Karin Smirnoff. “El problema de los periodistas que incursionan en la literatura es que sienten la necesidad de explicarlo todo”
Como Mikael Blomkvist, protagonista de la novela que continúa con la famosa saga “Millennium” de Stieg Larsson, la sueca pertenece al mundo de los medios; en “Las garras del águila” se desmarca del policial y avanza con una historia de corrupción y dinero fácil donde entra en juego el cambio climático
Daniel Gigena
Hasta pasados los cincuenta años, Karin Smirnoff (Umeå, 1965) dirigía una pequeña empresa maderera. A los 54, publicó Jeg tog ned til bror, primera entrega de una trilogía novelesca que concluyó en 2020, con más de 700.000 ejemplares vendidos. Ella, como Stieg Larsson (1954-2004), el premonitorio periodista que anticipó el ascenso de la ultraderecha y autor de la exitosa serie Millennium, nacieron en el condado de Västerbotten, en el norte de Suecia, donde transcurre ahora Las garras del águila. Una novela de Lisbeth Salander (Destino), la primera parte de una nueva trilogía a cargo de Smirnoff.
Larsson tenía previsto escribir diez novelas, pero su prematura muerte en 2004, a los cincuenta años, dejó huérfano el proyecto, hasta que sus herederos decidieron continuarlo y convocaron a David Lagercrantz (1962), que escribió una segunda trilogía. Millennium cosechó más de cien millones de lectores en el mundo y las tres novelas de Larsson fueron llevadas al cine por Niels Arden Oplev (Los hombres que no amaban a las mujeres) y Daniel Alfredson (La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina y La reina en el palacio de las corrientes de aire).
En Las garras del águila, la autora trama una historia de corrupción y dinero fácil que tienta a políticos, empresarios y grupos de criminales (a los tres les cabe el adjetivo de inescrupulosos), mientras multinacionales poderosas intentan apropiarse de tierras casi deshabitadas para explotar en su provecho los recursos naturales. Presenta, además, a un nuevo y fascinante personaje: Svala, una chica de trece años, lectora de James Joyce y con habilidades secretas, que resulta ser sobrina de la hacker justiciera Lisbeth Salander.
Smirnoff es fotógrafa y, como Mikael Blomkvist, el protagonista de la novela, periodista. “Sé cómo funcionan los periódicos y la fotografía está conectada con mi estilo de escritura -dice la autora-. Veo imágenes cuando estoy escribiendo. Al mismo tiempo, estoy tratando no ser tan periodística. El problema de los periodistas que incursionan en la literatura es que sienten la necesidad de explicarlo todo; para un escritor, lo importante es que los lectores desarrollen sus propias imágenes”.
La autora, que siente “una gran responsabilidad” por haber sido elegida por los herederos de Larsson para continuar con Millennium, ya trabaja en el octavo libro. “No dudé mucho, dije inmediatamente que sí -sostiene-. Existían los libros previos pero aun así sabía que tenía que tenía que hacer lo mío. Tuve que considerar a Lisbeth y a Mikael, por supuesto, e inventar a mis propios personajes y tratar de incorporarlos en un ambiente que me pertenece y poder de esa forma escribir un libro con mi propio estilo, sin tener que copiar el de otro escritor ni poner demasiada atención en lo que ya se había escrito antes”.
Para muchos lectores, el estilo de Smirnoff es afín al del creador de la serie. Las tres novelas de Larsson, publicadas tras la muerte del autor, le gustaron “muchísimo” a la escritora. “También me gustó continuar con la historia de Lisbeth -agrega-. Yo también quería saber qué había pasado con ella”.
“Me doy la libertad de hacer lo que quiero hacer con mi escritura -asegura Smirnoff-. Quiero que mis libros sean muy presentes. Si en esta novela hablo sobre la crisis energética, entonces en el siguiente podría abordar el tema de la minería y en el tercero, la industria petrolera, pero tengo la libertad de elegir cualquier tema. Nadie me ha dicho que abordara tal o cual tema; solo presenté una sinopsis con mis ideas y el modo en que quería describir las cuestiones. Larsson hizo lo mismo en el momento de escribir, utilizó los libros para explicar ciertas cosas al mundo no solamente desde la perspectiva del periodismo. Sus preguntas son muy similares a las mías. El tema de la violencia contra las mujeres me interesa mucho, pero también me interesa la violencia contra la naturaleza y el impacto que tiene en todo el mundo. Elegir ese tipo de temas es algo que a Larsson le hubiera interesado”.
Sobre el negacionismo del cambio climático que campea entre los líderes y simpatizantes de la ultraderecha en el mundo, Smirnoff considera que se trata de una “tontería”. “Es ridículo ante tanta evidencia de la situación y de personas altamente profesionales que han hecho investigaciones sobre la cuestión -señala-. Es imposible decir que no existe. Lo notamos con la nieve y los cambios de temperatura, el derretimiento de los glaciares aquí, en los Alpes y en todas partes. No sé por qué los ultraderechistas, como el nuevo presidente de la Argentina, dicen que no existe o no hay evidencia. Tal vez es fácil decirlo porque así no se tienen que responsabilizar sobre el tema ni invertir dinero ni desarrollar ningún tipo de energía renovable. Es una forma oportunista de interpretar el cambio climático. Una persona normal lo enfrentaría de forma seria y le gustaría hacer algo al respecto e invertir su tiempo junto con otros gobernantes. En países donde hay problemas con la economía y el desempleo uno quiere ofrecer soluciones fáciles todo el tiempo. Los activistas ambientales son blancos fáciles de estos gobiernos”.
Smirnoff se desmarca del género de la literatura policial, al que podría adscribirse su obra. “Me interesa la vida, lo que pasa entre las personas, no tanto resolver crímenes -dice-. Eso es parte de la historia de Millennium pero no es lo esencial”.
Actualmente, está dedicada por completo a la trilogía de Millennium. “Necesito tres libros para escribir lo que quiero”, afirma. Sobre su predecesor, Lagercrantz, sostiene que “lo hizo muy bien”, aunque bajo presión. “Me imagino que no fue fácil para él porque había opiniones en contra y fue todo muy político y muchos pensaron que estaba equivocado al aceptar. Siento que no tengo el mismo tipo de presión y tampoco me importa si alguien está en contra. Pienso que estoy escribiendo un libro como los que he escrito antes. Las garras del águila es mi quinto libro. Cuando murió Larsson, muchas personas pensaron que no era correcto que se escribieran continuaciones, pero su padre y su hermano heredaron los derechos y decidieron hacerlo porque Larsson quería entregar diez libros. Cuando yo muera, mis hijos heredarán los derechos y si quisieran continuar con la trilogía estarían en libertad de hacerlo”.
“Mis libros son muy violentos, lo sé, pero estoy tratando de convertir a los personajes en personas, más que en héroes o heroínas -admite-. No me interesa escribir sobre superhéroes; un superhéroe es poco interesante, quiero convertir a Lisbeth en una mujer”. El personaje de Blomkvist, en cambio, la irrita. “Mikael es periodista y para él el periódico era lo más importante -reflexiona-. Al perderlo, pierde una parte de sí mismo. Quise quitarle Millennium para que cambiara y darle un tipo de vida diferente. Voy a tratar de hacer algo con ese personaje, que no es mi favorito. A veces me dan ganas hasta de matarlo para deshacerme de él. Cuando se lee un libro, algunos personajes son más interesantes que otros; le voy a dar la oportunidad y veremos en qué acaba”. En Las garras del águila, el periodista viaja al norte de Suecia para asistir a la boda de su hija con un político.
Smirnoff reconoce que tiene una “perspectiva femenina” de la violencia. “Puede hacer una diferencia -conjetura-. Cuando los hombres escriben sobre violencia, se corre el riesgo de que esta se convierta en un entretenimiento. La violencia es muy interesante porque está presente en todas partes, cualquier persona puede ejercerla en cualquier momento. Pero si uno habla acerca de violencia sexual, y hace que la víctima se vea atractiva, sea una joven deseable, acaba convirtiéndose en un entretenimiento sexual perverso. Mi perspectiva hace que eso cambie en cierta forma y sé que hay una discusión sobre si debería escribir sobre violencia sexual o no. Es algo tan presente que si uno deja de escribir no deja de ocurrir, y eso es aún más peligroso. No escribo literatura feminista ni tengo una agenda feminista, pero soy una mujer y sé lo que es ser una mujer entre hombres y estar en situaciones violentas. Escribir sobre eso es una decisión personal y mi perspectiva hace que sea diferente de los autores anteriores”.
La autora vive en donde transcurre la acción de la novela. “Es una parte muy interesante del mundo porque están ocurriendo muchas cosas -dice-. No hay mucha población, pero sí muchas inversiones industriales y se supone que debería aumentar la población en un 30% en diez años. Más gente llegando con más dinero, más problemas, más delitos. Y está la naturaleza: el clima es muy frío y oscuro y en verano nunca se pone el sol. Tenemos también nuestros pueblos originarios que tienen problemas con los grandes inversionistas. Es algo que sucede en todo el mundo donde se explotan minas. Los pueblos originarios viven en una relación muy cercana con la naturaleza, que es algo que no funciona con el capitalismo. Hay conflictos con las personas que tienen sus propias tradiciones, su cultura y la forma en que quieren vivir, y los que quieren invertir y hacer dinero. Es el mismo problema en todo el mundo. Describir este escenario me permite mostrarle al mundo que es igual a cualquier otro y tan particular como cualquier otro. Para mí es un orgullo ser parte de este lugar”.
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