martes, 21 de julio de 2020
LA OPINIÓN DE CLAUDIO JACQUELIN,
También para la oposición empieza otra era
Claudio JacquelinRodríguez Larreta y Macri
Una nueva etapa acaba de empezar. Después de cuatro meses, comienza a descongelarse la vida económica y social, pero también la cotidianidad política, en el área más habitada y más visibilizada de la Argentina. Por conveniencia o por necesidad, los gobernantes formalizaron la flexibilización que estaba ocurriendo de facto y amenazaba desbordarse sin remedio.
El jefe de gobierno porteño, Horacio Rodríguez Larreta, fue el que más empujó para llegar a esta nueva fase, justo cuando, paradójicamente, el número de contagios de Covid-19 rompía récords. No había margen para otra cosa.
Estamos ante el comienzo del operativo desacople de la nave madre que ha venido compartiendo desde el 18 de marzo con Alberto Fernández y Axel Kicillof. Difícilmente algo vuelva a ser igual en el sistema político que nació con la peste. La cuestión sanitaria ha sido el punto de convergencia y ahora de divergencia, así como el catalizador, de una relación con raíces e implicancias que exceden a la cuestión sanitaria.
A Rodríguez Larreta el paraguas pandémico ya había dejado de cubrirlo con la eficacia que le permitió transitar con cierto confort 123 días. La sociedad en general, su electorado en particular, la economía de su distrito y su narrativa política habían comenzado a mostrar signos evidentes de fatiga. Su equipo, que todo lo mide, lo había constatado. El futuro comenzaba a ponerse en juego si no marcaba diferencias, no solo estéticas y de tono discursivo.
La ecuación costo-beneficio de la indiferenciación en la acción con Fernández y Kicillof estaba cambiando de signo. El paso atrás que a principios de este mes debió hacer en la flexibilización iniciada en junio no fue gratuito.
Los porteños habían celebrado, mayoritariamente que se permitiera esa elasticidad, pero debió resignarse y frustrar esa tenue ilusión. Menos por el avance de los contagios que por la presión que le impusieron el oficialismo nacional y el bonaerense, a los que favoreció con errores propios. El kirchnerismo había encontrado un conflicto superador y más rentable que la dicotomía economía versus salud. La disputa había pasado a ser “runners o contagios”. La frivolidad nunca puede ganarle a la tragedia.
La ultravisibilización (barra demonización) de los corredores porteños prestó un invalorable servicio a Kicillof. Le permitió ocultar lo que él no podía hacer cumplir. En muchos sectores del conurbano se dio una flexibilización de hecho, mayor que la que se había permitido en la ciudad de Buenos Aires. Los focos de los medios nacionales que, cuando las cosas funcionan bien, favorecen a los gobernantes porteños también pueden ser letales ante el error.
Los alcaldes menos eficaces del conurbano, por el contrario, suelen beneficiarse de estar fuera del radar mediático. Puede dar fe el intendente de La Matanza, Fernando Espinoza, que culpó a Larreta por los contagios de los vecinos matanceros. Sus aspiraciones le impiden a veces ver lo inocultable. Los curas villeros habían puesto entre los ejemplos de la falta de presencia del Estado zonas de su territorio. En medio de la pobreza extrema, la conjunción de pandemia y droga es explosiva.
Por el reendurecimiento de la cuarentena a principios de julio, Larreta debió sumar al costo social el agravamiento del perjuicio económico. Allí también le sacaron ventajas. Con competencia leal y desleal.
A metros de sus pares porteños, innumerables comerciantes del conurbano se burlaban de las prohibiciones formales gracias a la vista gorda que hacían muchos intendentes. Servía para descomprimir la presión social y para mantener cierta actividad económica. Pero también las normas cristalizaban disparidades: las industrias del GBA hace más de dos meses que pueden trabajar legalmente. No es igual en la otra orilla del Riachuelo. Una asimetría muy cara: el gobierno porteño no está en condiciones de derrochar humor social ni ingresos fiscales.
El costo político
El ascenso en las encuestas que le otorgó a Larreta el manejo de la pandemia también pareció haber llegado a su pico. El ascendiente que la conjunción de buena imagen y control del distrito opositor más importante le otorgaron dentro de la coalición opositora tuvo efectos diversos. Hasta acá el jefe de gobierno venía saliendo airoso en la batalla interna entre opositores duros y dialoguistas (o macristas furiosos versus colaboracionistas).
Nada es para siempre. Menos cuando Mauricio Macri ha vuelto al centro de la escena, en defensa propia y empujado por un kirchnerismo al que le resulta funcional. Al mismo tiempo, los macristas cerriles demandan más aspereza. El conflicto interno que el peronismo padeció en su tránsito por el llano se espeja en el horizonte cambiemita.
Todavía, JXC (y más aún Pro) no ha conseguido superar con una actitud propositiva el trilema entre autocrítica, oposición dura y cooperación para reconstruir el vínculo con una parte del electorado que alguna vez lo votó. La ampliación de su mesa de conducción solo sirvió hasta ahora como herramienta de reducción de los daños provocados por ciertos excesos del ala combativa.
El Gobierno aprovecha las diferencias en busca de ahondar las fisuras o desconfianzas, como hizo Alberto Fernández cuando los llamó a dialogar y comenzó la reunión virtual con un pase de facturas. Logró reforzar los sesgos de cada sector.
Las tendencias autocríticas que emanan del polo liderado por Larreta y que pueblan María Eugenia Vidal, Martín Lousteau, Rogelio Frigerio, Emilio Monzó y Diego Santilli, entre los más influyentes, no encuentra terreno fértil en la quinta macrista, donde manda el propio Macri e inciden fuertemente Miguel Ángel Pichetto y Patricia Bullrich.
Las diferencias de análisis, perspectivas y urgencias siguen siendo indisimulables, aunque todos se empeñan por afirmar que existe un buen diálogo entre los líderes de ambas facciones. Las consecuencias prácticas de esas charlas aún no se advierten, menos después de la movilización opositora del 9 de julio, que los macristas puros miraron detrás de un vidrio con aumento sobre el que creían ver reflejado el 41% de octubre de 2019. El distanciamiento social tiene muchos efectos.
La mirada sobre el futuro resalta la diversidad de los puntos de vista. Los que no tienen responsabilidades de gobierno se ilusionan con que las consecuencias de la pandemia y la cuarentena sobre la economía los repongan en la consideración social. La premisa es que los problemas por venir absolverán los errores cometidos. A veces Cristina Kirchner encuentra émulos entre sus adversarios más enconados. Ya lo ha dicho el viejo gurú macrista Durán Barba.
El trotskista lema de “cuanto peor mejor” anima tanto a los macristas más duros que hasta se ilusionan con las expediciones de caza y pesca por la geografía del peronismo no kirchnerista que ha iniciado Pichetto. Algunos experonistas del cambiemismo moderado esperan que la aventura resulte mejor y más barata que los safaris del exrey Juan Carlos. Menos optimistas son los que deben gestionar, como Larreta, o los que el año próximo tienen que defender sus bancas legislativas. Urgencias diferentes. El Covid-19 ha sido muy democrático en su capacidad de daño, pero hasta acá quien más poder tiene mejor ha salido.
Aun con sus infinitas necesidades, conflictos y adversidades, los recursos con que cuenta el gobierno nacional son muy superiores a los que poseen las administraciones subnacionales para afrontar contingencias o para modificar la realidad. La asistencia financiera es una herramienta muy poderosa ante estados dependientes. O cuyos ingresos corren riesgo de ser modificados por decreto. La coparticipación a la ciudad de Buenos Aires depende de la firma presidencial. El lazo económico-financierocuenta,además,con un nudo de apriete político-electoral. Una eventual suspensión de las PASO de 2021 (que nadie se anima a descartar) podría operar como una bomba de fragmentación sobre la principal coalición opositora. Necesita imperiosamente de esa herramienta ordenadora. Nadie imagina manifestaciones masivas en defensa de ese instrumento que hace un año gozaba de amplia impopularidad.
El operativo desacople de Rodríguez Larreta está expuesto a demasiadas variables y muchos desafíos. Una expedición al espacio exterior entraña muchos riesgos. Pero no tiene margen para permanecer donde ha estado hasta ahora sin afrontar riesgos mayores. Es lo que recibe de las voces que más escucha.
La última conferencia en Olivos, donde anunció la nueva flexibilización de la cuarentena, demostró que puso en marcha un nuevo proyecto. Marcó diferencias sutiles pero claras con sus socios pandémicos. Un poco con Fernández y aún más con Kicillof. No fue casual la referencia a la multidimensionalidad de la pandemia y sus consecuencias. Lo mismo hizo cuando destacó que para tomar decisiones consulta a un panel multidisciplinario de expertos. No solo escucha a epidemiólogos. Mucho más deliberada, todavía, fue la búsqueda de empatía con la sociedad, que orilló hasta con un dejo de emoción. El operativo desacople obliga a mostrar nuevos recursos.
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