domingo, 11 de febrero de 2024

Santiago Kovadloff....LECTURA


La diáspora judía en el mundo actual, un debate candente
Santiago Kovadloff interroga en su nuevo libro un concepto en crisis
Santiago KovadloffEn Israel, según Kovadloff, la identidad nacional absorbió la condición judía
El hecho desencadenante de estas reflexiones ocurrió en 1948. Fue la creación del Estado de Israel. Con él, la diáspora dejó de ser ineludible. En la medida en que se extinguió como destino, la diáspora perdió significación.
¿Dónde estamos, entonces, si ya no estamos en la diáspora, los judíos que no hemos optado por vivir en Israel? En Israel, la identidad nacional absorbió la condición judía. No así en el mundo posdiaspórico, donde tampoco desapareció una visión religiosa que condena a Israel negándose a identificar la Tierra Prometida con el Estado. Esta última concepción es una de las vertientes de la ortodoxia. Otra, no menos radical y religiosa, es la nacionalista, que sí lleva a cabo esa identificación entre el Estado y la Tierra Prometida. La primera se quiere apolítica. La segunda no. Se trata de dos posturas igualmente intransigentes y recíprocamente excluyentes.
Quienes también entienden que la diáspora ha perdido sentido son los sionistas remisos a admitir que fuera del Estado israelí pueda haber todavía posibilidades fecundas para la vida judía.



Una aclaración: el abordaje que privilegia este ensayo es filosófico. ¿Qué quiero decir con ello? El gesto filosófico preeminente es el de reintroducir el efecto de la interrogación en el cuerpo de una certeza o de una respuesta consolidada que rige, que está vigente y que decide el formato de la inteligibilidad dominante.
La filosofía es un acto interrogativo. Pone en tela de juicio la legitimidad o la suficiencia del saber imperante. Al fracturar el cuerpo del saber vigente, devuelve sus contenidos al campo de lo problemático. Rompe la ilusión de sinonimia entre palabra y cosa. Quebranta su presunta equivalencia. Con ello, la filosofía provoca una colisión conceptual entre apariencia y verdad. Alienta esa colisión con el fin de superarla, aun sabiendo que esa superación, en lo que de ella depende, será provisional. Sus contenidos –los de esa colisión– hoy dicen, en mi caso, respecto de Israel y la diáspora. Una diáspora que, a mi entender, ya no lo es; un Israel que no se impone como centro de la vida judía desde el momento en que ha sido rechazado como patria propia por la mayoría de los judíos.
Lo político, lo histórico y lo sociológico importan aquí como elementos puestos a consideración de una lectura que aspira a ser filosófica. Contribuirá todo ello a mi empeño en mostrar cómo se entiende y se desentiende a sí misma la diáspora en tanto se deja impactar por el hecho de haber dejado de serlo. Y cómo, desde esa realidad en la que consiste y que ya no es lo que presumía, se concibe ahora a Israel.
El punto de vista israelí no está contemplado en estas páginas. Importa en ellas lo que la diáspora –afectada por su desaparición como destino– piensa de sí misma y des de sí misma acerca de todo lo que atañe al judaísmo, incluido Israel.

Libros
El judaísmo perduró dos mil años amparado en el estudio de la Torá y su ideal mesiánico. La secularización y la política absorbieron luego la imaginación judía. Predominaron, entonces, las propuestas laicas y el proyecto nacional opuestos al imperativo teológico. Las ideas de nación y de saber se independizaron de la Torá o la amoldaron a sus necesidades propias. Liberadas, ambas se repartieron aquella antigua energía. La primera dio vida al ideal sionista. La segunda, al formidable aliento intelectual con que, desde entonces, incontables judíos indagan y replantean el alcance y las formas de la cultura occidental fuera de un marco estrictamente judío.

¿Es posible que esta metamorfosis lleve no solo a la extinción del judaísmo tal como lo conocimos, sino además a la del judaísmo posdiaspórico? ¿Sobrevivirá la tradición si se la convierte en proveedora de metáforas despojadas de aliento religioso, en material de lecturas científicas, literarias y políticas? ¿Será su porvenir similar al que corrieron, en manos de especialistas y poetas, los remotos mitos griegos? ¿Podrá esa tradición sostener su valor y su poder convocante como fuente de significación judía si se la priva de la vehemencia religiosa que le infundió su pasada jerarquía? ¿Logrará hacerlo más allá del cauce que le abrió, en términos nacionales, el Estado de Israel y donde sí puede asegurarse que el judaísmo, reformulado sin duda, vive?
Mi convicción –escasamente novedosa– es que Israel no conforma el centro canónico ni geográfico de lo judío. Es, en cambio, parte indispensable de una periferia desconcertante. Esa periferia es lo judío y no tiene centro territorial. Un judaísmo multiforme que solo vertebra su unidad mediante un núcleo imaginario (1). La ubicación de Israel es, en este sentido, ubicación en la dispersión. Israel es, a mi ver, parte de la dispersión. De una dispersión irreductible y posdiaspórica que él mismo contribuyó a forjar mediante su propio resurgimiento.
El judaísmo sobrevivió a la destrucción del antiguo reino de Israel. ¿Podrá sobrevivir a la construcción del Estado nacional? ¿O el judaísmo se agotará en lo israelí? A responder esta pregunta contribuirá lo que el judaísmo postisraelí (o sea, posdiaspórico) sepa hacer con su emancipación del destino. Con su egreso del exilio concebido como fatalidad.
Algo más. Los autores que este libro toma en cuenta se dan a conocer como judíos críticamente identificados con su condición diaspórica. Y ello no solo por los escenarios socioculturales y geográficos que ocupan. No solo por sus distintas nacionalidades ratificadas como opciones personales, después de la aparición de Israel. Son creadores críticamente diaspóricos fundamentalmente por la índole de los problemas que inspiran su pensamiento judío. Hay que decir, no obstante, que ninguno de ellos afirma abiertamente lo que sostengo en estas páginas: que ya no corresponde seguir caracterizando como diaspórico al judaísmo postisraelí, o sea, al situado más allá de las fronteras de Israel. Pero en todos el dilema de la supervivencia de la diáspora después de la creación del Estado de Israel está planteado. En todos la consistencia o inconsistencia del judaísmo practicado fuera de ese Estado es motivo de un análisis candente, tan acuciante como el que se cumple sobre el judaísmo israelí.
Abiertamente, estos pensadores se interrogan sobre lo que les significa, después de 1948, su condición judía. Un rasgo que los caracteriza es que, a excepción de los ortodoxos aquí representados por la voz de Yakov Rabkin, todos ellos prescinden de los recursos que, para responder a esta cuestión, les brinda la intransigencia religiosa. Tanto la que impugna la validez del Estado judío como la que lo reivindica desde el nacionalismo religioso.
Me interesa analizar los recursos que hacen valer los autores aquí considerados para explorar la fortaleza y las fragilidades que encuentran en el judaísmo, tras la aparición de Israel. Me interesa, igualmente, considerar cómo conciben, desde la diáspora y desde el sentimiento de su incierto porvenir, el significado que para ellos reviste el Estado judío.
Las voces que aquí se harán oír están lejos de integrar un coro. Son dispares, disonantes, antagónicas muchas veces. Algunas confluyen con naturalidad y otras, que parecerían radicalmente distintas en todo, coinciden cuando menos se lo espera y en puntos en los que no se creería posible una aproximación.
Mi propósito es dar idea de una complejidad y de una diversidad tan ricas como inagotables. Los escritores convocados para manifestarlas forman parte de un elenco cuyo número de integrantes seguramente los rebasa. No pretendo, pues, haber sido exhaustivo en la inclusión de figuras relevantes. Me basta con saber que las elegidas lo son. Aspiro, únicamente, a componer un fresco elocuente en la descripción de algunos de los modos de discernimiento de lo judío y creo lograrlo mediante el aporte de los pensadores que tomé en cuenta. Me propongo, en suma, insinuar la fecundidad de un problema reacio a toda forma de abordaje que pretenda clausurar la cuestión planteada. Quiero internarme, parcialmente al menos, en un territorio que no se deja circunscribir; acaso porque no está, estrictamente hablando, configurado.

(1) Solo el antisemitismo concibe a los judíos como manifestación de un todo. Solo él necesita a los judíos como totalidad.

http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA

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