Cuando los sabores y aromas de la cocina bahiana se hicieron novela
Salvador no entra solo por los ojos. Porque Salvador de Bahía es una fiesta de colores, pero también un perderse en perfumes, texturas y sabores a mar, Amazonia, sertão, aceite de dendé. Lo saben quienes estuvieron allí, y lo saben muy bien quienes leyeron a Jorge Amado, en particular sus novelas Gabriela, clavo y canela y Doña Flor y sus dos maridos.
Doña Flor, la célebre, dichosa y también sufrida mujer del ingobernable Vadinho, es cocinera –”jugosa como una cebolla”, al decir de su lujurioso primer marido–, y directora de la escuela de cocina Sabor y Arte. Con humor y sensualidad, Amado va enhebrando los sucesos de la vida amorosa de Flor con su devoción culinaria y las recetas con las que instruye a sus alumnas: minuciosos recetarios incorporados a la novela como un elemento más. Cazuela de cangrejos,
guiso de tortuga,
beiju
y ambrosía
conviven en el libro con el festivo mareo de la cachaça, el misterio antiguo de los orixás y los gostosos piropos que Vadinho, tormentoso objeto del deseo, le dedica a su mujer (“mi dulce de coco, mi flor de albahaca”).
Si en Gabriela, clavo y canela, las buenas artes de una mulata joven en la cocina son en parte sortilegio y en parte travesía social, en Doña Flor y sus dos maridos, la cocina bahiana impregna cada elemento del risueño fresco costumbrista creado por Amado. La ironía del autor es benévola, nos hace querer a sus personajes –frágiles, disparatados, a veces cercanos a la caricatura–con la misma sonrisa con que él amaba a su Bahía natal.
A medio siglo de su publicación, Doña Flor y sus dos maridos sigue siendo una efectiva celebración de un erotismo fresco, desenfadado, vital. No hay espacio para el melodrama aquí; solo para el toque punzante del jengibre, las almendras y la pimienta que, combinadas y precisas –así lo indica la protagonista de la novela–, siempre encienden el sabor de un buen plato de batapá.
D. F. I.
Si en Gabriela, clavo y canela, las buenas artes de una mulata joven en la cocina son en parte sortilegio y en parte travesía social, en Doña Flor y sus dos maridos, la cocina bahiana impregna cada elemento del risueño fresco costumbrista creado por Amado. La ironía del autor es benévola, nos hace querer a sus personajes –frágiles, disparatados, a veces cercanos a la caricatura–con la misma sonrisa con que él amaba a su Bahía natal.
A medio siglo de su publicación, Doña Flor y sus dos maridos sigue siendo una efectiva celebración de un erotismo fresco, desenfadado, vital. No hay espacio para el melodrama aquí; solo para el toque punzante del jengibre, las almendras y la pimienta que, combinadas y precisas –así lo indica la protagonista de la novela–, siempre encienden el sabor de un buen plato de batapá.
D. F. I.
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