Javier Milei, el Congreso de la Nación y los problemas de gobernanza pública
Santiago Gallichio*
En una columna publicada en la nacion el 7 de enero advertíamos que en el inédito contexto político actual –un Poder Ejecutivo con escasos representantes en el Poder Legislativo–, la actitud del Congreso más adecuada sería la de expresar cuáles de las múltiples propuestas del Gobierno no aceptaba, limitándose a que fueran solo algunas pocas. De lo contrario, se pondría en disputa la legitimidad del Presidente y se entraría en un conflicto de poderes. Lamentablemente, este primer round no fue otra cosa que la materialización de ese error de gobernanza pública.
En nuestro sistema político, la gobernanza se basa en dos fuentes de legitimidad: el Presidente y los legisladores son todos elegidos por el voto popular. Esto es diferente de la gobernanza de regímenes parlamentarios europeos e incluso de sociedades comerciales. En estos últimos, la única fuente de legitimidad la detentan los órganos colegiados, parlamento y directorio, respectivamente. Y son estos órganos los que eligen al primer ministro o al CEO. La relación entre ellos es muy diferente a la de nuestro sistema presidencialista. Aquí, ninguno manda sobre el otro.
El Congreso no puede doblegar al Presidente a su antojo, sino que debe permitirle ejercer su plan de gobierno con algunas (pocas) limitaciones que considere relevantes. Lo que sucedió recientemente fue lo contrario. Se generó un grave conflicto entre dos poderes, ambos igualmente legítimos. Un actor que no debe pasarse por alto, porque jugó un rol informal pero muy relevante, es el conjunto de los gobernadores. Estos han oficiado como líderes de grupos parlamentarios, aunque no tienen legitimidad para hacerlo: solo la obtienen mediante la sumisión de “sus” diputados a sus órdenes, cuando esto sucede.
En la votación en particular de la ley de bases, de los 14 bloques de diputados solo cuatro votaron como oficialistas, sumando 79 votos (31%). La UCR aportó otros nueve votos a todos los artículos sobre un total de 32 diputados, más dos votos de Hacemos, sobre 18 diputados. Notorio es que en estos dos bloques (que suman el 19% de todos los diputados), sus presidentes votaron como oficialistas, pero la mayoría de sus integrantes, no. Es decir, Diputados tiene una organización sumamente fragmentaria (14 bloques) y, para peor, los presidentes de los dos bloques más importantes entre los semi-oficialistas (Rodrigo De Loredo y Miguel Ángel Pichetto) no controlan los votos de sus diputados
Es verdad que fue el Gobierno el que decidió tomar el atajo de negociar con los gobernadores como intermediarios. Pero también lo es que, finalmente, éstos no estuvieron a la altura y predominó el comportamiento de manada. La negociación derivó en una pelea por recursos escasos, con un tesoro nacional exhausto y arcas provinciales holgadas. Los gobernadores apelaron al catecismo conocido, votos por recursos, y el Presidente les habló con el corazón: buscó un apoyo responsable para una situación crítica. No se entendieron.
Los dos poderes tienen la responsabilidad, cada uno en su rol, de sacar al país de la gravísima crisis. Ya no hay espacio para jugar a la política tradicional. Como en todo sistema de gobernanza, para que funcione correctamente los actores deben adaptarse a las cualidades de sus contrapartes. Esperar que el Presidente se convierta en un negociador político clásico, en un miembro de “la casta”, es inconducente. También lo es exigirle que cambie sus modales antes de dialogar con él. El Presidente es quien es y así fue votado. Los legisladores ya deberían tener este insumo en su planificación estratégica y encontrar la manera de cumplir con su responsabilidad de dotar al Gobierno de herramientas. Ofenderse no los exime de responsabilidad.
Ni los gobernadores ni los jefes de bloque han sabido manejar una mayoría que, en lo básico, debería existir (a menos que el cinismo esté muy extendido). Son demasiados jefes para muchos soldados. Esta vez falló Diputados, porque no encontró aún un liderazgo concentrado. El Gobierno podría ayudar más a que esto ocurriera, pero son los diputados los responsables de concretarlo. De lo contrario, la minoría sólida que representa el peronismo con el frente de izquierda se terminará imponiendo.
Es hora de que surjan nuevos y buenos líderes políticos de envergadura nacional. Todavía no ocurrió. Pichetto sostiene la bandera, pero solo hasta que alguien más joven recoja el guante. ¿Quién será? ¿De Loredo, Llaryora, Pullaro, Frigerio? Se necesita alguien joven, de calidad y con visión elevada que comprenda el rol. Todavía no ha aparecido, pero las crisis son oportunidades
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