración definitiva. “He tenido la vida más atractiva –confesaría Wayne en su madurez-. Tuve la suerte de retratar la lucha del hombre contra los elementos y al mismo tiempo siempre había alguien allí dispuesto a acercarme un vaso con jugo de naranja”.
El Duke, como se lo conocía en Hollywood, mostraba en su vida cotidiana una riqueza de inquietudes que contrastaba con la brutal sencillez de sus héroes de la pantalla. Cuenta su mejor biógrafo, Scott Eyman, que podía recitar de memoria extensos párrafos de Hamlet, sumar obras de arte a una vasta colección con ojo de experto y salir todo el tiempo airoso de exigentes partidas de ajedrez.
Al mismo tiempo, muchos le reprochan hasta hoy su identificación plena con posturas políticas muy conservadoras, vínculos estrechos con sectores militares y hasta algún explícito coqueteo con el grupo ultraderechista conocido como John Birch Society. Aceptó hacerse miembro pleno de ese grupo que aborrecía al movimiento por los derechos civiles y trataban a un héroe de guerra como el general Dwight Eisenhower como un traidor cuando fue elegido presidente de Estados Unidos en 1953. Eyman sostiene que con el tiempo Wayne tomaría distancia de esta organización.
La misma comunidad autorreferencial de Hollywood que en su momento se molestó mucho con Wayne por sus posturas conservadoras terminó reivindicándolo en el final de su carrera, cuando el actor (un fumador empedernido que consumía seis paquetes de cigarrillos cada día) recibió el letal diagnóstico de cáncer.

Lo que por entonces representó Wayne, de acuerdo con la mirada de Eyman, era una postura rotundamente opuesta a las tendencias transformadoras que empezaron a transformar para siempre el arte de la actuación a partir de los años 50. A diferencia de actores como Marlon Brando, que llenaban sus interpretaciones de intenso realismo, Wayne creía a rajatabla en el principio de que menos es más. Todo lo que el actor creía se expresaba a través de los personajes que encarnaba a las órdenes de sus directores predilectos (Ford, Hawks). La aventura, la construcción de una comunidad, la integración con el paisaje, el viaje por espacios abiertos e infinitos, la conquista de nuevas fronteras, la representación del héroe, la protección de los más débiles.
Fuimos los sacrificados (1945), Fuerte apache (1948), La legión invencible (1949), Rio Grande (1950), Marcha de valientes (1959), El álamo (1960), Los comancheros (1961), Los hijos de Katie Elder (1965), El Dorado (1966), Temple de acero (1969) y El rey del Oeste (1970) son ejemplos paradigmáticos de toda esa identificación absoluta entre el western como género y su mejor intérprete. La despedida del cine de Wayne fue El tirador (1976), la historia de un viejo hombre del Oeste dispuesto a cumplir con su última misión antes de morir, enfermo de cáncer.
Por encima de todo, y también de las obras maestras mencionadas al principio (Rio Bravo, Un tiro en la noche) aparece Más corazón que odio (The Searchers, 1956), considerado como el mejor western de la historia para la mayoría de los expertos y también la mejor actuación de toda la carrera de Wayne. A los atributos reconocidos del héroe, el actor le agrega aquí una inquietante dosis de oscuridad y un comportamiento alentado muchas veces por el espíritu de venganza. Más corazón que odio está disponible en la plataforma HBO Max.
Dice Eyman, el biógrafo de Wayne, que si los grandes triunfos artísticos de Brando tuvieron que ver con la vida interior y exterior de personajes como Stanley Kowalski (Un tranvía llamado deseo), Terry Malloy (Nido de ratas) y Vito Corleone (El padrino), John Wayne fue capaz de integrar todas estas miradas y conductas en el mejor personaje de su vida, Ethan Edwards, el protagonista de Más corazón que odio. Edwards es la expresión más amarga y dolorosa de un género que sigue brillando con luz propia y tiene a lo largo de toda su historia a John Wayne como su mejor intérprete.
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