Viena, punto de partida de una saga de amor viajera y generacional
POR C. B.
Tan cierto como que a una ciudad se la conoce caminándola es que un romance toma colores extraordinarios cuando sorprende lejos de casa: a primera vista o paso a paso, también nos enamoramos del escenario donde empieza a andar esa historia. Un buen ejemplo de esta máxima es Antes del amanecer, la película que –¡hace ya 25 años!– estrenó Richard Linklater y que sigue el derrotero de dos jóvenes que se encuentran en un tren a Viena y deciden pasar la noche juntos.
Jesse (Ethan Hawke) y Céline (Julie Delpy) van conociéndose, de aquí para allá, por empedrados y callejones, desde la estación de tren que marca el inicio del paseo y el final del primer capítulo de esta saga que es sinónimo de romance para una generación. Visitan una tienda de vinilos, se detienen en el café donde una mujer les lee las manos –cierto: esto le pasa al turista en cualquier ciudad–, cruzan puentes y plazas, ingresan en iglesias y museos que ya figuraban en el city tour austríaco pero que, después del film, redoblaron su interés. Si hasta hay itinerarios solamente dedicados a visitar la Viena de esta pareja de, entonces, veinteañeros (nueve años después, los protagonistas van por París a sus treinta, en Antes del atardecer; y la madurez los encuentra en el Peloponeso para Antes de la medianoche,
que completa la trilogía). Con vista panorámica se dan su primer beso; más tarde bajan y, a orillas del río, un poeta les regala unos versos.
Todo parece estar tan cerca que menos de dos horas alcanzan para atravesar la ciudad, reírse, llorar e ilusionarse con el reencuentro. Igual que cuando uno se va de ese lugar al que mira por última vez deseando ya volver.
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