martes, 1 de diciembre de 2020

BARRANCA ABAJO EN LA RODADA...


Soberanía de papel pintado
No puede ser “artífice de su destino” una nación sin moneda, que ahuyenta a los inversores y cuyas empresas energéticas están al borde del colapso
Como Isabel Perón en 1974, al declarar Día de la Soberanía Nacional el 20 de noviembre, el presidente Alberto Fernández recordó la gesta de 1845, cuando Juan Manuel de Rosas, gobernador de la provincia de Buenos Aires, dispuso bloquear, con cadenas y brulotes, el paso de la flota anglofrancesa por el río Paraná.
El combate de Vuelta de Obligado, que terminó en derrota, se convirtió en un mito, tan útil para la derecha como para la izquierda peronistas. En 1974, la Triple A de Isabel y José López Rega, asesinó, entre otros, a Rodolfo Ortega Peña y a Silvio Frondizi. En 2010, Cristina Kirchner duplicó la apuesta de su antecesora al convertir aquella fecha en feriado nacional, mientras indemnizaba a familiares de asesinados por la Triple A.
Aquellas cadenas y brulotes de 1845 poco hicieron para convertir a la Argentina en una nación soberana de verdad. Si se alambra un campo para que nadie ingrese, pero luego no se lo atiende y cultiva, de nada valdrá tanto esfuerzo defensivo. La soberanía territorial no es suficiente para alimentar, educar y curar a quienes la autarquía dice proteger.
Ni antes ni después de esa epopeya de la nacionalidad el gobierno del cintillo punzó propuso una organización constitucional, ni libertades públicas. No se ocupó de la educación, ni de la ciencia, ni de la cultura. Ni le importó el agua corriente, ni las cloacas, ni los puertos, ni los ferrocarriles. Para ello, hubo que esperar hasta 1862.
Como en todo autoritarismo, el Restaurador de las Leyes utilizó la “soberanía” para reforzar su poder absoluto, avasallando derechos individuales ante el oportuno enemigo común, llámese flota anglofrancesa o Covid-19.
Bien dijo Alberto Fernández que la soberanía territorial no es suficiente, pues lo importante es “ser dueños y artífices de nuestro destino”, a través de la soberanía “económica, cultural, tecnológica, científica y alimenticia”.
Ciertamente, no será soberana una nación acosada por la pobreza, el hambre y la ignorancia por el solo hecho de pretender impedir la circulación de sus ríos. La soberanía supone una dimensión institucional, social y material que la coloque naturalmente en una posición de fortaleza, merecedora del respeto y la admiración de los demás. Sin necesidad de cadenas ni de brulotes.
Es soberana una nación con moneda valiosa y demandada, dentro y fuera de su territorio. Que cuente con sólido crédito internacional y nulo riesgo país. Que brinde justicia independiente, de modo que sus tribunales sean una opción preferida, en lugar de los jueces de Nueva York. Una nación cuyos estudiantes sean modelo de formación integral, para desarrollar sus potencialidades con plenitud. Que respete la libertad de prensa y cuyos medios sean referencia en foros mundiales. Y que sea reconocida por el buen juicio y honestidad de sus gobernantes.
Es soberana una nación que atrae inversiones privadas para dar empleos de calidad y que ofrece un sistema jubilatorio digno para quienes terminen sus ciclos laborales. Es soberana una nación cuya estructura productiva es diversa y competitiva, y no se limita a su cadena agroindustrial. Cuando no existen privilegios sectoriales o sindicales que obstaculicen a los demás y se yergan como factores de poder para impedir cambios y enriqucer a unos pocos. Cuando la competencia y el mérito generan riqueza abundante para hacer posible la igualdad de oportunidades y la movilidad social.
A contramano del discurso presidencial, la Argentina actual carece de moneda, símbolo por excelencia de la soberanía económica. Al igual que Venezuela, Zimbabue y Sudán, integra el selecto grupo de naciones con los mayores niveles de inflación mundial. En materia educativa, entre diez sistemas de América Latina (programa PISA 2019), la Argentina está séptima en lectura y ciencias, y octava en matemáticas, cuando hace un siglo nuestro país ocupaba un indiscutido primer puesto.
En materia de viviendas, después de 30 años de gobiernos peronistas en la provincia de Buenos Aires y 25 años en la Nación, cinco millones de personas se hacinan en 4400 villas y asentamientos en todo el país, sin acceso a servicios básicos ni titularidad del suelo. La mayor parte, en el conurbano bonaerense. En cuanto al agua potable, un 15% de la población no tiene acceso a una red pública y la mitad carece de cloacas.
Lejos de poder erigirse en “dueños y artífices de nuestro destino”, el Gobierno retorna con disimulo al Fondo Monetario para solicitarle ayuda, como las 26 veces que lo hizo desde 1958, por ser incapaz de adoptar políticas sustentables. Difícilmente pueda ser “dueño de su destino” un país cuyos bonos externos, recién reestructurados, cotizan casi a los mismos precios que en default.
Mientras el Presidente evoca con grandilocuencia la soberanía “económica, cultural, tecnológica, científica y alimenticia”, su gestión se encuentra asfixiada bajo el peso de las 21 millones de personas que reciben pagos del Estado, más el costo de los subsidios económicos y el sobreempleo público. Pocos recursos quedan para la cultura, la tecnología y las ciencias cuando el déficit primario asciende al 7% del PBI y desborda en inflación, brecha cambiaria, endeudamiento y presión fiscal insoportables.
No parece soberano un país que siempre pide ayuda para financiar esos desajustes. Fue con la “embajada paralela” en Venezuela, con las bases y represas de China, pactando con Irán, seduciendo a Trump (FMI) y ahora, con las vacunas rusas.
En la soberanía de papel pintado, el Banco Central se ha quedado sin reservas, las empresas distribuidoras de energía están al borde del colapso, las alimentarias reflejan pérdidas históricas y grandes multinacionales buscan otros horizontes.
Los principales actores de la pujante industria del conocimiento sufren maltrato legislativo, mientras el Gobierno otorga privilegios a la industria del juego y a las armadurías de Tierra del Fuego, para cumplir con sus aportantes de campaña.
La soberanía no consiste en cerrarse primero para mendigar después. Consiste en insertarse de manera inteligente en el mundo y lograr sus objetivos estratégicos, haciendo valer su gravitación en materia “económica, cultural, tecnológica, científica y alimenticia”, como dijo el Presidente.
Esa fortaleza debe basarse en la educación de la población, la seriedad de la palabra, el crédito público, el dinamismo de la economía, la independencia de su Justicia y la estabilidad de sus instituciones. Todo eso le falta a la Argentina para ser realmente soberana.
Soberana será una nación que cuente con sólido crédito internacional y ofrezca nulo riesgo país
Pocos recursos quedan para la cultura, la tecnología y las ciencias con un déficit primario del 7% del PBI y un desborde inflacionario
Los principales actores de la pujante industria del conocimiento sufren maltrato legislativo, mientras el Gobierno concede privilegios a la industria del juego y a las armadurías de Tierra del Fuego para cumplir con sus aportantes de campaña

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