sábado, 11 de julio de 2020
EMILIO OCAMPO PIENSA QUE....
La Argentina, ante el colapso o la regeneración
Emilio Ocampo
Alberdi, que anticipó casi todos los problemas que hoy aquejan a la Argentina, señaló que “las consecuencias del error rudimental sobre el origen moral de la riqueza y de la pobreza son decisivas en la suerte del hombre o de la sociedad imbuidas en él, porque ignoran el camino de ser ricos y el de dejar de ser pobres en los momentos en que una contrariedad los detiene en su carrera o amenaza su bienestar”.
Durante el siglo XX cinco países de América Latina alcanzaron altos niveles de prosperidad: la Argentina, Chile, Uruguay, Cuba y Venezuela. Gracias a un socialismo insensato y violento, los dos últimos se hunden en la miseria y el despotismo. En contraste, en las últimas tres décadas Chile y Uruguay lograron recuperar algo de la prosperidad perdida afianzando en democracia las ventajas de una economía abierta y competitiva.
En cuanto a la Argentina, aferrada al “error rudimental” del que alertaba Alberdi, profundizó su decadencia económica a pesar de haber recuperado la democracia. Sin embargo, nuestra trayectoria declinante parece haber llegado a un punto de inflexión. “Fatiga” es el término con el que la ciencia de los materiales describe el proceso que lleva a la ruptura del acero: una presión cíclica y progresiva que provoca un daño estructural localizado y abre fisuras microscópicas en el metal. El colapso se produce por un impacto que en condiciones normales sería inocuo, pero que, debido a la fatiga, profundiza esas fisuras.
Con las sociedades pasa algo similar. La experiencia de Venezuela sirve como ejemplo. De 1998 a 2009, su posición en el ranking mundial de PBI per cápita cayó de 51 a 63 entre 172 países. Durante ese mismo período, la Argentina cayó del puesto 50 al 62. O sea que con relación al resto del mundo hasta ese año ambos países habían evolucionado y se encontraban en una situación parecida. Sin embargo, a partir de entonces la decadencia de Venezuela se aceleró notablemente: diez años más tarde, en 2018, había caído al puesto 111. Y todo indica que su situación empeoró significativamente el año pasado. Es decir que en los últimos diez años Venezuela perdió prácticamente la misma cantidad de posiciones en el ranking mundial de PBI per cápita que la Argentina en los últimos setenta. Y eso que tiene las mayores reservas de petróleo del planeta y más de cinco millones de venezolanos han emigrado. Solo Libia, que se encuentra en guerra civil desde hace una década, ha experimentado un colapso similar.
Según el antropólogo Joseph Tainter, autor de The Collapse of Complex Societies, las sociedades se vuelven más complejas a medida que van resolviendo exitosamente los problemas que enfrentan. La civilización no es más que el aumento de la complejidad sociopolítica de un grupo humano. Tal como establecen las leyes de la termodinámica, mantener en orden cualquier sistema complejo requiere un flujo constante de energía. El problema es que con las sociedades la complejidad tiene rendimientos marginales decrecientes. Si una sociedad no se adapta e innova, a partir de cierto punto los costos de la complejidad aumentan más rápido que sus beneficios. Empieza entonces su fase de decadencia. En un momento dado, alcanza su punto de ruptura y colapsa. Según Tainter, el Imperio Romano y el Ancien Régime no colapsaron por las guerras, sino por su creciente debilidad fiscal.
Tainter define el colapso de una sociedad como la pérdida abrupta y significativa de su complejidad sociopolítica.
Es decir, una simplificación brutal. Sin embargo, es imposible predecir el momento exacto y la intensidad de las reacciones que puede generar este proceso. El colapso casi siempre resulta en: a) una contracción estructural de la actividad económica acompañada de una fuerte destrucción de riqueza, b) el debilitamiento del poder central y una creciente fragmentación económica, política y geográfica acompañada de descontrol y faccionalismo, c) un menor grado de especialización profesional acompañado por una simplificación de las jerarquías y de la estratificación social, y d) un aumento de la tensión y la violencia. Así ocurrió con la Unión Soviética.
La complejidad sociopolítica (léase estructura y costo del Estado) de la sociedad argentina viene aumentando desde hace décadas sin generar beneficios económicos. Este ha sido el origen de recurrentes crisis fiscales. Hacia fines de 2019 la presión cíclica y progresiva de estas crisis nos había acercado peligrosamente a un punto de ruptura. Incluso antes del coronavirus, el Gobierno avanzaba en una dirección que agravaría la situación. Las decisiones que tomó para controlarlo equivalen a pisar el acelerador, como si quisiera replicar en gran escala la última escena de la película Thelma y Louise.
Dicen que el peor de los siete pecados capitales (y origen de los otros seis) es la soberbia, que a su vez es hija del narcisismo. El narcisista se cree superior y que por lo tanto no se le aplican las mismas reglas que al resto de los mortales. Este es el pecado original de los argentinos que Perón y el peronismo han llevado al paroxismo: creer que no estamos sujetos a ninguna de las leyes económicas y naturales que rigen al resto de la humanidad.
Sin un cambio de rumbo, terminaremos en la miseria y el despotismo. ¿Es posible Argenzuela? Las diferencias entre ambos países son tan obvias que quizás el término parezca inapropiado. Tolstoi decía que “todas las familias felices se parecen unas a otras, pero cada familia infeliz es infeliz a su manera”. Lo mismo se aplica a los países. El narcisismo argentino requerirá que nuestro colapso, si es que ocurre, sea excepcionalmente dramático y espectacular y acompañado de una fuerte dosis de victimismo. El futuro obviamente no está escrito. Todo dependerá de cómo reaccionen la clase dirigente y quienes quieren seguir viviendo en democracia.
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