Juan Carlos Pallarols y Ruiz Zafón, una historia de pluma y plata
Hace 20 años, al leer La sombra del viento, el orfebre encontró la inspiración para la estilográfica 001, la primera de más de mil diferentes que talló
Gentileza Juan Carlos PallarolsEn su taller de San Telmo, el orfebre evoca al autor que recreó Barcelona
“El plumín, un prodigio en sí mismo, era un delirio barroco de plata, oro y mil pliegues que relucía como el faro de Alejandría”.
Cuando Juan Carlos Pallarols leyó esa frase de la novela La sombra del viento, de Carlos Ruiz Zafón, el orfebre sintió que era una especie de revelación.
Hacía pocos días que le habían recomendado el libro, que transcurre en la Barcelona de la época de sus abuelos. La historia de los guardianes de los libros olvidados lo enamoró al instante y le brindó una idea: recrear la pluma en plata con su firma y dedicarla al autor catalán. Así nació la estilográfica 001, la primera de una serie de mil piezas diferentes talladas por Pallarols.
La noticia de la muerte de Ruiz Zafón, el 19 de junio, sorprendió al artista encargado de la realización del bastón presidencial, que pasa la cuarentena en su casa taller de San Telmo rodeado de sus obras y con nuevos proyectos: un homenaje a la bandera nacional en el año belgraniano. “Ruiz Zafón fue quien me inspiró hace más de 20 años. Quise encontrarme más de una vez para agradecerle, pero nuestros caminos no se cruzaron: quería contarle que, gracias a su libro, diseñé cientos de estilográficas únicas y que por su creatividad, ingenio y fantasía tuve la posibilidad de entrar en el maravilloso mundo de la escritura. Pero la mayor satisfacción y el mayor orgullo fue tener su libro en mis manos”, dijo el artista
Como en toda historia alimentada por la creatividad y la inspiración, la que une a Pallarols con Ruiz Zafón parece, además, rodeada de magia. Así lo cuenta el orfebre con orgullo y emoción: “La vida la tallamos todos los días, pero son la entrega, el sacrificio y la pasión lo que puede convertirla en una obra de arte. Como un presagio, una noche de hace unos veinte años me invitaron a cenar a la embajada española en Buenos Aires y alguien allí me preguntó si había leído La sombra del viento.
La noticia de la muerte de Ruiz Zafón, el 19 de junio, sorprendió al artista encargado de la realización del bastón presidencial, que pasa la cuarentena en su casa taller de San Telmo rodeado de sus obras y con nuevos proyectos: un homenaje a la bandera nacional en el año belgraniano. “Ruiz Zafón fue quien me inspiró hace más de 20 años. Quise encontrarme más de una vez para agradecerle, pero nuestros caminos no se cruzaron: quería contarle que, gracias a su libro, diseñé cientos de estilográficas únicas y que por su creatividad, ingenio y fantasía tuve la posibilidad de entrar en el maravilloso mundo de la escritura. Pero la mayor satisfacción y el mayor orgullo fue tener su libro en mis manos”, dijo el artista
Como en toda historia alimentada por la creatividad y la inspiración, la que une a Pallarols con Ruiz Zafón parece, además, rodeada de magia. Así lo cuenta el orfebre con orgullo y emoción: “La vida la tallamos todos los días, pero son la entrega, el sacrificio y la pasión lo que puede convertirla en una obra de arte. Como un presagio, una noche de hace unos veinte años me invitaron a cenar a la embajada española en Buenos Aires y alguien allí me preguntó si había leído La sombra del viento.
La curiosidad se apoderó de mí y al día siguiente lo conseguí, lo leí y me enamoré de la frase de la página 26 que describe el plumín como una pieza de arte ‘que relucía como el faro de Alejandría’”.
Poco tiempo antes del descubrimiento de la novela inspiradora le habían encargado unas lapiceras de plata para la firma de un convenio protocolar. Cumplió con el pedido, pero sintió que había tenido que hacer un trabajo muy sencillo en poco tiempo. Dos o tres años después, de paseo por París, fue a un remate y encontró una de esas lapiceras entre obras de arte y otras piezas de colección. “Ahí me dieron ganas de hacer estilográficas únicas. Cuando vuelvo a Buenos Aires, me invitan a la cena en la embajada de España donde me recomiendan la novela de Ruiz Zafón. Encandilado por sus palabras y mis ansias, imaginando como una visión irreal esa pluma y sus trazos en manos de poetas, emperadores o reyes, tejí mi sueño de recrearla, como si una fuerza superior afinara mis pensamientos para todos los amantes de la escritura”.
Pero, como toda buena historia, la de Pallarols y la “maravillosa pluma cuyo poseedor concebiría las ideas más fantásticas, iluminaría su alma y encontrase todos los secretos” tiene una vuelta más: “Muchas veces parece que los sucesos de la vida no son lineales. Mi búsqueda llegó como una revelación cuando mis sentidos estaban preparados para ello creando estilográficas personales en plata, oro, marfil, nácar, brillantes y todos los materiales maravillosos que me brinda la naturaleza, labradas y hechas a mano una por una. A los pocos días de leer el maravilloso libro de Ruiz Zafón, me encontré casualmente con el representante de Dupont en la Argentina. Apasionado y perdidamente enamorado de la idea, le conté mi sueño y en menos de 48 horas de su colección de repuestos me envió el interior de una lapicera modelo Olympio. Fue como recibir un maniquí: solo tuve que vestirla con plata y cincelarla y, sin prisa pero sin pausa, antes de los 90 días había nacido la 001. Yo siempre siento que hay ángeles alrededor mío que me abren puertas y, sin duda, es Dios quien me los manda”.
Pallarols reconoce que, desde ese momento, le dio “una fiebre por hacer lapiceras”: en veinte años creó 999 modelos. Son las únicas en el mundo hechas por completo a mano. Se han vendido a coleccionistas de arte y también se han ofrecido como regalo a presidentes, empresarios y figuras de la cultura. “Yo tengo en mi poder entre 40 y 50 lapiceras que son de mi colección personal. Es más: he comprado algunas por bastante más de lo que me las pagaron en su momento. Por ejemplo, la que hice para Alberto Olmedo se la compré tiempo después al hijo”. Cada pieza le lleva varios meses de trabajo. “Cada vez le dedico más porque invertir en el tiempo es lo mejor que se puede hacer, porque si no se pierde y es imposible de recuperar. Además, disfruto un montón. Hago algo que conmueve”, agrega Pallarols, quien escribe a mano y dibuja con la mítica 001.
“Siempre me quedé con las ganas de encontrarme con Zafón para agradecerle. Con la descripción que hace de la pluma en su novela me abrió un mundo maravilloso. Nunca pude conocerlo porque cuando yo viajé a Barcelona él estaba en Estados Unidos y cuando vino a Buenos Aires yo no estaba. Llegó a enterarse de la historia porque se lo contó Paco Ibáñez. Yo quería hacer una lapicera con su cara y con el fondo de esa callejuela del barrio gótico de Barcelona que está en la tapa del libro. Cuando me enteré de la muerte, quise recordar esta historia a modo de homenaje. Es por eso que quiero decirle a Ruiz Zafón, hasta el cielo, gracias”.
N. B.
Poco tiempo antes del descubrimiento de la novela inspiradora le habían encargado unas lapiceras de plata para la firma de un convenio protocolar. Cumplió con el pedido, pero sintió que había tenido que hacer un trabajo muy sencillo en poco tiempo. Dos o tres años después, de paseo por París, fue a un remate y encontró una de esas lapiceras entre obras de arte y otras piezas de colección. “Ahí me dieron ganas de hacer estilográficas únicas. Cuando vuelvo a Buenos Aires, me invitan a la cena en la embajada de España donde me recomiendan la novela de Ruiz Zafón. Encandilado por sus palabras y mis ansias, imaginando como una visión irreal esa pluma y sus trazos en manos de poetas, emperadores o reyes, tejí mi sueño de recrearla, como si una fuerza superior afinara mis pensamientos para todos los amantes de la escritura”.
Pero, como toda buena historia, la de Pallarols y la “maravillosa pluma cuyo poseedor concebiría las ideas más fantásticas, iluminaría su alma y encontrase todos los secretos” tiene una vuelta más: “Muchas veces parece que los sucesos de la vida no son lineales. Mi búsqueda llegó como una revelación cuando mis sentidos estaban preparados para ello creando estilográficas personales en plata, oro, marfil, nácar, brillantes y todos los materiales maravillosos que me brinda la naturaleza, labradas y hechas a mano una por una. A los pocos días de leer el maravilloso libro de Ruiz Zafón, me encontré casualmente con el representante de Dupont en la Argentina. Apasionado y perdidamente enamorado de la idea, le conté mi sueño y en menos de 48 horas de su colección de repuestos me envió el interior de una lapicera modelo Olympio. Fue como recibir un maniquí: solo tuve que vestirla con plata y cincelarla y, sin prisa pero sin pausa, antes de los 90 días había nacido la 001. Yo siempre siento que hay ángeles alrededor mío que me abren puertas y, sin duda, es Dios quien me los manda”.
Pallarols reconoce que, desde ese momento, le dio “una fiebre por hacer lapiceras”: en veinte años creó 999 modelos. Son las únicas en el mundo hechas por completo a mano. Se han vendido a coleccionistas de arte y también se han ofrecido como regalo a presidentes, empresarios y figuras de la cultura. “Yo tengo en mi poder entre 40 y 50 lapiceras que son de mi colección personal. Es más: he comprado algunas por bastante más de lo que me las pagaron en su momento. Por ejemplo, la que hice para Alberto Olmedo se la compré tiempo después al hijo”. Cada pieza le lleva varios meses de trabajo. “Cada vez le dedico más porque invertir en el tiempo es lo mejor que se puede hacer, porque si no se pierde y es imposible de recuperar. Además, disfruto un montón. Hago algo que conmueve”, agrega Pallarols, quien escribe a mano y dibuja con la mítica 001.
“Siempre me quedé con las ganas de encontrarme con Zafón para agradecerle. Con la descripción que hace de la pluma en su novela me abrió un mundo maravilloso. Nunca pude conocerlo porque cuando yo viajé a Barcelona él estaba en Estados Unidos y cuando vino a Buenos Aires yo no estaba. Llegó a enterarse de la historia porque se lo contó Paco Ibáñez. Yo quería hacer una lapicera con su cara y con el fondo de esa callejuela del barrio gótico de Barcelona que está en la tapa del libro. Cuando me enteré de la muerte, quise recordar esta historia a modo de homenaje. Es por eso que quiero decirle a Ruiz Zafón, hasta el cielo, gracias”.
N. B.
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