El camino del agua, dirigida por James Cameron, es la película más costosa de la historia, pero el éxito de taquilla se hace desear; recibió acusaciones de racismo
Pablo PlanovskyEl mundo ficcional de Cameron llega a su nivel de expresión más alto en avatar: el camino del agua
El mundo de James Cameron no parece tener límites. Alienígenas, robots, barcos, todo es grande, desmedido y bombástico para hacer el espectáculo más grande sobre la Tierra. Ahora Avatar: El camino del agua es la producción más cara de la historia del cine. Aunque todavía las salas de cine no recuperaron el caudal popular que tenían antes de la pandemia, esta secuela busca más que la hazaña casi imposible que significaría convertirse, en este contexto, en una de las películas más taquilleras de la historia. La cicatriz que la pandemia dejó en el cine no es el único desafío para una obra que busca transcender en todo sentido: nativos americanos llamaron a boicotear esta segunda parte, alegando que representa estereotipos de las culturas aborígenes para satisfacer la fantasía del “hombre blanco salvador”.
El camino del agua continúa la historia de Avatar. Presenta al exhumano Jake Sully como un padre de familia amoroso y comprensivo, pero también como un Che Guevara azulado, un guerrillero que entorpece los negocios imperialistas de los terrícolas violadores de la belleza natural de la luna Pandora. Convertido en héroe y caudillo espiritual por los Na’vi, los habitantes del cuerpo celestial mágico, tiene que abandonar el refugio de la selva para pedir asilo en las civilizaciones que viven cerca del océano.
“Europa equivale a la Tierra. Los nativos del continente americano son los Na’vi. No intento ser sutil. Avatar es ciencia ficción que cuenta la historia del norte y sur americano durante la colonización”. Cameron no miente cuando dice que no busca ser sutil. Los nuevos Na’vi, expertos en la navegación y llenos de tatuajes, parecen inspirados en las etnias polisénicas de Oceanía, los maoríes. Viven en fraternidad con una raza de ballenas gigantes, los tulkun, que son perseguidas por un villano con acento australiano que se dedica a cazar a los cetáceos. El personaje que parece evocar a la famosa novela de Herman Melville usa arpones que tienen inscripciones en kanji: los sinogramas japoneses. No hay que leer entre líneas para entender a quiénes intenta representar Cameron.
Aunque los tulkun son más inteligentes que los humanos y más grandes que las embarcaciones que los persiguen, no pelean para defenderse porque rechazan la violencia. En Los Ángeles, una de las conductoras del movimiento de Orgullo Indígena, Yuè Begay, pidió boicotear la película acusándola de racista. En su pedido anexaba una antigua declaración de Cameron: “No puedo evitar pensar que, si la comunidad Lakota Sioux hubiera visto el futuro, si hubieran visto a sus descendientes entre las tasas de suicidio más altas de la nación porque no tienen esperanza y son parte de una sociedad sin salida, habrían peleado con más fuerza. Eso fue lo que me motivó para escribir Avatar”.
“Cameron es culpable por favorecer a personas no indígenas para interpretar a una raza alienígena basada en culturas de las que se apropió. Es una caricatura racista que mezcla culturas de manera indiscriminada”, afirmaba la denunciante. Algunos usuarios en Twitter acompañaron las quejas señalando que los rasgos físicos de los Na’vi (las caras, los tatuajes, las rastas) remiten a los estereotipos con los que se solía representar a las culturas autóctonas de América, Oceanía y África. Sin embargo, la mayoría de los actores que los interpretan (Sam Worthington y Stephen Lang, entre otros) son blancos.
Avatar y su secuela están construidas sobre uno de los tropos narrativos más comunes en las historias de aventuras: la historia del hombre blanco que se infiltra en una civilización aborigen con el fin de desestabilizarla, pero cae rendido frente a los encantos de la nueva comunidad y se transforma en la figura clave para derrotar a los colonos. Se ha visto mucho en el cine: Pocahontas, Danza con lobos y El último samurái, por nombrar algunas. Para algunos críticos, esas historias están emparentadas con las ideas positivistas que dividieron a la humanidad en civilización o barbarie. La civilización formada por europeos blancos que tienen que conquistar, domesticar o exterminar a los “salvajes”.
En Avatar, como en las otras películas mencionadas, es el conocimiento del hombre blanco ilustrado lo que permite a los nativos organizarse para derrotar a un enemigo más avanzado tecnológicamente. En El camino del agua aparece otro concepto: el del colonizador imperialista que también adquiere los rasgos de los nativos y decide combatirlos usando sus propios recursos naturales.
Las mujeres
Cameron fue uno de los pioneros en la construcción de heroínas del cine de acción. Linda Hamilton en Terminator y Sigourney Weaver en Aliens dominaron mundos cargados de testosterona. En El camino del agua, el personaje que interpreta Kate Winslet es una Na’vi embarazada que lucha a la par de los hombres. “Todos hablan de empoderamiento femenino, pero ¿qué es una parte importante de la vida de la mujer que nosotros, como hombres, no experimentamos? La mujer maravilla y Capitana Marvel parecen mujeres sorprendentes, pero no son madres ni están embarazadas cuando combaten el mal”, justificaba el director de El secreto del abismo.
Algunos podrían señalar que Avatar se adecua a la narrativa del heroísmo masculino. No es (ni intenta serlo) una película como La teta asustada, que estuvo nominada al Oscar representando a Perú el mismo año en que Avatar competía por el premio mayor. En esa historia, dirigida por Claudia Llosa, se mostraba el miedo, la injusticia y la violencia simbólica que se transmitía entre generaciones de mujeres con ascendencia aborigen, con diálogos en quechua. En Avatar (y su secuela) aunque los Na’vi tienen su propio idioma, los espectadores escuchan la lengua inglesa. Después de todo, Avatar es una película de Hollywood. Aunque la comparación entre dos obras tan distintas (no solo en términos de capitales invertidos en cada una, también en el estilo narrativo) pueda parecer arbitraria, ambas tienen elementos en común que las complementan.
Avatar: El camino del agua, cargada de simbolismo religioso occidental y oriental, bucea por las obsesiones de un cineasta cuya carrera está atravesada por la relación entre los humanos y las máquinas. Él mismo reconoce que esta franquicia (que, advierte, puede tener cinco secuelas más) es su intento de replicar lo que hizo Tolkien con El señor de los anillos en la literatura. Puede resultar paradójico que para representar este relato ambientalista de seres que parecen haditas que viven en armonía con la naturaleza se haya volcado casi por completo a las imágenes generadas por computadora, incluso más que en la anterior. No hay casi nada natural en las imágenes generadas con ceros y unos que ilustran las más de tres horas de película.
Cameron, ¿de nuevo coronado?
El rey Midas del cine apenas tiene nueve películas en su filmografía como director, pero casi todos éxitos de taquilla: las dos primeras Terminator, Aliens y Mentiras verdaderas, entre otras. Cameron, canadiense, se autoproclamó rey del mundo cuando Titanic ganó 11 Oscar. Esa producción también ostentó el título a la “película más taquillera de la historia en todo el mundo” hasta que fue desplazada, 13 años después, por Avatar.
Ninguna de las dos tuvo un arranque en taquilla de esos que logran récords en los primeros días. Desde Terminator 2, la clave del éxito para las películas de Cameron es el boca a boca: las recomendaciones o la curiosidad que motiva a los espectadores para ir (o volver) al cine. Él es una figura controvertida que despierta simpatía y recelo (no solo) en el mundo del cine.
Artículos de opinión en los Estados Unidos, antes del estreno de El camino del agua, auguraban el fracaso comercial de una película que sucedía a otra que, argumentaban, no había tenido “impacto cultural”. El universo de Avatar, a diferencia de otros como los de Marvel, DC o Star Wars, no creó legiones de fanáticos que consuman los videojuegos, juguetes o series de televisión inspirados en la película en estos últimos 12 años. A la película más taquillera del cine también se la acusaba de tener una historia simple con personajes unidimensionales buenos o malos. Otras voces argumentaban que la película cobija la complejidad de las cosas simples solo en apariencia, como algunas de las grandes obras cinematográficas históricas.
Puede que Avatar: El camino del agua logre lo imposible y termine su recorrido por las salas como una de las más exitosas de todos los tiempos. Pero el nuevo plan de James Cameron es todavía más ambicioso: hacer una saga épica que sea mucho más grande que un par de películas. Una novela densa que, por ahora, parece que constará de cinco películas. Tal vez el éxito, la complejidad narrativa, el impacto cultural y la representación que hace sobre de los nativos recién puedan ser evaluados cuando el cineasta amante del color azul termine su proyecto más ambicioso. Pero, para eso, habría que esperar hasta 2028, cuando se estrene la quinta parte de esta pentalogía de ciencia ficción y fantasía.
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