Capitalismo peronista: el oro para los amigos, la ley para los demás
Loris Zanatta
Ensayista y profesor de Historia de la Universidad de Bolonia
Cómo ha cambiado la Argentina desde la última vez que la visité! Recuerdo que todos los días se medía la pobreza: la Iglesia tronaba, los sindicatos marchaban, los “movimientos populares” bloqueaban puentes y carreteras. Ahora nada, silencio, paz social, “todos en casa”. ¿Será la pandemia? ¿O que ha cambiado el gobierno?
Leí que ahora “el peronismo es capitalista”, además de “democrático”, y el “pensamiento único” de Hayek domina la prensa argentina. Sorprendente: hace meses estaban de moda Žižek y Chomsky; Laclau valía dos Aron, Negri tres Popper, Jauretche ninguneaba a Locke. ¡Veo que un juez evocó al espectro de Hitler! Caramba: ¿tengo que preocuparme? Entonces recordé sus palabras: “Cada sentencia es un acto político”, dijo hace poco, “no podemos ser apartidarios ni aideológicos”, porque “el derecho es lucha”: la lucha, el Mein Kampf. Ahora entiendo lo de Hitler.
La cuestión del “capitalismo” peronista me intriga. ¿Es el que va de Perón a Menem? ¿O de Eva a Cristina? ¡Quizás de Miranda a Guzmán, del IAPI a Stiglitz! ¿Quién no es “capitalista” hoy en día? ¿Quién no es “democrático”? ¿Quién no es al menos un poco “liberal”, a lo mejor de “izquierda”? Después de todo, Marx celebró el efecto virtuoso del capitalismo británico sobre el brutal sistema castal de la India. ¿Era el soviético un “socialismo real”? En absoluto: capitalismo de Estado. Muchos fascistas italianos lo admiraban. ¿Será esto el “capitalismo” peronista?
Por suerte, la UTEP antes y la expropiación de Vicentin después vinieron a enderezar el timón. ¡Qué demonios! ¿Quizás Evita no “combatía el capital”? ¿Cooke no exaltaba a Cuba? ¿Los “mártires” Montoneros no murieron por el “socialismo nacional”? ¿Quién le explicaría al padre Mugica que “el peronismo es capitalista”? La UTEP tiene por lo menos el don de la coherencia que brilla por su ausencia en el Presidente: quiere asistencia estatal, pobrismo distributivo, nacionalismo autárquico, una economía sin mercado con precios administrados, un país sin burguesía que marcha gozoso hacia la “santa pobreza”. ¿Será este el “capitalismo” peronista?
Suena desconcertante: ¿en la casa peronista rompieron todos los espejos?¿ya no saben quiénes son, de dónde vienen, adónde van? No, es lo de siempre: el peronismo juega todos los roles en la película, es gobierno pero también oposición, derecha pero también izquierda, capitalista pero también anticapitalista, democrático pero también despótico; el todo, nunca la parte. El “capitalismo” peronista es como siempre fue; el oro para los amigos, la ley para los demás, rentas y clientelas, complicidad o leña. ¿Los resultados? Juzguen ustedes.
Pero nada está escrito, la historia es un libro abierto, la sociedad argentina podría dar un brinco. Ella también es castal. ¿Cómo llamar a una sociedad donde el ministro de salud “nacional y popular” se interna en una clínica privada? ¿Donde el Presidente viola en vivo las reglas que los ciudadanos deben respetar? ¿Donde las estrellas de televisión van y vienen a pesar de la cuarentena, la cuarentena en cuyo nombre la policía mata a mansalva a un pobre tipo? ¿No es castal una cuarentena tan larga y rígida, donde unos hacen smart working en departamentos calefaccionados y otros tienen por techo una chapa? Un poco de “capitalismo”, del verdadero, ayudaría a sacudir sus cimientos: ¡Marx lo aprobaría!
Un poco de “capitalismo” y mucha democracia. ¡Miren a los Estados Unidos! Ningún virus inhibió la rebelión contra el horrible crimen de Minneapolis; la cuarentena no paró la indignación contra el racismo sobre el que lucra sin vergüenza Donald Trump: el abuso del Estado desencadenó la reacción de la sociedad. ¿En la Argentina? Ninguna protesta para Luis Espinoza, solo para George Floyd. Aterradora en su cinismo, a la protesta no le importan las víctimas, su humanidad, sino el uso que pueda hacer de ellas.
Un temor agita la opinión pública argentina: ¿está en peligro la democracia? Es un temor bien fundado dadas las circunstancias, los precedentes, la naturalidad con la que el peronismo confunde Estado con gobierno, con que expropia empresas pasando por encima de la división de poderes. Pero más que el Parlamento a tiempo parcial y la feria judicial, preocupa la pasividad social. Temo que se repita en la Argentina lo que me sorprendió en mi país: la docilidad con la que la mayoría se traga lo que las autoridades dicen y la “ciencia” certifica, la sumisión con la que se deja guiar sin siquiera exigir seriedad y eficiencia, transparencia y coherencia. ¿Cuánto nos importa la democracia?
Contando con esta pasividad, el Gobierno canta victoria: nadie mejor que nosotros lucha contra el virus, somos los primeros en el mundo, “derechos y humanos”, repite comparándose altanero con esto y aquello. El que se conforma con menos es el más rico de todos. El mundo está lleno de gobiernos “modelo”, muchos gallos para un gallinero. Pero si una cosa aprendí en estos meses de pesadilla, es que no conviene subirse al podio antes de tiempo: la paz de hoy será tormenta mañana; los héroes, villanos; la gloria, un búmeran.
Las cuentas se harán al final, cuando, además de los muertos, se contarán los desempleados y las empresas quebradas, los enfermos no tratados y los niños traumatizados, los padres alcohólicos y las familias estalladas; cuando la protesta y la desesperación rompan el escenario de cartón de la propaganda triunfalista. ¿Alguien preguntará entonces por los pocos testeos realizados, la falta de ayuda a los ciudadanos y las empresas, el lastre de los impuestos y de la deuda acumulada, la ineficiencia de un Estado grande y bobo? ¿Se preguntará si los sacrificios han servido, si el Gobierno ha utilizado la cuarentena para organizar el futuro o concentrar el poder? A juzgar por la reacción al repentino abuso expropiador del Gobierno, hay anticuerpos. O la sociedad sabrá recuperar la democracia suspendida, o el peronismo “capitalista” y el peronismo “anticapitalista” se disputarán y partirán el país entre ellos. Ya no es cuestión de Alberto o Cristina, sino de Alberto y Cristina, de Perón y Eva: un déjà-vu.
Cómo ha cambiado la Argentina desde la última vez que la visité! Recuerdo que todos los días se medía la pobreza: la Iglesia tronaba, los sindicatos marchaban, los “movimientos populares” bloqueaban puentes y carreteras. Ahora nada, silencio, paz social, “todos en casa”. ¿Será la pandemia? ¿O que ha cambiado el gobierno?
Leí que ahora “el peronismo es capitalista”, además de “democrático”, y el “pensamiento único” de Hayek domina la prensa argentina. Sorprendente: hace meses estaban de moda Žižek y Chomsky; Laclau valía dos Aron, Negri tres Popper, Jauretche ninguneaba a Locke. ¡Veo que un juez evocó al espectro de Hitler! Caramba: ¿tengo que preocuparme? Entonces recordé sus palabras: “Cada sentencia es un acto político”, dijo hace poco, “no podemos ser apartidarios ni aideológicos”, porque “el derecho es lucha”: la lucha, el Mein Kampf. Ahora entiendo lo de Hitler.
La cuestión del “capitalismo” peronista me intriga. ¿Es el que va de Perón a Menem? ¿O de Eva a Cristina? ¡Quizás de Miranda a Guzmán, del IAPI a Stiglitz! ¿Quién no es “capitalista” hoy en día? ¿Quién no es “democrático”? ¿Quién no es al menos un poco “liberal”, a lo mejor de “izquierda”? Después de todo, Marx celebró el efecto virtuoso del capitalismo británico sobre el brutal sistema castal de la India. ¿Era el soviético un “socialismo real”? En absoluto: capitalismo de Estado. Muchos fascistas italianos lo admiraban. ¿Será esto el “capitalismo” peronista?
Por suerte, la UTEP antes y la expropiación de Vicentin después vinieron a enderezar el timón. ¡Qué demonios! ¿Quizás Evita no “combatía el capital”? ¿Cooke no exaltaba a Cuba? ¿Los “mártires” Montoneros no murieron por el “socialismo nacional”? ¿Quién le explicaría al padre Mugica que “el peronismo es capitalista”? La UTEP tiene por lo menos el don de la coherencia que brilla por su ausencia en el Presidente: quiere asistencia estatal, pobrismo distributivo, nacionalismo autárquico, una economía sin mercado con precios administrados, un país sin burguesía que marcha gozoso hacia la “santa pobreza”. ¿Será este el “capitalismo” peronista?
Suena desconcertante: ¿en la casa peronista rompieron todos los espejos?¿ya no saben quiénes son, de dónde vienen, adónde van? No, es lo de siempre: el peronismo juega todos los roles en la película, es gobierno pero también oposición, derecha pero también izquierda, capitalista pero también anticapitalista, democrático pero también despótico; el todo, nunca la parte. El “capitalismo” peronista es como siempre fue; el oro para los amigos, la ley para los demás, rentas y clientelas, complicidad o leña. ¿Los resultados? Juzguen ustedes.
Pero nada está escrito, la historia es un libro abierto, la sociedad argentina podría dar un brinco. Ella también es castal. ¿Cómo llamar a una sociedad donde el ministro de salud “nacional y popular” se interna en una clínica privada? ¿Donde el Presidente viola en vivo las reglas que los ciudadanos deben respetar? ¿Donde las estrellas de televisión van y vienen a pesar de la cuarentena, la cuarentena en cuyo nombre la policía mata a mansalva a un pobre tipo? ¿No es castal una cuarentena tan larga y rígida, donde unos hacen smart working en departamentos calefaccionados y otros tienen por techo una chapa? Un poco de “capitalismo”, del verdadero, ayudaría a sacudir sus cimientos: ¡Marx lo aprobaría!
Un poco de “capitalismo” y mucha democracia. ¡Miren a los Estados Unidos! Ningún virus inhibió la rebelión contra el horrible crimen de Minneapolis; la cuarentena no paró la indignación contra el racismo sobre el que lucra sin vergüenza Donald Trump: el abuso del Estado desencadenó la reacción de la sociedad. ¿En la Argentina? Ninguna protesta para Luis Espinoza, solo para George Floyd. Aterradora en su cinismo, a la protesta no le importan las víctimas, su humanidad, sino el uso que pueda hacer de ellas.
Un temor agita la opinión pública argentina: ¿está en peligro la democracia? Es un temor bien fundado dadas las circunstancias, los precedentes, la naturalidad con la que el peronismo confunde Estado con gobierno, con que expropia empresas pasando por encima de la división de poderes. Pero más que el Parlamento a tiempo parcial y la feria judicial, preocupa la pasividad social. Temo que se repita en la Argentina lo que me sorprendió en mi país: la docilidad con la que la mayoría se traga lo que las autoridades dicen y la “ciencia” certifica, la sumisión con la que se deja guiar sin siquiera exigir seriedad y eficiencia, transparencia y coherencia. ¿Cuánto nos importa la democracia?
Contando con esta pasividad, el Gobierno canta victoria: nadie mejor que nosotros lucha contra el virus, somos los primeros en el mundo, “derechos y humanos”, repite comparándose altanero con esto y aquello. El que se conforma con menos es el más rico de todos. El mundo está lleno de gobiernos “modelo”, muchos gallos para un gallinero. Pero si una cosa aprendí en estos meses de pesadilla, es que no conviene subirse al podio antes de tiempo: la paz de hoy será tormenta mañana; los héroes, villanos; la gloria, un búmeran.
Las cuentas se harán al final, cuando, además de los muertos, se contarán los desempleados y las empresas quebradas, los enfermos no tratados y los niños traumatizados, los padres alcohólicos y las familias estalladas; cuando la protesta y la desesperación rompan el escenario de cartón de la propaganda triunfalista. ¿Alguien preguntará entonces por los pocos testeos realizados, la falta de ayuda a los ciudadanos y las empresas, el lastre de los impuestos y de la deuda acumulada, la ineficiencia de un Estado grande y bobo? ¿Se preguntará si los sacrificios han servido, si el Gobierno ha utilizado la cuarentena para organizar el futuro o concentrar el poder? A juzgar por la reacción al repentino abuso expropiador del Gobierno, hay anticuerpos. O la sociedad sabrá recuperar la democracia suspendida, o el peronismo “capitalista” y el peronismo “anticapitalista” se disputarán y partirán el país entre ellos. Ya no es cuestión de Alberto o Cristina, sino de Alberto y Cristina, de Perón y Eva: un déjà-vu.
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