lunes, 13 de julio de 2020

INNOVACIÓN Y BUROCRACIA


Una parábola de las posibilidades y las limitaciones de la Argentina
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María Eugenia Estenssoro
La empresa argentina Satellogic se apresta a lanzar al espacio su satélite número 11, llamado Hipatia, homenaje a la primera mujer matemática y astrónoma de la historia. A pesar de la cuarentena, que paralizó a media humanidad, la compañía creada por Emiliano Kargieman no se detiene. En septiembre pondrá en órbita otros 11 nanosatélites y para 2022 espera tener al menos 50 girando alrededor de la Tierra, fotografiando semanalmente cada metro cuadrado del planeta.
La empresa fundada con Gerardo Richarte hace diez años compite con dos compañías norteamericanas y una francesa por el liderazgo de una tecnología aeroespacial de absoluta vanguardia. Hipatia tiene el tamaño de un lavarropas y pesa 39 kilos. Será lanzado al espacio a una velocidad de 27.000 kilómetros por hora, a 500 kilómetros de altura, para entrar en la órbita exacta que le permitirá girar alrededor de la Tierra cada 90 minutos. En su vertiginoso recorrido espacial estará en compañía de sus “hermanos mayores”: Capitán Beto, Manolito, Fresco, Batata Milanesat y otros microsatélites en el espacio desde 2013. “Vivimos en un mundo cada vez más interconectado y complejo, pero no tenemos herramientas precisas que permitan ver qué ocurre realmente para hacer una gestión adecuada. La Tierra tiene recursos naturales limitados, pero el PBI mundial se duplica cada 40 años. Nuestro modelo de desarrollo no es viable”, explica este emprendedor que estudió matemática y filosofía, y en la adolescencia integró el grupo de hackers contratados por la DGI para probar la robustez de su sistema informático.
“Mirar la Tierra desde el espacio te da una gran perspectiva para mejorar la toma de decisiones que afectan tanto el presente como el futuro”, aclara. Las imágenes satelitales de alta definición que procesan para sus clientes sirven para monitorear en detalle diversos fenómenos: la deforestación, la producción agrícola, la construcción, el tráfico de barcos y camiones, la contaminación ambiental o el nivel de los mares. Kargieman se encontraba en Singularity University, la universidad creada por la NASA y Google en California, cuando tuvo la visión de rodear la Tierra con una constelación de 300 pequeños satélites que registraran lo que pasa en toda su superficie en tiempo real. Su objetivo es hacer más accesible la información satelital. Para lograrlo armó un equipo y una empresa que diseña y fabrica microsatélites con aplicaciones específicas, que cuestan 1000 veces menos que los gigantescos artefactos tradicionales.
Lo maravilloso de esta historia es que cuando tuvo que decidir dónde crear una tecnología que no existía en ningún lugar del mundo eligió la Argentina. “Por dos razones: porque nuestro país tiene una larga trayectoria en el desarrollo de tecnología nuclear y satelital, esenciales para la iniciativa; y porque tenía los contactos adecuados”, dice. En 2009, el ministro de Ciencia y Tecnología de la Nación, Lino Barañao, no dudó en ayudarlo y lo alentó a incubar su emprendimiento en Bariloche, en la sede de Invap, la prestigiosa empresa provincial que fabrica centrales nucleares y satélites. El gobierno financió parte del desarrollo y la fabricación de los primeros dos satélites. “Tenemos una deuda infinita con Lino, los ingenieros de Invap y la Argentina”, expresa este matemático con alma de inventor. Pero una vez que la empresa comenzó a crecer empezaron los problemas. “Fabricar en el país se convirtió en una verdadera odisea. Ya no se podía ni importar tornillos. Imaginate, cada satélite tiene unas 10.000 piezas y el 95% son importadas. Para exportar un satélite para cada lanzamiento había que conformar una comisión integrada por cinco ministerios que dieran su conformidad. Era muy complicado a todo nivel y muy angustiante”.
En 2013, Kargieman y sus socios decidieron trasladar la fábrica a Zonamérica, una zona franca en las afueras de Montevideo. La mayoría de las empresas que exportan tecnología desde este moderno parque industrial son argentinas. “Satellogic es un caso de libro de todo lo bueno que un Estado puede hacer para impulsar la creación de empresas de base científico-tecnológica, pero también de lo que no debería hacer”, admite el emprendedor, que actualmente vive en Barcelona. “Somos un ejemplo de las posibilidades del país, pero también de sus limitaciones, que son culturales”.
Satellogic hoy tiene 240 empleados, la mitad en Buenos Aires y Córdoba, donde hacen investigación y desarrollo; el resto está disperso en EE.UU., Europa y China, por expertise y cercanía a los principales mercados. “Los ingenieros y técnicos que se reciben en nuestras universidades son de gran nivel y podemos elegir a los mejores. Pero si existieran diez empresas como nosotros, que es lo deseable, no encontraríamos profesionales suficientes. Es muy difícil escalar una compañía como la nuestra dentro de la Argentina”. ¿Satellogic sigue siendo una empresa argentina?, es la pregunta obligada. “Los gobiernos de China, Chile y Colombia nos ofrecieron dinero y facilidades para instalarnos allí, pero nosotros queremos mantener la operación principal en nuestro país porque los fundadores somos argentinos. Por otro lado, la empresa es global porque la innovación es global”, explica Kargieman.
¿Qué hace falta para que existan cientos o miles de empresas similares en nuestro país?, le preguntó recientemente un alumno en un seminario virtual de la UBA. Su respuesta fue elocuente: “Nos criaron haciéndonos creer que hay algo especial en los argentinos, que estamos destinados a ser campeones del mundo. Eso no es ni siquiera un cuento de niños, es una mentira. Un gran antídoto para entenderlo es salir del país. La Argentina tiene algunos ejemplos de éxito, pero necesitamos miles y miles haciendo cosas innovadoras. Eso requiere una gran humildad y una vocación de trabajo y de servicio que lamentablemente no veo”.
Durante el gobierno de Cristina Kirchner integrantes de La Cámpora quisieron crear una compañía estatal de nanosatélites con Arsat e Invap. El proyecto nunca despegó, porque en la era del conocimiento es fundamental que los emprendedores y los científicos trabajen juntos y no enfrentados. Algo que lamentablemente ni el kirchnerismo ni el albertismo parecen comprender. El Presidente lo enfatizó en su primer discurso ante el Congreso: “Este es un gobierno de científicos, no de CEO”, recalcó. ¿Alguna vez podremos tener un país donde científicos y CEO cooperen? ¿Un Estado que trabaje a favor del sector privado y no en contra, como ocurre en las naciones con menor pobreza y mayor riqueza? Los jóvenes viejos que siguen a Cristina Kirchner y marcan el rumbo del actual gobierno, ¿podrán modernizar sus oxidadas anteojeras setentistas?
En los años 60 comenzó la fuga de cerebros argentinos, esa diáspora de profesionales de alto nivel expulsados por la política y la inestabilidad económica. Ese éxodo se está acentuando nuevamente, agravado por la recesión, la posibilidad de otro default y las malas señales del Gobierno contra el trabajo genuino y la producción privada. A la fuga de cerebros ahora se suma la fuga de empresas. Después nos preguntaremos, sorprendidos, ¿por qué en un país bendecido con talento humano y recursos naturales lo único que crece exponencialmente es la pobreza?

Periodista y exsenadora

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